Читать книгу «Un Rastro de Asesinato » онлайн полностью📖 — Блейка Пирс — MyBook.
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—Usted nos dio por teléfono un resumen cronológico a grandes líneas. Pero me gustaría que lo revisara para nosotros con mayor detalle, si puede. ¿Por qué no comenzar con la última vez que vio a su esposa?

—Okey, fue ayer en la mañana y estábamos en el dormitorio...

Keri intervino.

—Siento interrumpirlo, pero ¿puede llevarnos allá? Me gustaría estar en el cuarto mientras describe los eventos que allí ocurrieron.

—Sí, por supuesto. ¿Lupe debe venir también?

—Hablaremos con ella por separado—dijo Keri. Jeremy Burlingame asintió y encabezó la subida por la escalera hasta el dormitorio. Keri continuaba observándolo cuidadosamente. Su interrupción de hacía un momento se debió solo en parte a la razón que dio.

Ella también quería calibrar cómo un doctor poderoso y de tanto prestigio reaccionaba cuando recibía órdenes de una mujer. Al menos, hasta ahora, eso no pareció perturbarlo. Lucía dispuesto a hacer o decir lo que ella le pidiera si eso ayudaba.

Mientras caminaba, ella lo acribilló con preguntas adicionales.

—En circunstancias normales, ¿dónde estaría su esposa en este momento?

—Aquí en la casa, me imagino, preparándose para la recaudación de fondos de esta noche.

—¿Qué recaudación de fondos es esa?—preguntó Keri, simulando ignorancia.

—Tenemos una fundación que financia cirugía reconstructiva, principalmente para niños con irregularidades faciales, pero en ocasiones también para adultos que se recuperan de quemaduras o accidentes. Kendra dirige la fundación y celebra dos galas importantes al año. Una estaba fijada para esta noche en Hotel Península.

—¿Está su auto aquí en la casa?—preguntó Brody mientras empezaban a subir por un largo tramo de la escalera.

—Honestamente no lo sé. No puedo creer que no se me ocurriera revisar. Déjeme preguntarle a Lupe.

Tomó su celular y empleó lo que parecía una función walkie-talkie.

—Lupe, ¿sabes si el auto de Kendra está en el garaje? —la respuesta fue casi inmediata.

—No, Dr. Burlingame. Revisé cuando usted llamó más temprano. No está allí. Además, cuando colgaba unas ropas, noté que uno de sus bolsos de viajes pequeños no estaba en su closet.

Burlingame se veía perplejo.

—Esto es raro—dijo.

—¿Qué es?—preguntó Keri.

—No veo qué razón pudo haber tenido ella para tomar un bolso de viaje. Tiene un duffel que usa cuando va al gimnasio, y usa un portatrajes si planea cambiarse a un vestido de noche en el mismo lugar de la gala. Solo usa los bolsos de viajes como equipaje de mano cuando estamos viajando.

Después de subir el tramo de la escalera y cruzar un largo corredor, llegaron al dormitorio principal. Brody, jadeando por el largo trayecto, puso sus manos en las caderas, sacó el pecho, y respiró con fuerza.

Keri examinó la habitación. Era enorme, más grande que toda su casa bote. La cama de cuatro postes tamaño king estaba hecha. Un grácil baldaquín la cubría, haciéndola lucir como una nube cuadrada. El amplio balcón, con su puerta totalmente abierta, se orientaba hacia el oeste, ofreciendo una vista del Océano Pacífico.

Un gigantesco televisor de plasma, de por lo menos setenta y cinco pulgadas, colgaba de una pared. Las otras paredes estaban decoradas con gusto con cuadros y fotos de una feliz pareja. Keri avanzó para contemplar una.

Parecían estar de vacaciones, en algún lugar cálido con un océano al fondo. Jeremy vestía una camisa rosada, suelta, desabotonada y sin arrugas, junto con shorts ajustados de cuadros. Tenía colocadas unas gafas de sol y su sonrisa era ligeramente tonta y forzada, como la de un hombre que le incomoda ser retratado.

Kendra Burlingame llevaba un vestido veraniego color turquesa con sandalias trenzadas de tacón grueso que envolvían sus tobillos. Su piel bronceada hacía contraste con su vestido. Su cabello negro estaba recogido en una floja cola de caballo, y sus gafas de sol descansaban sobre su cabeza. Mostraba una amplia sonrisa, como si se hubiera estado riendo y a duras penas se las hubiera arreglado para contenerla. Era tan alta como su marido, con piernas largas, y ojos azul verdoso que combinaban con el agua que estaba detrás de ella. Estaba inclinada hacia él, y éste, con su brazo rodeaba de manera casual la cintura de ella. Era asombrosamente hermosa.

—¿Así que la última vez que vio a su esposa fue cuándo?—preguntó ella. Estaba de espaldas a Burlingame pero podía ver el reflejo en el vidrio del portarretrato.

—Aquí—dijo él, con una cara de preocupación que no escondía nada que ella pudiera ver—. Fue ayer por la mañana. Tenía que irme temprano a San Diego para supervisar un procedimiento complicado. Estaba todavía en cama cuando me despedí de ella con un beso. Eran probablemente alrededor de las seis cuarenta y cinco.

—¿Estaba despierta cuando usted se fue?—preguntó Brody.

—Sí. Tenía la TV encendida. Estaba mirando las noticias locales para saber cómo estaría el clima en la gala de la noche.

—¿Y esa fue la última vez que la vio, ayer por la mañana?—preguntó Keri de nuevo.

—Sí, Detective—dijo, sonando por primera vez ligeramente molesto—. He contestado esa pregunta varias veces. ¿Puedo hacer una pregunta?

—Por supuesto.

—Sé que tenemos que revisar todo aquí de manera metódica. Pero entretanto, ¿puede por favor hacer que su gente chequee el GPS en el teléfono de Kendra y en el auto? Puede que eso ayude a localizarla.

Keri había estado esperando que él hiciera esa pregunta. Por supuesto que en el momento en que se encargaron del caso, Hillman había ordenado a los técnicos allá en la estación que iniciaran ese proceso. Pero ella había estado callando ese detalle hasta este mismo momento. Quería calibrar la reacción de él a su respuesta.

—Es una buena idea, Dr. Burlingame —dijo—, es por eso que ya lo hemos hecho.

—¿Y qué encontraron?—Burlingame preguntó esperanzado.

—Nada.

—¿Nada? ¿Cómo así que nada?

—Pareciera que tanto en el teléfono como en el auto, el GPS ha sido apagado.

Keri, totalmente alerta, observó detenidamente la reacción de Burlingame.

Él la contempló asombrado.

—¿Apagado? ¿Cómo puede ser eso posible?

—Es solo posible si fue hecho de manera intencional, por alguien que no quería que ni el auto ni el teléfono fuera encontrado.

—¿Eso significa que fue un secuestrador que no quería que la encontraran?

—Es posible —contestó Brody—. O podría ser que ella no quiere ser hallada.

La expresión de Burlingame cambió del asombro a la incredulidad.

—¿Está sugiriendo que mi esposa se fue por su cuenta e intentaba ocultar adónde iba?

—No sería la primera vez —dijo Brody.

—No. Eso no tiene sentido. Kendra no es el tipo de persona que hace eso. Además, ella no tiene razones para hacerlo. Nuestro matrimonio está bien. Nos amamos el uno al otro. Ella ama su trabajo en la fundación. Ama a esos chicos. Ella simplemente no se levantaría y abandonaría todo eso. Yo sabría si algo andaba mal. Lo sabría.

Para los oídos de Keri, él sonaba casi como si suplicara, como un hombre que trata de convencerse a sí mismo. Se veía completamente perdido.

—¿Está seguro de eso, Doctor?—preguntó ella— A veces ocultamos secretos, incluso a los que amamos. ¿Hay alguien más en el que ella confiara, aparte de usted?

Burlingame no pareció escucharla. Se sentó en el borde de la cama, meneando su cabeza lentamente, como si eso pudiera sacar las dudas de su mente.

—¿Dr. Burlingame? preguntó Keri de nuevo con delicadeza.

—Hmm, sí —dijo, levantándose—. Su mejor amiga es Becky Sampson. Se conocen desde la escuela. Fueron juntas a una reunión de la secundaria hace un par de semanas y Kendra pareció un tanto agitada a su regreso, pero no puedo decir por qué. Ella vive por Robertson. Quizás Kendra le mencionó algo a ella.

—Correcto, la contactaremos —le aseguró Keri—. Mientras tanto, vamos a hacer que venga hasta acá un equipo de escena del crimen para que haga un reporte detallado de su casa. Seguiremos la última localización conocida del auto y el teléfono de su esposa antes de que el GPS fuera desactivado. ¿Me está escuchando, Dr. Burlingame?

El hombre parecía haber entrado en estupor paralizante, mirando con fijeza al frente. Al sonido de su nombre, parpadeó y pareció regresar.

—Sí, equipo de escena del crimen, revisión de GPS. Comprendo.

—Necesitamos también verificar todo acerca de su paradero el día de ayer, incluyendo e tiempo pasado en San Diego —dijo Keri—. Necesitaremos contactar a todos con los que trató por allá.

—Tenemos que hacer esto con la debida diligencia —añadió Brody, en un torpe intento por ser diplomático.

—Comprendo. Estoy seguro de que el marido es por lo general el principal sospechoso cuando una mujer desaparece. Tiene sentido. Haré una lista de todos con los que interactué y les dare sus números. ¿Lo necesitan ahora?

—Mientras más pronto mejor —dijo Keri—. No quiero parecer dura, pero tiene razón, Doctor—el esposo es típicamente el principal sospechoso. Y mientras más pronto podamos eliminarlo como tal, con más rapidez podremos pasar a otras teorías. Vamos a hacer que algunos oficiales vengan y aseguren toda el área. Entretanto, apreciaría si usted y Lupe pudieran acompañarnos al patio donde el Detective Brody y yo estacionamos. Esperaremos allí hasta que pueda llegar apoyo y la Unidad de Escena del Crimen pueda comenzar a procesar la escena.

Burlingame asintió y se arrastró fuera de la habitación. Entonces, de repente, irguió la cabeza e hizo una pregunta.

—¿Qué tanto tiene ella, Detective Locke, asumiendo que se la llevaron? Sé que el tiempo cuenta en estas cosas. ¿Cuánto tiempo realmente piensa que ella tiene?

Keri lo miró de frente. No había segundas intenciones en su expresión. Parecía que en verdad trataba de agarrarse a algo racional y fáctico. Era una buena pregunta, una que necesitaba responderse a sí misma.

Hizo un rápido cálculo mental. Los números que obtuvo no eran buenos. Pero no podía ser así de franca con el esposo de una víctima potencial. Así que lo suavizó un poco sin mentirle.

—Mire, Doctor. No voy a mentirle. Cada segundo cuenta. Pero todavía tenemos una par de días antes de que el rastro de evidencias comience a enfriarse. Y vamos a volcar recursos importantes para encontrar a su esposa. Todavía hay esperanza.

Pero internamente, el cálculo era menos alentador. Usualmente, setenta y dos horas era el límite máximo. Así que asumiendo que ella hubiese sido llevada en algún momento, ayer por la mañana, tenían poco menos de cuarenta y ocho horas para encontrarla. Y eso siendo optimistas.