La amplia superficie del lago Nimbo parecía inmóvil y tranquila mientras el helicóptero se acercaba a ella.
“Pero las apariencias engañan”, se recordó Riley a sí misma. Sabía que las superficies tranquilas podían guardar secretos oscuros.
El helicóptero descendió para buscar un lugar en donde aterrizar. Riley se sentía un poco mareada por el movimiento inestable. No le gustaban mucho los helicópteros. Ella miró a Bill, quien estaba sentado a su lado. Se veía igual de incómodo que ella.
Pero cuando miró al agente Holbrook, su rostro parecía inexpresivo. Casi ni había hablado durante el vuelo de media hora desde Phoenix. Riley aún no sabía qué pensar de él. Estaba acostumbrada a leer a las personas fácilmente, a veces demasiado fácilmente. Pero Holbrook todavía le parecía un enigma.
El helicóptero por fin aterrizó y los tres agentes del FBI pisaron tierra firme, agachándose debido a las hélices que aún estaban en movimiento. El camino donde había aterrizado el helicóptero no era más que huellas de neumáticos entre malezas.
Riley observó que el camino no era muy transitado. Aún así, parecía que suficientes vehículos habían pasado por él durante esta semana como para ocultar las huellas dejadas por el vehículo que había conducido el asesino.
El motor ruidoso del helicóptero por fin dejó de sonar, haciendo más fácil el hablar mientras Riley y Bill seguían a Holbrook a pie.
“Cuéntanos todo lo que sabes sobre este lago”, le dijo Riley a Holbrook.
“Es uno de los embalses creados por las represas en el río Acacia”, dijo Holbrook. “Este es el más pequeño de los lagos artificiales. Está repleto de peces, y es un espacio recreativo popular, pero los espacios públicos están al otro lado del lago. El cadáver fue descubierto por una pareja de adolescentes drogados con marihuana. Les mostraré el lugar”.
Holbrook los llevó a una cresta de piedras sobre el lago.
“Los chicos estaban justo donde estamos parados”, dijo. Señaló hacia la orilla del lago. “Miraron hacia allí y lo vieron. Dijeron que solo parecía ser una forma oscura en el agua”.
“¿A qué hora estuvieron aquí?”, preguntó Riley.
“Un poco más temprano que ahora”, dijo Holbrook. “Faltaron a clase y se drogaron”.
Riley analizó todo el lugar. El sol estaba bajo, y las cimas de los acantilados de roca roja al otro lado del lago estaban ardiendo por la luz. Había unos botes en el agua. La distancia entre la cresta y el agua era de unos tres metros aproximadamente.
Holbrook señaló un lugar cercano donde la pendiente no era tan empinada.
“Los niños bajaron para acercarse más”, dijo. “Fue entonces cuando descubrieron lo que realmente era”.
“Pobres chicos”, pensó Riley. Hace unas dos décadas había probado la marihuana en la universidad. Aún así, podía imaginarse el miedo intenso de haber hecho este descubrimiento mientras estaban drogados.
“¿Quieres bajar para ver más de cerca?”, Bill le preguntó a Riley.
“No, de aquí se ve bien”, dijo Riley.
Su instinto le decía que estaba justo donde necesitaba estar. Después de todo, el asesino seguramente no había arrastrado el cuerpo por la misma pendiente por la que habían bajado los chicos.
“No”, pensó. “Estuvo parado justo aquí”.
Incluso parecía que la escasa vegetación en la que estaba parada parecía estar un poco deshecha.
Respiró un poco, tratando de deslizarse en la mente del asesino. Sin duda había venido de noche. ¿Pero en una noche clara o nublada? Bueno, en Arizona en esta época del año, las posibilidades eran que la noche fue clara. Y recordó que la luna estaría brillante hace aproximadamente una semana. En la luz de las estrellas y la luz de la luna, él pudo haber visto que lo estaba haciendo bastante bien, posiblemente incluso sin una linterna.
Lo imaginaba poniendo el cuerpo aquí mismo. ¿Pero qué había hecho luego? Evidentemente había rodado el cuerpo por la cornisa. Había caído justo en las aguas poco profundas.
Pero algo no parecía estar bien en todo este escenario. Se preguntó una vez más, como lo había hecho en el avión, cómo pudo haber sido tan descuidado.
Es cierto que, desde aquí en la cornisa, probablemente no pudo haber visto que el cuerpo no se había hundido lo suficiente. Los chicos habían descrito la bolsa como “una forma oscura en el agua”. Desde esta altura, la bolsa sumergida probablemente había sido invisible, incluso en una noche brillante. Él había asumido que el cuerpo se había hundido, como los cuerpos recién muertos lo hacen en agua dulce, especialmente cuando son pesados con piedras.
Pero ¿por qué supuso que el agua era profunda aquí?
Observó el agua cristalina. En la luz del atardecer, podía ver fácilmente la cornisa sumergida por donde había descendido el cadáver. Era un área horizontal pequeña, nada más que la parte superior de una roca. Alrededor de ella, el agua era negra y profunda.
Observó el lago. Acantilados sobresalían de todas partes del agua. Podía ver que el lago Nimbo lago había sido un cañón profundo antes de que la presa lo llenara con agua. Vio solo unos pocos lugares donde uno podía caminar por la costa. Los lados del acantilado descendían a las profundidades.
Riley vio crestas similares con aproximadamente la misma altura a su derecha e izquierda. El agua debajo de esos acantilados era oscura, sin señales de una cornisa similar a la que estaba justo debajo de esta.
Sintió un cosquilleo de comprensión.
“Él ha hecho esto antes”, les dijo a Bill y a Holbrook. “Hay otro cuerpo en este lago”.
*
Durante el viaje en helicóptero de regreso a la oficina central de la división de FBI de Phoenix, Holbrook dijo: “¿Entonces crees que sí se trata de un caso de asesinatos en serie?”.
“Sí, sí lo creo”, dijo Riley.
“Yo no estaba seguro”, dijo Holbrook. “Estaba ansioso porque alguien bueno viniera a tomar el caso. Pero ¿qué viste que te hizo cambiar de parecer?”.
“Hay otras cornisas iguales a la que utilizó para arrojar el cuerpo”, explicó. “Utilizó uno de los otros desniveles antes, y ese cuerpo se hundió como debía. Pero quizás no pudo encontrar el mismo lugar. O tal vez pensó que este era el mismo lugar. De todos modos, esperó obtener el mismo resultado esta vez, pero se equivocó”.
“Te dije que descubriría algo allí”, dijo Bill.
“Unos buzos tendrán que efectuar una búsqueda en el lago”, agregó Riley.
“Costará que aprueben hacer eso”, dijo Holbrook.
“Hay que hacerlo. Hay otro cuerpo allí abajo. Puedes contar con eso. No sé cuánto tiempo ha pasado allí, pero está allí”.
Hizo una pausa, evaluando mentalmente lo que esto le decía sobre la personalidad del asesino. Él era competente y capaz. No era un perdedor patético como Eugene Fisk. Era más como Peterson, el asesino que había capturado y atormentado tanto a April como a ella. Era astuto y equilibrado y le encantaba matar, era un sociópata, en lugar de un psicópata. Por encima de todo, era confiado.
“Tal vez demasiado confiado para su propio bien”, pensó Riley.
Podría hasta ser su perdición.
“El tipo que buscamos no es ninguna escoria criminal”, dijo. “Apuesto a que es un ciudadano común, razonablemente bien educado, tal vez con una esposa y familia. Nadie que lo conoce cree que es un asesino”.
Riley observó el rostro de Holbrook mientras hablaban. Aunque ahora sabía algo sobre el caso que no había sabido antes, Holbrook aún le parecía totalmente impenetrable.
El helicóptero sobrevoló el edificio del FBI. Había caído la noche y el área estaba bien iluminada.
“Mira”, Bill dijo, señalando por la ventana.
Riley miró hacia donde señalaba. Se sorprendió al ver que el jardín de rocas parecía una huella gigantesca desde aquí. Parecía un letrero de bienvenida. Algún paisajista excéntrico había decidido que esta imagen hecha de piedras era más adecuada para el nuevo edificio del FBI que un jardín plantado. Centenares de piedras habían sido cuidadosamente colocadas en filas curvas para crear la ilusión acaballonada.
“Guau”, le dijo Riley a Bill. “¿Qué huella dactilar habrán utilizado? La de una persona legendaria, supongo. ¿Tal vez la de Dillinger?”.
“O tal vez la de John Wayne Gacy. O Jeffrey Dahmer”.
Esto le pareció un poco extraño. En el suelo, nadie se imaginaría que la disposición de piedras era algo más que un laberinto sin sentido.
Le pareció una señal y una advertencia. Este caso iba a obligarla a ver las cosas desde una nueva y perturbadora perspectiva. Estaba a punto de entrar en un mundo de oscuridad que jamás había imaginado.
El hombre disfrutaba ver a las prostitutas callejeras. Le gustaba como se agrupaban en la esquina y caminaban por las aceras, más que todo de a dos. Le parecía que eran más enérgicas que las call girls y las acompañantes, propensas a perder los estribos fácilmente.
Por ejemplo, en este momento, vio a una de ellas maldiciendo a un montón de chicos jóvenes toscos que estaban dentro de un vehículo por tomar su foto. El hombre no podía culparla por ello. Después de todo, ella estaba aquí para hacer negocios, no para servir como paisaje.
“¿Dónde está el respeto?”, pensó con una sonrisa. “Los chicos de hoy en día”.
Ahora los chicos estaban riéndose de ella y gritando obscenidades. Pero no podían igualar sus réplicas originales, algunas de ellas en otro idioma. Le gustaba su estilo.
Estaba en un barrio pobre, estacionado cerca de una fila de moteles baratos donde las prostitutas callejeras se juntaban. Las otras chicas eran menos vivaces que la que había gritado las palabrotas. Sus intentos de sensualidad no podían compararse con los de ella, y sus avances eran vulgares. Mientras observaba, una de las chicas se subió la falda para mostrarle sus pequeñas bragas al conductor de un carro que pasaba lentamente por allí. El conductor no se detuvo.
Siguió mirando a la chica que le había llamado la atención de primera. Estaba pataleando con indignación, quejándose con las otras chicas.
El hombre sabía que podría tenerla si así lo quisiera. Ella podría ser su próxima víctima. Todo lo que tenía que hacer para llamar su atención era conducir hacia ella.
Pero no, no haría eso. Nunca hacía eso. Nunca se le acercaría a una prostituta en la calle. Ella tenía que acercarse a él. Era igual incluso con las putas que conocía a través de un servicio o en un burdel. Lograría que se reunieran con él a solas en alguna parte sin pedírselo directamente. Todo parecería idea de ellas.
Con suerte, la chica enérgica notaría su carro caro y se le acercaría. Su carro era una excelente carnada. También el hecho que él se vestía bien.
Pero sin importar como terminara la noche, tenía que tener más cuidado que la vez pasada. Había sido descuidado, dejando caer su cuerpo sobre esa cornisa y esperando que se hundiera.
¡Y había creado tremendo revuelo! ¡La hermana de un agente del FBI! Y habían llamado a unos agentes importantes de Quántico. No le gustaba eso. No quería ni publicidad ni fama. Todo lo que quería hacer era satisfacer sus antojos.
¿Y no tenía todo el derecho a hacerlo? ¿Qué hombre adulto sano no tiene sus antojos?
Ahora iban a enviar buzos al lago para buscar cuerpos. Sabía lo que podrían encontrar allí, incluso después de tres años. No le gustaba eso en lo absoluto.
No solo se preocupaba por sí mismo. Curiosamente, se sentía mal por el lago. Hacer que los buzos buscaran entre todos sus rincones le parecía algo obsceno e invasor, una violación imperdonable. Después de todo, el lago no había hecho nada malo. ¿Por qué debía de ser invadido?
De todos modos, no estaba preocupado. No había manera que pudieran rastrearlo a través de las víctimas. Simplemente no iba a suceder. Sin embargo, ya había acabado con ese lago. No había decidido aún dónde depositar su próxima víctima, pero estaba seguro que tomaría una decisión antes de terminada la noche.
Ahora la chica vivaz estaba mirando su carro. Comenzó a caminar hacia él.
Bajó la ventanilla del asiento del pasajero y ella asomó la cabeza. Era una latina de piel oscura, con un maquillaje intenso compuesto de un delineado de labios, sombra de ojos colorida y cejas arqueadas que parecían ser tatuadas. Sus aretes eran unos crucifijos de oro grandes.
“Bonito carro”, dijo.
Él sonrió.
“¿Qué hace una chica tan linda en la calle tan tarde?”, preguntó. “¿Ya no es tu hora de dormir?”.
“Tal vez deberías arroparme”, dijo ella, sonriendo.
Sus dientes le parecieron extraordinariamente limpios y rectos. De hecho, se veía muy saludable. Era muy raro ver eso aquí en las calles, donde la mayoría de las chicas estaban en diversas etapas de adicción a la metanfetamina.
“Me gusta tu estilo”, dijo. “Muy chola”.
Su sonrisa se ensanchó. Podía ver que le gustaba ser conocida como la latina que se tiraba a los pandilleros.
“¿Cuál es tu nombre?”, preguntó.
“Socorro”.
“Ah, Socorro”, pensó. “Sinónimo de ayuda”.
“Apuesto a que socorres a bastantes hombres”, dijo en un tono lascivo.
Sus ojos color marrón oscuro lo miraban lascivamente. “Tal vez puedo socorrerte ahora mismo”.
“Tal vez”, dijo.
Pero antes de que pudieran comenzar a fijar los términos, un carro se estacionó justo detrás de él. Escuchó a un hombre gritar desde la ventanilla del conductor.
“¡Socorro!”, gritó. “¡Vente!”.
La chica subió la mirada con una demostración pobre de indignación.
“¿Por qué?”, gritó.
“Vente aquí, ¡puta!”.
El hombre detectó un poco de miedo en los ojos de la chica. No podía ser porque el hombre en el carro la había llamado puta. Suponía que el hombre era su proxeneta, viniendo a ver cuánto dinero había ganado esta noche.
“¡Pinche Pablo!”. Murmuró el insulto en voz baja. Luego caminó hacia el carro.
El hombre se quedó allí, preguntándose si iba a volver, si aún querría hacer negocios con él. De cualquier manera, esto no le gustaba. Esperar no era su estilo.
Su interés en la chica de repente se esfumó. No, no perdería su tiempo con ella. No tenía ni idea de lo afortunada que era.
Además, ¿qué estaba haciendo rebajándose de esta manera? Su próxima víctima debería tener más clase.
“Chiffon”, pensó. Casi había olvidado a Chiffon. “Pero tal vez la he estado guardando para una ocasión especial”.
Podía esperar. No tenía que ser esta noche. Se fue conduciendo, regocijándose por su autocontrol, a pesar de sus enormes antojos. Consideraba que era una de sus mejores cualidades personales.
Después de todo, era un hombre muy civilizado.
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