―Arderás en el infierno ―anunció su madre. Tenía una mirada triunfante en su rostro, una especie de locura que iluminaba sus ojos. Mirando con más atención, Zoe se dio cuenta de que era el reflejo de las llamas. ―¡Niña diabólica, arderás en el infierno por toda la eternidad!
El calor era insoportable. Zoe luchaba por ponerse de pie, por moverse, pero algo la ataba. Sus piernas eran como plomo, ancladas en el suelo, y no podía levantarlas. No podía escapar.
–¡Mamá! ―gritó Zoe―. ¡Mamá, por favor! Cada vez hace más calor, ¡duele!
–Arderás para siempre ―dijo su madre riéndose, y delante de los ojos de Zoe, su piel se volvió roja como una manzana, le crecieron cuernos en la parte superior de la cabeza y le brotó una cola detrás de ella. ―Te quemarás, hija mía.
El estridente timbrazo de su celular despertó a Zoe de su sueño de un sobresalto, y Pitágoras la miró abriendo uno de sus ojos verdes antes de moverse de su posición en la parte superior de sus tobillos y alejarse.
Zoe sacudió la cabeza, tratando de orientarse. Bien… Estaba en su propia habitación en Bethesda, y su celular estaba sonando.
Zoe buscó a tientas el aparato para aceptar la llamada, sus dedos se sentían lentos y pesados por estar somnolienta.
–¿Hola?
–Agente Especial Prime, me disculpo por la hora tardía ―dijo su jefe.
Zoe echó un vistazo al reloj. Era poco después de las tres de la mañana.
–Está bien ―dijo ella, arrastrándose hasta lograr sentarse―. ¿Qué sucede?
–Tenemos un caso en el Medio Oeste al que le vendría bien tu ayuda. Sé que acabas de llegar a casa, podemos enviar a alguien más si es demasiado para ti.
–No, no ―dijo Zoe que apresuradamente―. Puedo manejarlo.
El trabajo le haría bien. Sentirse útil y resolver casos era lo único que la hacía sentir que podía tener algo en común con el resto de la humanidad. Después de la debacle de anoche, sería un alivio poder concentrarse en algo nuevo.
–Muy bien. Las pondré a ti y a tu compañera en un avión en un par de horas. Van a ir a Missouri.
Un poco al sur de Kansas City, el coche de alquiler llegaba a una pequeña estación y se detenía.
–Es aquí ―dijo Shelley, consultando el GPS por última vez.
–Finalmente ―suspiró Zoe, dejando de apretar el volante y frotándose los ojos. El vuelo había sido un vuelo nocturno, persiguiendo al sol mientras se elevaba en el horizonte. Aún era temprano en la mañana, y se sentía como si hubiera estado despierta durante todo un día. La falta de sueño seguida directamente de una prisa por coger un avión podría causar eso.
–Necesito un poco de café ―dijo Shelley, antes de salir del coche.
Zoe estaba de acuerdo. El vuelo, aunque había sido breve, había estado lleno de interrupciones. El despegue, las azafatas ofreciendo desayunos y jugos al menos cinco veces, y luego el aterrizaje, no hubo mucho tiempo para dormir. Aunque las dos habían pasado la mayor parte del viaje en silencio, discutiendo sólo sus planes al aterrizar y dónde conseguirían el coche de alquiler, no habían logrado ningún descanso.
Zoe siguió a Shelley hasta el edificio, una vez más relegando su papel de agente superior y más experimentada. Shelley podría recibir más elogios, pero Zoe no era una novata. Tenía muchos casos en su haber, y los días de entrenamiento le parecían tan lejanos que apenas los recordaba. Aun así, se sentía más cómoda siguiéndola.
Shelley se presentó ante comisario local, y él asintió con la cabeza y estrechó la mano de ambas cuando Zoe repitió su propio nombre.
–Me alegro de que hayan llegado ―dijo. Eso era destacable. Normalmente los locales sentían algo de resentimiento ante el FBI, sentían que podían ocuparse del caso ellos mismos. Sólo cuando sabían que era algo fuera de su alcance se alegraban de que llegara la caballería.
–Esperemos que podamos resolver esto con rapidez y así podremos dejarlo tranquilo antes de que termine el día ―dijo Shelley, lanzándole una sonrisa tranquila a Zoe―. La agente especial Prime está de racha. Conseguimos cerrar nuestro primer caso juntas en cuestión de horas, ¿no es así, Zoe?
–Tres horas y cuarenta y siete minutos ―respondió Zoe, incluyendo el tiempo que le había llevado procesar a su convicto fugado.
Se preguntó brevemente cómo Shelley podía sonreírle tan fácilmente. Parecía bastante genuina, pero Zoe nunca había sido buena para notar la diferencia, a menos que hubiera algún tipo de tic o un gesto en la cara, un pliegue alrededor de los ojos en el ángulo correcto que indicara que algo no estaba bien. Después de su último caso, sin mencionar el casi completamente silencioso viaje en avión y en coche hasta aquí, creía que habría alguna tensión entre ellas.
El comisario inclinó la cabeza.
–Sería muy bueno que pudieran subirse a un avión de vuelta a casa al anochecer, si no les molesta que se los diga. Me quitaría un peso de encima.
Shelley se rio.
–No te preocupes. Somos la gente que nunca quieres ver, ¿verdad?
–Sin ánimo de ofender ―aceptó el comisario alegremente. Pesaba ochenta y tres kilos, pensó Zoe, al verlo caminar con ese particular ángulo de pie ancho que era común en la gente con sobrepeso.
Pasaron a su oficina y comenzaron a revisar el informe. Zoe cogió los archivos y empezó a hojearlos.
–Dime lo que ves, Z ―dijo Shelley, inclinándose en su silla expectante.
Parecía que ya le había dado un apodo.
Zoe levantó la vista con sorpresa, pero cuando se dio cuenta de que Shelley hablaba en serio, empezó a leer en voz alta.
–Tres cuerpos en tres días, parece. El primero fue en Nebraska, el segundo en Kansas, y el tercero aquí en Missouri.
–¿Qué? ¿Nuestro sospechoso es un viajante? ―se burló Shelley.
Zoe trazó las líneas en su cabeza, dibujando una conexión entre los pueblos. La dirección era principalmente hacia el sudeste; el trayecto más probable era continuar atravesando Missouri hasta Arkansas, Mississippi, tal vez llegar hasta Tennessee cerca de Memphis. Suponiendo, por supuesto, que no lo detuvieran primero.
–El último asesinato ocurrió fuera de una gasolinera. La auxiliar solitaria fue la víctima. Su cuerpo fue encontrado fuera.
Zoe podía imaginárselo en su cabeza. Una oscura y solitaria gasolinera, era una postal de cualquier otra gasolinera solitaria en esta parte del país. Gasolineras aisladas, las luces sobre el estacionamiento debían ser las únicas en kilómetros a la redonda. Empezó a rebuscar entre las fotografías de la escena, entregándoselas a Shelley cuando terminó.
Una imagen más detallada estaba emergiendo. Una mujer muerta en el suelo, mirando hacia la entrada, regresando de alguna parte. ¿Fue atraída hacia afuera y luego la atacó cuando bajó la guardia? ¿Algún tipo de ruido que pudiera parecer de coyotes, o tal vez un cliente quejándose de un problema con el coche?
Fuera lo que fuera, era suficiente para atraerla hacia afuera en la oscuridad de la noche, hacia el aire frío, lejos de su puesto. Tenía que haber sido algo.
–Todas las víctimas son mujeres ―siguió leyendo Zoe―. No hay una coincidencia particular en su apariencia. Diferentes grupos de edad, color de pelo, peso, altura. Lo único que tienen en común es el género.
Mientras hablaba, Zoe se imaginaba a las mujeres en su mente, de pie contra un tablero de fotos. Una medía un metro sesenta y dos otra un metro setenta y la otra medía un metro setenta y ocho. Eran bastante diferentes. Ocho centímetros entre ellas, ¿eso era una pista? No, los asesinatos no eran en orden. La mujer más baja era la más pesada, la más alta la más ligera y por lo tanto la más delgada. Probablemente era fácil ganarle físicamente, a pesar de su altura.
Diferentes alturas. Distintas distancias entre cada escena del crimen, sin indicios de una fórmula o algoritmo que le dijera a qué distancia estaría la siguiente. La topografía en los lugares de los asesinatos era diferente.
–Parecen… aleatorios.
Shelley suspiró, sacudiendo la cabeza.
–Temía que dijeras eso. ¿Hay algún motivo?
–Un crimen de oportunidad, tal vez. Cada mujer fue asesinada por la noche en un lugar desolado. No hubo testigos y no había cámaras de vigilancia en ninguno de los sitios. Los agentes de CSI dicen que casi no quedó nada en forma de evidencia.
–Así que tenemos un psicópata que tiene la necesidad de asesinar, que acaba de decidir alborotarse, y sin embargo tiene suficiente control para mantenerse a salvo ―resumió Shelley. Su tono era tan seco que Zoe podía decir que se sentía tan incómoda como la misma Zoe.
Este no iba a ser el caso fácil que ella estaba esperando.
La gasolinera estaba perturbadoramente tranquila cuando Zoe llegó sola a la escena del crimen. Había cinta por todas partes, reteniendo a los posibles espectadores, y un solo oficial asignado a la puerta principal para vigilar a los adolescentes rebeldes.
–Buenos días ―dijo Zoe, mostrando su placa―. Voy a echar un vistazo.
El hombre asintió con la cabeza, aunque ella no precisaba que lo hiciera, y pasó junto a él, agachándose bajo la cinta para entrar.
Shelley había encontrado la mejor manera de desplegar las habilidades únicas y particulares de ambas. Sin discusión previa, había sugerido que ella misma iría a entrevistar a la familia, mientras que Zoe iría a la escena del último asesinato después dejar a Shelley en la casa de la familia. Parecía sensato. Zoe podría encontrar los patrones aquí, y Shelley sabría cómo leer las emociones y mentiras en la gente. Zoe tenía que aceptarlo.
Así que había estado de acuerdo, solamente aparentando estar a cargo. Este arreglo parecía apropiado gracias a la naturaleza cálida de Shelley y la poca importancia que le daba Zoe a apegarse a la estructura de mando, siempre y cuando el caso se resolviera. Shelley parecía hacerlo casi disculpándose, demostrando que estaba muy al tanto de los límites que estaba sobrepasando al decretar algo así.
Zoe se detuvo un momento en la puerta de la gasolinera, sabiendo que las cosas deberían haber empezado allí. Había marcas débiles en el suelo, huellas marcadas por pequeñas banderas y triángulos de plástico. La víctima, la mujer mayor con zapatos cómodos y una zancada corta, era quién había pasado primero. Esta gasolinera estaba tan aislada que no podía tener más que unos pocos clientes ese día, y las marcas mostraban claramente un movimiento extraño a sólo unos pasos de la puerta.
La mujer había sido seguida, aunque quizás no lo sabía. Los números aparecieron ante los ojos de Zoe, diciéndole todo lo que necesitaba saber: la distancia entre ellos indicaba una zancada sin prisa. No había otros pasos que indicaran si el autor había venido del interior de la gasolinera o de algún lugar del estacionamiento. La mujer había caminado con calma, a un ritmo constante, hacia la esquina. Allí había un desorden, pero Zoe le pasó al lado, viendo que los pasos continuaban y sabiendo que eventualmente volverían.
Luego, los pasos continuaron a un ritmo ligeramente más rápido. ¿Era la mujer consciente ahora de que la seguían?
Aquí se habían detenido, justo al lado de unos pocos caramelos dispersos que llenaban el suelo, tal vez de una entrega donde uno se había roto o de un niño torpe. La mujer había girado allí para mirar al hombre, antes de seguir su camino y apurarse hacia una puerta en la parte trasera del edificio.
Todavía había una llave colgando de la cerradura que se balanceaba ligeramente de vez en cuando con la brisa. Allí el suelo estaba ligeramente raspado, era donde la víctima se había parado para girar la llave en la cerradura y luego se fue corriendo.
Sus pasos en retirada mostraban una zancada mucho más larga, un paso más rápido. Casi había estado corriendo, tratando de escapar y volver a la tienda. ¿Tenía miedo? ¿Tenía frío en la oscuridad? ¿Sólo quería volver a su mostrador?
El hombre la había seguido. No inmediatamente; había una hendidura aquí, un raspón de tierra levantada en el borde de una huella de un talón donde se había girado lentamente para mirarla. Luego la había perseguido con lo que probablemente era un paso fácil y ligero, acercándose directamente a ella, cortando su camino para alcanzarla en la esquina.
Ahora llegó nuevamente al desorden. Zoe se puso en cuclillas sobre sus talones, examinándolo más de cerca. El suelo estaba profundamente alterado aquí, las marcas de raspones dejaban ver claramente donde la víctima había pateado para intentar conseguir unos segundos más. Lo más visible era la huella más pesada de los zapatos del hombre, donde él debe haberla levantado un poco para estrangularla con su propio peso.
El cuerpo ya había sido retirado, pero la sangre hablaba por sí misma.
Debió haber sido rápido; ella no pudo luchar por mucho tiempo.
Zoe se asomó para ver más de cerca las huellas del culpable masculino. Lo que era interesante era su apariencia. Ella había podido distinguir un patrón débil en las marcas dejadas por la víctima, lo suficiente como para darle una idea de la marca y el estilo cómodo del zapato, pero sus huellas eran sólo un contorno vago, una impresión de un talón en su mayor parte.
Zoe volvió sobre sus propios pasos, comprobando a medida que avanzaba. Sólo había dos lugares donde podía distinguir los pasos del asesino: cerca de la puerta, donde había esperado, y aquí, en el momento de la muerte. En ambos casos, todas las marcas de identificación, incluyendo el largo y el ancho del zapato, habían sido borradas.
En otras palabras, él había limpiado sus huellas.
–¿No quedaba ninguna evidencia física aparte del cuerpo? ―le preguntó Zoe al guardia, que aún no se había movido de su posición junto a la puerta.
Tenía los pulgares enganchados en las trabillas del cinturón, los ojos entrecerrados mirando en ambas direcciones del camino.
–No, señora ―dijo.
–¿No hay folículos capilares? ¿Huellas de neumáticos?
–Nada que podamos adjudicar al agresor. Parece que borró todas las huellas de neumáticos del estacionamiento, no sólo las suyas.
Zoe se mordió el labio inferior mientras pensaba. Él podría estar eligiendo sus víctimas al azar, pero estaba lejos de ser solo un loco. Shelley lo había dicho, él tenía el control. Más que eso, era paciente y meticuloso. Incluso los asesinos que planificaban sus ataques no solían ser tan buenos.
El tono de llamada de Zoe retumbó en la tranquilidad del camino vacío, haciendo que el guardia se sobresaltara.
–Agente Especial Prime ―respondió ella automáticamente, sin siquiera mirar en la pantalla quien la llamaba.
–Z, tengo una pista. Un exesposo maltratador ―dijo Shelley. Ella no se andaba con rodeos. Su tono era apresurado, excitado. Era la emoción de la primera pista. ―Parece que el divorcio estaba a punto de terminar. ¿Quieres venir a recogerme y vamos a investigar eso?
–No hay mucho que ver aquí ―respondió Zoe. No tenía sentido que ambas investigaran la escena, si había otras pistas que seguir. Además, tenía la sensación de que Shelley no quería ver el lugar donde una mujer había perdido la vida. Todavía estaba un poco verde en muchos sentidos. ―Te pasaré a buscar en veinte minutos.
―¿Dónde estuvo anoche? ―presionó Shelley, inclinándose para que el tipo sintiera que era su pequeño secreto.
–Estaba en un bar ―gruñó él―. Se llama Lucky's, está en el lado este de la ciudad.
Zoe apenas estaba escuchando. Ella sabía desde el momento en que entraron que este no era su asesino. Quizás al exmarido le gustaba que su autoridad tuviera peso cuando se casaron, pero ese era exactamente el problema: su peso. Era al menos 45 kilos más pesado de lo que debería ser para dejar esas huellas, y además era demasiado bajo. Tenía la altura necesaria para someter a su esposa, una mujer más pequeña que sin duda había sufrido a causa de sus puños muchas veces. Podía adivinar que él medía aproximadamente un metro sesenta y ocho o setenta. Y no era lo suficiente para levantarla así.
–¿Alguien puede verificar que usted estuvo allí? ―preguntó Shelley.
Zoe quería detenerla, evitar más pérdidas de tiempo. Pero no dijo nada. No quería tratar de explicar algo que era tan obvio para ella como que el cielo era azul.
–Estaba inconsciente ―dijo, lanzando su mano al aire en un gesto de frustración―. Revisa las cámaras. Pregúntale al barman. Me echó de allí mucho después de la medianoche.
–¿El barman tiene un nombre? ―preguntó Zoe, sacando una libreta para tomar nota. Al menos sería algo que podrían verificar fácilmente. Anotó lo que él le dijo.
–¿Cuándo fue la última vez que vio a su exmujer? ―preguntó Shelley.
Él se encogió de hombros, sus ojos se movieron de lado a lado mientras pensaba.
–No lo sé. La perra siempre se interponía en mi camino ―dijo―. Supongo que hace unos meses. Se estaba poniendo muy nerviosa por la pensión alimenticia. No le hice algunos pagos.
Shelley estaba visiblemente enfadada por la forma en la que hablaba. Había algunas emociones que a Zoe le resultaban difíciles de leer, cosas esquivas que no sabía nombrar o que venían de fuentes con las que no se podía identificar. Pero la ira era fácil. La ira podría ser una luz roja intermitente, y eso era lo que estaba demostrando la expresión de Shelley en ese momento.
–¿Considera que todas las mujeres son una molestia, o sólo las que se divorcian de usted después de un maltrato violento?
Los ojos del hombre prácticamente se le salieron de la cabeza.
–Oye, mira, no puedes…
–Usted tiene antecedentes de maltrato contra Linda, ¿no? ―Shelley lo interrumpió antes de que pudiera terminar―. Vimos en su historial que ha sido arrestado por varias quejas de violencia doméstica. Parece que tenía el hábito de golpearla hasta dejarla con moretones.
–Yo… ―dijo el hombre sacudiendo la cabeza, como si tratara de despejarla―. Nunca la lastimé de esa manera. Nunca fue tanto. No la mataría.
–¿Por qué no? Seguramente quería librarse de esos pagos de pensión alimenticia ―presionó Shelley.
Zoe se puso tensa, sus manos se cerraron en puños. Si pasaba más tiempo ella iba a tener que intervenir. Shelley se dejaba llevar, su voz subía de tono y volumen al mismo tiempo.
–No los he estado pagando de todas formas ―señaló. Sus brazos estaban cruzados a la defensiva sobre su pecho.
–Así que, tal vez sólo perdió el control una última vez, ¿es eso? ¿Quería hacerle daño, y fue más lejos que nunca?
–¡Detente! ―gritó él perdiendo la compostura. Puso sus manos sobre su cara inesperadamente, y las dejó caer para revelar la lágrimas que habían escapado de sus ojos hacia sus mejillas. ―Dejé de pagar la pensión alimenticia para que viniera a verme. La extrañaba, ¿de acuerdo? La perra tenía un poder sobre mí. Salgo y me emborracho todas las noches porque estoy solo. ¿Es eso lo que quieren oír? ¿Es eso?
Ya habían terminado aquí, eso estaba claro. Aun así, Shelley le agradeció al hombre con fuerza y le entregó una tarjeta, pidiéndole que las llamara si se le ocurría algo más. Zoe pensó en las cosas que podría haber resuelto antes si eso funcionara. La mayoría de la gente nunca llamaba a Zoe.
En esta ocasión, también dudaba mucho que Shelley recibiera una llamada.
Shelley respiró hondo mientras se alejaban.
–Un camino sin salida. Yo me creo su historia. ¿Qué crees que deberíamos hacer ahora?
–Me gustaría ver el cuerpo ―respondió Zoe―. Si hay más pistas que encontrar, están en la víctima.
Бесплатно
Установите приложение, чтобы читать эту книгу бесплатно
О проекте
О подписке