Habría otro cuerpo esta noche.
Era la cuarta noche, y eso significaba que debía haber un cuarto cuerpo.
Él había estado conduciendo todo el día, acercándose cada vez más a su objetivo. A pesar de estar yendo a buen ritmo, seguía poniéndose más y más nervioso mientras el sol seguía su curso encima de él. Cuando llegara la noche, tenía que estar en el lugar correcto, o todo se echaría a perder.
No podía fallar ahora.
Miró de nuevo al teléfono celular enganchado en un soporte conectado a sus conductos de ventilación. Aquí el mapa en línea demoraba en actualizarse, la señal era más débil. La autopista era larga y recta, al menos no precisaba desviarse. No se perdería, ni pasaría por alto su destinación.
Sabía exactamente a dónde tenía que ir. Para él todo estaba planeado, estaba escrito en las estrellas. Con la excepción de que este patrón era mucho más preciso que la masa de puntos titilantes en el cielo nocturno, y era mucho más fácil de leer. Claro que un experto podría encontrar esos patrones estelares incluso estando tan lejos en el cielo. Pero su patrón tenía que ser leído incluso por aquellos que normalmente no lo verían. Y solo lo verían cuando finalmente lo terminara.
Quién sería, esa era la interrogante. Dónde y cuándo, era algo que el patrón ya había dictaminado. Pero el "quién" era una cuestión de suerte, y esto era lo que le hacía mover su pierna nerviosamente sobre el freno, casi golpeando el volante en cada movimiento oscilante.
Respiró hondo y con calma, aspirando el aire que comenzaba a enfriarse rápidamente. Era fácil percibir que el sol ya se estaba empezando a ocultar, pero aún no era demasiado tarde. Los patrones le habían dicho lo que debía hacer, y ahora lo iba a hacer. Tenía que confiar en eso.
El constante sonido de las llantas de su sedán sobre el suave asfalto de la carretera era un ruido de fondo calmante. Cerró los ojos brevemente, confiando en que el coche se mantendría recto, y respiró hondo otra vez.
Golpeó con los dedos el borde de la ventana abierta, haciendo un ritmo fácil y repetitivo, y volvió a respirar con más facilidad. Todo estaría bien. Como este coche que había soportado todos los años que le había pertenecido, siempre fiable y confiable, los patrones no lo defraudarían. Siempre y cuando le revisara el aceite y lo llevara a revisión de vez en cuando, funcionaría. Y si estaba en el lugar correcto en el momento adecuado, los patrones estarían allí.
Los patrones estaban a su alrededor: las líneas de la autopista, extendiéndose a lo largo de la distancia, rectas y estrechas, diciéndole exactamente a dónde ir. Las rayas de las nubes que también parecían apuntar en la misma dirección, largos dedos que le animaban a seguir adelante. Incluso las flores a los lados de la carretera se doblaban, inclinándose hacia adelante en anticipación, como bandas laterales que pasaban velozmente.
Todo estaba encajando en su lugar, como los caramelos que habían caído antes de que matara a la mujer en la gasolinera. La forma en que le habían dicho exactamente lo que tenía que hacer a continuación, y eso le había permitido ver que había encontrado el lugar correcto y la víctima adecuada.
Los patrones se lo mostrarían al final.
A pesar de todas sus afirmaciones mentales, su corazón empezaba a acelerarse con ansiedad cuando el sol empezó a caer más y más bajo, sumergiéndose en el horizonte, y todavía no había visto a nadie que fuera apropiado.
Pero ahora la suerte lo había encontrado de nuevo, la afortunada casualidad de estar en el lugar correcto en el momento adecuado, y confiar que el universo haría el resto.
Ella caminaba de espaldas en el borde de la autopista, con un brazo extendido a su lado, con el pulgar levantado. Debió darse vuelta en cuanto le oyó acercarse, su motor y el sonido de las ruedas lo delataron mucho antes de que pudieran verse el uno al otro. Ella llevaba una pesada mochila con un saco de dormir enrollado debajo de ella, y medida que él se acercaba, pudo ver que era joven. No tenía más de dieciocho o diecinueve años, era un espíritu libre de camino hacia una nueva aventura.
Parecía ser tranquila y dulce, pero nada de eso importaba. Cosas así nunca influían. Lo que importaba eran los patrones.
Él disminuyó la velocidad, deteniéndose un poco después de dónde estaba ella, y esperó pacientemente a que ella lo alcanzara.
–Hola ―dijo, bajando la ventanilla del lado del acompañante e inclinando su cabeza para mirarla―. ¿Necesitas un aventón?
–Um, sí ―dijo, mirándolo con desconfianza, mordiéndose el labio inferior―. ¿A dónde te diriges?
–A la ciudad ―dijo, haciendo un vago gesto hacia adelante. Era una autopista. Habría una ciudad al final de ella, y ella podría interpretar cuál era. ―Me alegro de haberte visto. No hay muchos otros coches en la carretera a esta hora del día. Sería una noche fría por aquí.
–No estaría tan mal ―dijo ella sonriendo ligeramente.
Él le sonrió ampliamente de una manera muy amable, logrando sonreírle también con sus ojos.
–Podría ser mejor que no tan mal ―dijo―. Sube. Te dejaré fuera de un motel en los límites de la ciudad.
Ella todavía dudaba, no dejaba de ser una joven sola entrando al coche de un hombre, poco importaba lo agradable que él fuera. Él comprendió que siempre estaría nerviosa. Pero ella miró en ambas direcciones de la carretera, y debe haber visto que incluso ahora, cuando recién empezaba a anochecer, no había faros de coches en ninguna dirección.
Abrió la puerta del lado del acompañante con un suave clic, quitándose la mochila de los hombros, y él sonrió, esta vez para sí mismo. Todo lo que él tenía que hacer era confiar y las cosas saldrían como los patrones le decían que saldrían.
―Muy bien, escuchen ―dijo Zoe. Ella ya estaba incómoda, y la incomodidad fue mayor cuando la charla dispersa en la habitación cesó y todo el mundo se quedó viéndola.
Tener a Shelley a su lado no disminuía la sensación incómoda de presión, del peso de la expectativa al que estaba sometida. La atención se dirigió completamente hacia ella, era algo palpable y chocante. Esta era el tipo de cosas que intentaba evitar todos los días de su vida.
Pero a veces el trabajo lo exigía, y por mucho que quisiera, no podía obligar a Shelley a presentar un perfil por su cuenta. Al ser la agente principal debía hacerlo ella.
Respiro hondo, mirando a todos los oficiales amontonados en filas temporales de sillas en la sala de reuniones más grande de la comisaría. Luego apartó la mirada, enfocándose en un punto de la pared lejana para hablar, algo menos amenazador.
–Este es el perfil que buscamos ―continuó Zoe―. El sospechoso masculino medirá alrededor de un metro ochenta según los cálculos de los tres forenses y las pocas pruebas físicas que encontramos en las escenas. También creemos que será de complexión delgada a mediana. No es particularmente fuerte, contundente o intimidante.
Shelley tomó el control, dando un paso adelante para su momento en el centro de atención, sus ojos parecían brillar disfrutándolo más que temiéndolo.
–A la mayoría de la gente le parecerá poco amenazador hasta el momento del asesinato. Creemos que ha sido capaz de atraer a sus víctimas a tener una conversación e incluso las ha alejado de la relativa seguridad hacia un espacio abierto donde podía manipular la situación para ponerse físicamente detrás de ellas. Incluso puede ser encantador y educado.
–No es de por aquí ―añadió Zoe―. Su coche tendrá la matrículas de otro estado. Aunque no hemos podido determinar su estado de origen, está en movimiento, y probablemente seguirá estándolo.
Las imágenes de las mujeres cuyas vidas había tomado aparecieron en la pantalla del proyector detrás de ellas. Las tres aparecían vivas, sonriéndole a la cámara, incluso riéndose. Eran mujeres normales y reales, no modelos o facsímiles del mismo aspecto ni nada que las distinguiera como especiales. Sólo mujeres, que hasta hace tres noches estaban vivas, respirando y riendo.
–Su objetivo son las mujeres ―dijo Zoe―. Una cada noche, en lugares aislados con pocas posibilidades de ser atrapado en el acto o captado en las grabaciones de vigilancia. Eso sería en áreas oscuras, lejos de los caminos transitados, lugares que le dan el tiempo y el espacio para llevar a cabo el asesinato.
–¿Cómo se supone que lo atrapemos con un perfil como ese? ―dijo uno de los policías estatales en el medio del mar de sillas. ―Debe haber miles de tipos altos y delgados con placas de otro estado por aquí.
–Sabemos que esto no es mucho ―intervino Shelley, salvando a Zoe de la molestia que la podría llegar a hacerla decir algo desagradable. ―Sólo podemos trabajar con lo que tenemos. Lo más útil que podemos hacer con esta información ahora es poner una advertencia para que las personas eviten áreas aisladas, y que estén atentos, particularmente si a alguien se le acerca un hombre que se ajuste a esta descripción,.
–¿En todo el estado? ―preguntó uno de los policías locales del pequeño equipo cuya estación les había servido a ellas como centro de investigación y donde estaban presentando este informe.
Zoe sacudió la cabeza.
–A varios estados. Él ya ha recorrido Kansas, Nebraska y Missouri. Eso es un indicio claro de que seguirá viajando largas distancias para llevar a cabo sus crímenes.
Había pequeños ruidos de desacuerdo en toda la habitación, murmullos y sonidos de descontento.
–Soy consciente de que es una gran área ―dijo Zoe, tratando de mantenerse firme―. Y soy consciente de que es una vaga advertencia. Pero tenemos que hacer lo que podamos.
–¿Quién va a hacer la conferencia de prensa? ―preguntó el comisario local. Tenía un aire de autoridad maltratada, como si lo estuviera aplastando el peso de todos los demás agentes de la ley apiñados en su diminuta comisaría.
Zoe dudó por un momento. Odiaba las conferencias de prensa. A menudo la habían criticado por parecer tan rígida e inexpresiva al hablar de las víctimas y la amenaza potencial de que hubiera más víctimas. Ya había hecho suficientes de ellas en su carrera para saber que no quería volver a hacer otra.
–Mi colega, la agente especial Shelley Rose, hablará con los medios de comunicación ―dijo ella, viendo como Shelley levantó la mirada sorprendida―. Los invitaremos a una conferencia televisada esta tarde.
Mientras los numerosos policías en la sala comenzaban a retirarse, el murmullo en la sala se elevó a conversaciones normales. Shelley se acercó a Zoe diciéndole en un murmullo nervioso: ―Nunca antes he dado una conferencia de prensa.
–Lo sé ―respondió Zoe―. Pensé que sería una buena oportunidad para que ganaras la experiencia. Es mejor hacerla ahora, mientras el caso está fresco. Cuanto más tiempo pase sin ser resuelto, peores serán los reporteros. Créeme, lo sé. Si no lo atrapamos antes de que sea necesario dar otra conferencia de prensa, yo me haré cargo como agente superior para la próxima.
Shelley asintió con la cabeza, sonrojándose por la emoción.
–Oh, Dios. ¿Me ayudarás a ensayar qué decir? Nunca he estado en la televisión, ni siquiera en el fondo ―dijo ella.
Zoe no pudo evitar sonreír. Había algo contagioso en la emoción de Shelley, aunque no lo suficiente como para hacerle pensar que una conferencia de prensa era algo agradable.
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