La oficina del forense era un tosco edificio al lado de la comisaría, junto con casi todo lo demás en esta pequeña ciudad. Sólo había una carretera que pasaba por aquí, las tiendas y una pequeña escuela primaria y todo lo que un pueblo necesitaba para sobrevivir estaba situado a la izquierda o a la derecha.
Esto incomodaba a Zoe. Se parecía demasiado a su ciudad natal.
El forense las esperaba abajo, la víctima ya estaba tendida sobre la mesa proporcionando una imagen espeluznante. El hombre, un anciano a pocos años de jubilarse con un ligero sobrepeso, comenzó una larga y sinuosa explicación de sus hallazgos, pero Zoe no lo escuchaba.
Podía ver las cosas que él les decía expuestas ante ella. La herida del cuello le dijo el calibre exacto del alambre que buscaban. La mujer pesaba un poco más de 77 kilos a pesar de su pequeña estatura, aunque una buena cantidad de eso había salido a borbotones junto con casi tres litros de su sangre.
El ángulo de la incisión y la fuerza aplicada sobre ella le decían dos cosas. Primero, que el asesino medía entre un metro ochenta y un metro ochenta y cinco de altura. Segundo, que el asesino no dependía de la fuerza para cometer los crímenes. El peso de la víctima no se mantuvo en el cable por mucho tiempo. Cuando se desplomó, la dejó caer. Eso, combinado con la elección del alambre como su primera elección de arma, probablemente significaba que no era muy fuerte.
Que no fuera muy fuerte combinado con una altura promedio, probablemente significaba que no era ni musculoso ni pesado. Si lo hubiera sido, su propio peso corporal habría servido de contrapeso. Eso significaba que probablemente tenía una complexión delgada, bastante parecida a lo que uno normalmente se imagina cuando se piensa en un hombre promedio, de estatura promedio.
Sólo había una cosa que no era promedio, y eso era su acto de asesinato.
En cuanto al resto, no había mucho que decir. Su color de pelo, su nombre, de qué ciudad venía, por qué hacía esto, nada de eso estaba escrito en la envoltorio vacío y abandonado de la cosa que solía ser una mujer delante de ellos.
–Así que, lo que podemos decir de esto ―decía el forense lentamente, con su voz quejumbrosa y pesada―. Es que el asesino era probablemente de la estatura promedio masculina, tal vez entre un metro setenta y cinco y un metro ochenta y cinco.
Zoe sólo se contuvo de sacudir la cabeza. Esa fue una estimación demasiado amplia.
–¿La familia de la víctima se ha puesto en contacto? ―preguntó Shelley.
–No desde que el exmarido vino a identificarla ―dijo el forense se encogiéndose de hombros.
Shelley agarró un pequeño colgante que estaba sobre su cuello, tirando de él hacia atrás y adelante en una delgada cadena de oro.
–Eso es muy triste ―suspiró―. Pobre Linda. Se merecía algo mejor que esto.
–¿Qué impresión te dieron cuando los entrevistaste? ―preguntó Zoe. Cualquier pista era una pista, aunque ya estaba firmemente convencida de que la selección de Linda como víctima no era más que el acto aleatorio de un extraño.
Shelley se encogió de hombros impotente.
–Estaban sorprendidos por la noticia. No estaban desconsolada. No creo que fueran muy unidos.
Zoe intentó no preguntarse quién se preocuparía por ella o vendría a ver su cuerpo si moría, y reemplazó ese pensamiento en su lugar con la frustración. Ese sentimiento vino rápidamente. Este era otro callejón sin salida, literalmente. Linda no tenía más secretos que contarles.
Estar de pie por aquí compadeciéndose de los muertos era agradable, pero no las acercaba a las respuestas que buscaban.
Zoe cerró los ojos momentáneamente y se dio la vuelta hacia el otro lado de la habitación y se dirigió a la puerta por la que habían entrado. Necesitaban estar activas, pero Shelley seguía conversando con el forense en un tono bajo y respetuoso, discutiendo quién había sido la mujer en vida.
Nada de eso importaba. ¿Shelley no se daba cuenta de eso? La causa de la muerte de Linda fue muy simple: había estado sola en una gasolinera aislada cuando el asesino llegó. No había nada más que destacar sobre su vida.
Shelley pareció captar el deseo de Zoe de irse, se puso a su lado y educadamente se distanció del forense.
–¿Qué deberíamos hacer ahora? ―le preguntó.
Zoe deseaba poder saber que responder a esa pregunta, pero no lo sabía. Sólo quedaba una cosa por hacer en este punto, y no era la acción directa que ella quería.
–Crearemos un perfil del asesino ―dijo Zoe―. Enviemos un mensaje a los estados vecinos para advertirle a las fuerzas del orden locales que estén alerta. Luego revisaremos los archivos de los asesinatos anteriores.
Shelley asintió con la cabeza, siguiendo los pasos de Zoe mientras se dirigía a la puerta. No era que tuvieran un lugar a donde ir.
Al subir las escaleras y salir por las puertas de la oficina, Zoe miró a su alrededor y volvió a ver la línea del horizonte, fácilmente visible más allá de la pequeñas residencias e instalaciones que componían la ciudad. Suspiró, cruzando los brazos sobre su pecho y girando su cabeza hacia la comisaría y hacia donde se dirigían. Cuanto menos tiempo pasara mirando este lugar, mejor.
–No te gusta este pueblito, ¿verdad? ―le preguntó Shelley a su lado.
Zoe se sintió sorprendida por un momento, pero sin embargo, Shelley ya había demostrado ser perspicaz y estar en sintonía con las emociones de los demás. A decir verdad, Zoe probablemente estaba siendo transparente. No podía quitarse de encima el mal humor que se apoderaba de ella cuando terminaba en un lugar así.
–No me gustan los pueblos pequeños en general―dijo.
–¿Eres una chica de ciudad? ―preguntó Shelley.
Zoe reprimió un suspiro. Esto era lo que pasaba cuando tenías compañeros, siempre querían conocerte. Desenterrar todas las pequeñas piezas del rompecabezas que era tu pasado, y unirlas hasta que encajaran de una manera que les conviniera.
–Me recuerdan al lugar donde crecí ―dijo Zoe.
Shelley asintió, como si la captara y entendiera. Ella no la había captado. Zoe lo sabía con certeza.
Hubo una pausa en su conversación al pasar por las puertas de la comisaría, dirigiéndose a una pequeña sala de reuniones que los agentes locales les habían permitido usar para su base de operaciones. Viendo que estaban solas allí, Zoe colocó una nueva pila de papeles sobre la mesa y comenzó a extender el informe del forense junto con fotografías y algunos otros informes de los oficiales que habían llegado primero a la escena.
–¿No tuviste una gran infancia? ―preguntó Shelley.
Quizás ella podía captar más de lo que Zoe creía.
Tal vez no debería haberse sorprendido. ¿Por qué no debería Shelley ser capaz de leer las emociones y pensamientos de la misma manera que Zoe podía leer ángulos, medidas y patrones?
–No fue la mejor ―dijo Zoe, quitándose el pelo de los ojos y concentrándose en los papeles. ―Y no fue lo peor. Sobreviví.
Había un eco en su cabeza, un grito que le llegó a través del tiempo y la distancia. «Niña diabólica. Fenómeno de la naturaleza. ¡Mira lo que nos has hecho hacer!». Zoe lo bloqueó, ignorando el recuerdo de un día encerrada en su habitación como castigo por sus pecados, ignorando la larga y dura soledad del aislamiento de niña.
Shelley se movió rápidamente frente a ella, extendiendo algunas de las fotografías que ya tenían, y luego levantando los archivos de los otros casos.
–No tenemos que hablar de ello ―dijo ella, en voz baja―. Lo siento. No me conoces todavía.
Eso era inquietante, aunque fuera en un futuro lejano, implicaba un tiempo en el que se esperaría que Zoe confiara lo suficiente en ella. Tiempo en el que sería capaz de revelar todos los secretos encerrados en su interior desde que era una niña. Lo que Shelley no sabía, lo que no podía adivinar por su ligera investigación, era que Zoe no le contaría a nadie lo que había vivido en su infancia.
Excepto tal vez a esa terapeuta que la Dra. Applewhite había estado tratando de que viera.
Zoe ignoró todo para sonreírle a su compañera y asentir con la cabeza, y luego tomó uno de los archivos.
–Deberíamos revisar los casos anteriores. Yo leeré este, y tú puedes leer el otro.
Shelley se sentó en una silla en el lado opuesto de la mesa, mirando las imágenes del primer archivo mientras las extendía por la mesa, mientras masticaba una de sus uñas. Zoe apartó la mirada y se centró en las páginas que tenía delante.
–La primera víctima, asesinada en un estacionamiento vacío fuera de un restaurante que había cerrado media hora antes ―Zoe leyó en voz alta, resumiendo el contenido del informe―. Era una camarera del lugar, madre de dos hijos sin educación universitaria que aparentemente se había quedado en la misma ciudad toda su vida. No había signos de evidencia forense de valor en la escena; la metodología es la misma, la muerte por el alambre filoso y luego el cuidadoso barrido de las huellas y marcas.
–De nuevo no hay nada que nos ayude a localizarlo ―suspiró Shelley.
–Ella se había quedado cerrando el lugar después de limpiar y se dirigía a su casa después de un largo turno. Se dieron cuenta cuando no llegó a casa como de costumbre ―Zoe pasó a la siguiente página, escaneando el contenido para buscar algo de valor. ―Su marido fue el que la encontró. Salió a buscarla después de que no contestara el teléfono. Hay una gran posibilidad de que contaminara la evidencia al agarrar el cuerpo de su esposa cuando lo descubrió.
Zoe miró hacia arriba, satisfecha de que este caso estaba tan vacío de pistas como el otro. Shelley seguía concentrada, jugando con el colgante de su cadena de nuevo. Lo tapaban su pulgar y su dedo, era lo suficientemente pequeño como para desaparecer completamente detrás de ellos.
–¿Eso es una cruz? ―preguntó Zoe, cuando su nueva compañera finalmente levantó la mirada. Pensó que era un tema de conversación. Era algo bastante natural hablar sobre las joyas que usaba habitualmente su compañera. ¿Verdad?
Shelley miró su pecho, como si no se hubiera dado cuenta de lo que hacían sus manos.
–Oh, ¿esto? No. Fue un regalo de mi abuela. ―dijo y alejó sus dedos, sosteniéndolos para que Zoe pudiera ver el colgante de oro en forma de flecha, con un pequeño diamante en la cabeza puntiaguda. ―Por suerte mi abuelo tenía buen gusto para los regalos. Solía ser suyo.
–Oh ―dijo Zoe sintiendo un poco de alivio. No se había dado cuenta de lo tensa que estaba desde que había notado que Shelley sacaba el colgante y jugaba con él. ―¿Una flecha para el verdadero amor?
–Eso es ―sonrió Shelley. Luego frunció el ceño ligeramente, obviamente había captado el cambio de humor de Zoe. ―¿Te preocupaba que fuera demasiado religiosa o algo así?
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