5 de septiembre de 2005
08:30 horas, Hora de Moscú (00:30 horas, Hora del Este)
El Acuario
Sede de la Dirección Principal de Inteligencia (GRU)
Aeródromo de Khodynka
Moscú, Rusia
—¿Qué noticias hay de nuestro amigo? —dijo el hombre llamado Marmilov.
Estaba sentado en su escritorio, en una oficina del sótano sin ventanas, fumando un cigarrillo. Había un cenicero de cerámica, encima del escritorio de acero verde frente a él. Aunque era temprano, ya había cinco colillas de cigarrillos aplastadas en el cenicero. En el escritorio también había una taza de café (aderezado con un chorro de whisky, Jameson, importado de Irlanda).
Por la mañana, el hombre fumaba y bebía café solo. Así era como comenzaba su día. Llevaba un traje oscuro y el poco cabello que le quedaba caía sobre la parte superior de su cabeza, endurecido y sostenido en su lugar por la laca para el cabello. Todo el hombre era ángulos duros y huesos sobresalientes. Parecía casi un espantapájaros. Pero sus ojos eran agudos y conscientes.
Había vivido mucho tiempo y había visto muchas cosas. Había sobrevivido a las purgas de la década de 1980 y, cuando llegó el cambio, en la década de 1990, también sobrevivió. El GRU en sí había quedado intacto, a diferencia de su pobre hermano pequeño, el KGB. El KGB había sido destrozado y dispersado al viento.
El GRU era tan grande y poderoso como siempre, tal vez más. Y Oleg Marmilov, de cincuenta y ocho años, había desempeñado un papel integral en él durante mucho tiempo. El GRU era un pulpo, la agencia de inteligencia rusa más grande, con sus tentáculos en operaciones especiales, redes de espionaje en todo el mundo, interceptación de comunicaciones, asesinatos políticos, desestabilización de gobiernos, tráfico de drogas, desinformación, guerra psicológica y operaciones de bandera falsa, sin mencionar el despliegue de 25.000 tropas de élite Spetsnaz.
Marmilov era un pulpo que vivía dentro del pulpo. Sus tentáculos estaban en tantos lugares, que a veces un subordinado acudía a él con un informe y se quedaba en blanco por un momento antes de recordar:
–Oh sí. Eso. ¿Cómo va?
Pero algunas de sus actividades estaban muy presentes en su mente.
Atornillado a la parte superior de su escritorio había un monitor de televisión. Para un estadounidense de la edad adecuada, el monitor parecería similar a los televisores que funcionan con monedas, que alguna vez adornaron las estaciones de autobuses interurbanos en todo el país.
En la pantalla, se mostraban imágenes en directo de cámaras de seguridad. El hombre asumía que había un retraso en la llegada de datos, posiblemente de medio minuto. Por lo demás, el metraje iba al momento.
Las imágenes eran oscuras, había anochecido, pero Marmilov podía ver lo suficientemente bien. Una escalera de hierro que sube por el costado de una plataforma petrolera. Un grupo de barracones de aluminio corrugado y maltratadas en una parcela de tierra fría y árida. Una pequeña instalación portuaria en un mar helado, con un pequeño y resistente barco rompehielos atracado. No parece que haya gente en las imágenes.
Marmilov miró al hombre de pie frente a su escritorio.
–¿Y bien? ¿Hay noticias?
El visitante era un hombre más joven, quien, a pesar de que vestía un traje de negocios civil monótono y mal ajustado, parecía estar en posición de firmes. Se quedó mirando algo en una distancia imaginaria, en lugar de mirar al hombre sentado delante de él.
–Sí, señor. Nuestro contacto ha transmitido el mensaje de que se ha elegido un grupo de comandos. La mayoría de ellos están ya agrupados en el campo de aviación de Deadhorse, Alaska. Varios más, que representan la supervisión civil del proyecto, están de camino en un avión supersónico y llegarán en las próximas horas.
El hombre hizo una pausa. —A partir de entonces, probablemente pasará muy poco tiempo antes de que se despliegue la fuerza de asalto.
–¿Es fiable esta información? —preguntó Marmilov.
El hombre se encogió de hombros. —Proviene de una reunión secreta celebrada en la propia Casa Blanca. La reunión podría por supuesto ser una trampa, pero creemos que no. El Presidente estuvo presente, al igual que los miembros del mando militar.
–¿Conocemos el método de ataque?
El hombre asintió con la cabeza. —Creemos que desplegarán hombres rana, que nadarán hacia la isla artificial, emergerán debajo del hielo y llevarán a cabo el ataque.
Marmilov pensó en eso. —El agua debe estar bastante fría.
El hombre asintió con la cabeza. —Sí.
–Suena como una misión bastante difícil.
Ahora el joven mostró el fantasma de una sonrisa. —Los hombres rana llevarán un equipo submarino engorroso, diseñado para protegerlos del frío y nuestra inteligencia sugiere que llevarán sus armas en paquetes sellados. Cuentan con el elemento sorpresa, un ataque furtivo de buzos de élite altamente entrenados. Se pronostica que el clima será muy malo y volar será difícil. Hasta donde sabemos, no se planea ningún ataque simultáneo por mar o por aire.
–¿Pueden repelerlos nuestros amigos? —preguntó Marmilov.
–Teniendo en cuenta la advertencia anticipada de su aproximación y conociendo el método de ataque, es posible que nuestros amigos los estén esperando y los maten a todos. Después de eso…
El hombre se encogió de hombros. —Por supuesto, los estadounidenses dejarán caer el martillo. Pero eso no será asunto nuestro.
Oleg Marmilov le devolvió la sonrisa al joven. Dio otra calada al cigarrillo.
–Excepcional —dijo. —Mantenme informado de los acontecimientos.
–Por supuesto.
Marmilov señaló el monitor de su escritorio. —Y, naturalmente, soy un gran aficionado al deporte. Cuando comience la acción, veré cada momento en la TV.
00:45 horas, Hora del Este (20:45 horas, Hora de Alaska del 4 de septiembre)
Los cielos sobre la Península Superior
Michigan
El avión experimental salió disparado a través del cielo negro.
Luke nunca había estado en un avión como este. Todo era inusual. Cuando los integrantes del Equipo de Respuesta Especial se acercaron a la pista, las luces se apagaron. No solo las luces del avión en sí, sino las luces cercanas de la pista y del aeropuerto. El avión estaba depositado allí en algo cercano a la oscuridad total.
Su fuselaje tenía una forma extraña. Era muy estrecho, con una nariz caída, como un pájaro que sumerge su pico en el agua. Los estabilizadores traseros tenían una forma triangular extraña que Luke no había visto antes.
En el interior, el diseño de la cabina también era inusual. En lugar de estar configurado como un típico avión de empresa o del Pentágono, o incluso el jet del Equipo de Respuesta Especial, con asientos de tipo cubo y mesas desmontables, la cosa se había diseñado como la sala de estar de alguien.
Había un largo sofá seccional a lo largo de una pared, su respaldo alto bloqueaba donde normalmente habría pequeñas ventanas ovaladas. Había dos sillones reclinables frente a él y, entre el sofá y los sillones, una pesada mesa de madera, como una mesa de café, atornillada al suelo. Más extraño aún, directamente enfrente del sofá había una televisión extragrande de pantalla plana, bloqueando donde debería estar la otra hilera de ventanas.
Lo más curioso de todo, desde donde Luke estaba sentado en el sofá, a su izquierda había un tabique de vidrio grueso. Una puerta de cristal estaba tallada en el centro. Al otro lado de la partición había otra cabina de pasajeros, esta con asientos más típicos de un pequeño avión de pasajeros. Dos hombres estaban sentados dentro de esa cabina, discutiendo algo y mirando la pantalla de un ordenador portátil.
El tabique de cristal era aparentemente a prueba de ruido, ya que los hombres parecían estar hablando normalmente y Luke no podía escuchar nada de lo que decían. Los hombres tenían aspecto y porte militar, uno con chaqueta y corbata y otro con camiseta y vaqueros. El hombre de la camiseta era grande y musculoso.
–Es un SST —dijo Swann. Estaba sentado en el sofá con Luke, justo al otro lado de Trudy Wellington, que estaba sentada entre ellos, estudiando documentos en su ordenador portátil. La mera existencia del avión parecía excitar a Swann de una manera que Luke no entendía muy bien.
–Supersónico, pero no un avión de combate, sino de pasajeros. Dado que los franceses se rindieron con el Concorde y los rusos se rindieron con el Tupolev, nadie en la Tierra ni siquiera reconocerá haber trabajado en aviones supersónicos de pasajeros.
–Supongo que alguien ha estado trabajando en este —dijo Luke.
Murphy, sentado en uno de los sillones reclinables, hizo un gesto con la cabeza hacia el tabique de cristal.
–Me pregunto quién son los monos que están detrás de la puerta número tres.
El gran Ed Newsam, tumbado como una gran montaña en el otro sillón reclinable, asintió lentamente. —Yo también, tío.
–No os preocupéis por eso —dijo Swann. Señaló la pantalla de televisión frente al sofá. La pantalla mostraba actualmente una imagen de un avión, bordeando la frontera norte de los Estados Unidos sobre el estado de Michigan. Los datos al pie de la imagen mostraban la altitud, velocidad y tiempo hasta el destino.
–Mirad esos números. Altitud 17.500 metros. Velocidad 2.100 kilómetros por hora, aproximadamente Mach 2, el doble de la velocidad del sonido. Llevamos en el aire poco más de treinta minutos y solo nos quedan unas dos horas y media para llegar. Absolutamente inimaginable para un avión de este tamaño, que imagino que tiene aproximadamente el mismo perfil que un Gulfstream típico. ¿Te imaginas el empuje que tiene que tener esta cosa para superar la resistencia? Y ni siquiera se ha escuchado una explosión sónica.
Se detuvo por un segundo y miró a su alrededor.
–¿Habéis escuchado algo?
Nadie le respondió. Todos los demás parecían tener en mente el destino, la misión y la naturaleza misteriosa de los dos hombres en la otra habitación. La forma en que estaban llegando al destino era irrelevante. Para Luke, el avión era solo otro juguete de niños grandes, probablemente demasiado caro.
Pero a Swann le encantaban sus juguetes. —Una observación sobre nuestra ruta de vuelo. Estamos de camino hacia el Ártico de Alaska y, de lejos, la forma más eficaz de llegar es cruzando Canadá con un movimiento en diagonal al noroeste a través de su corazón. Pero, en vez de eso, estamos bordeando la frontera. ¿Por qué?
–¿Porque nos gusta la ineficiencia? —dijo Ed Newsam y sonrió.
Swann ni siquiera entendió el chiste. Sacudió la cabeza. —No. Porque si cruzamos Canadá, tenemos que explicarles lo que es esta cosa, que se mueve a dos veces la velocidad del sonido, por encima de su espacio aéreo. Pueden ser uno de nuestros aliados más cercanos, pero no queremos contarles nada acerca de este avión. Eso me dice que está clasificado.
–En la práctica, —dijo Trudy, sin levantar la vista de su equipo—, tendremos que cruzar a Canadá en algún momento. Alaska no está unida al resto de los Estados Unidos.
Swann miró a Trudy.
–Ay, —dijo Ed. —Lección de geografía. Eso ha tenido que doler.
–¿Podemos hablar de otra cosa? —dijo Murphy. —¿Por favor?
Luke miró a Trudy Wellington, sentada a su lado. Estaba acurrucada en el sofá en una pose habitual en ella, con las piernas cruzadas debajo. Podría estar sentada en el sofá de su casa, comiendo palomitas de maíz y a punto de ver una película. Su cabello rizado le colgaba y sus gafas rojas estaban en la punta de su nariz. Se estaba desplazando por una pantalla.
–¿Trudy? —dijo Luke.
Ella levantó la vista. —¿Sí?
–¿Qué estamos haciendo aquí?
Ella lo miró fijamente. Sus ojos encantadores se abrieron de sorpresa.
–La mejor suposición —dijo él. —¿Quiénes son los terroristas, qué quieren, por qué han atacado una plataforma petrolera y por qué ahora?
–¿Eso te va a ayudar? —contestó ella. —Quiero decir, ¿con la misión?
Luke se encogió de hombros. —Podría. Parece que estamos a ciegas acerca de todo y nadie parece interesado en iluminarnos ni un poco.
–O hablar con nosotros, en cualquier caso —dijo Murphy. Seguía mirando a los hombres al otro lado del cristal.
–Está bien —dijo Trudy. —Os voy a contar la parte fácil, primero. ¿Por qué atacar una plataforma petrolera y por qué ahora? Después haré una suposición muy confusa acerca de quiénes son y lo que quieren.
Luke asintió con la cabeza. —Somos todo oídos.
–Voy a suponer que nadie tiene conocimiento previo, —dijo Trudy.
Ed Newsam estaba tan relajado en su sillón que parecía que podría caerse al suelo. —Esa es probablemente la suposición más cierta que he oído en todo el día.
Trudy sonrió. —El Océano Ártico se está derritiendo —dijo. —La gente, los países, los medios de comunicación, las grandes corporaciones, todos debaten sobre los efectos a largo plazo del calentamiento global, o si es que existe. El consenso entre la gran mayoría de los científicos es que está pasando. Nadie está obligado a estar de acuerdo con ellos, pero lo que no se puede negar es que las capas de hielo polares, que en gran medida están congeladas desde el comienzo de la historia humana, ahora se están derritiendo, que lo están haciendo rápidamente y a un ritmo acelerado.
–Terrorífico —dijo Mark Swann. —El fin del mundo tal como lo conocemos.
–Y me siento bien —agregó Murphy.
Trudy se encogió de hombros. —No vayamos tan lejos. Quedémonos solo con lo que sabemos. Y lo que sabemos es que, cada año, el Océano Ártico tiene menos hielo que el año anterior. En poco tiempo, posiblemente dentro de nuestras vidas, puede que el hielo desaparezca completamente. Ya, la capa de hielo es más delgada y cubre menos superficie, durante menos meses del año, que en cualquier otro momento que sepamos.
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