Keri avanzó por el corredor del Centro Médico Cedars-Sinaí, tan rápido como podía permitírselo su cuerpo adolorido. La casa de Becky Sampson estaba a solo cuadras del hospital, así que Keri no se sentía demasiado culpable por hacer una rápida parada técnica para ver cómo estaba Ray.
Pero al aproximarse a la habitación, podía sentir cómo ese nuevo y familiar nerviosismo comenzaba a batir sus entrañas. ¿Cómo iban a ser de nuevo normales las cosas entre ellos, existiendo este silencioso secreto que compartían pero no podían reconocer? Al llegar a su habitación, Keri se decidió por lo que esperaba sería una solución temporal. Fingiría.
La puerta estaba abierta y pudo ver que Ray estaba dormido. No había más nadie en la habitación. El último contrato laboral firmado con la ciudad estipulaba que los oficiales hospitalizados ocuparan habitaciones privadas siempre que estuviesen disponibles, así que disponía él de una, bellamente dulce. La habitación tenía una vista de Hollywood Hills y un gran TV de plasma, que estaba encendido pero sin volumen. Una vieja película con Sylvester Stallone compitiendo en un campeonato de pulso llenaba la pantalla.
No era de sorprender que se hubiera quedado dormido.
Keri avanzó y estudió a su dormida pareja. Acostado en la cama, con una suelta vestimenta floral de hospital sobre su cuerpo, Ray Sands se veía mucho más frágil de lo acostumbrado. Normalmente, su constitución afro-americana de uno noventa y tres, y ciento cuatro kilos, era intimidante, al igual que su cabeza completamente calva. Tenía más que ganado su sobrenombre de Big.
Con los ojos cerrados, no se notaba su ojo derecho de vidrio, el que había perdido en un combate de boxeo hacía años. Nadie hubiera adivinado que el hombre de cuarenta años que ahora estaba acostado en una cama de hospital con un taza intacta de gelatina roja junto a él, había sido alguna vez Ray —The Sandman— Sands, un medallista olímpico de bronce y un contendor profesional de peso pesado, considerado alguna vez favorito para ganar el título. Por supuesto, eso fue antes de que un zurdo infravalorado, con un gancho izquierdo brutal, le hubiera destruido el ojo y acabado de un solo golpe su carrera, a la edad de veintiocho.
Después de vueltas y revueltas, Ray se topó con la carrera policial y ascendió en el departamento hasta convertirse en uno de los más preciados investigadores de Personas Desaparecidas. Con el retiro inminente de Brody, estaba a la espera de ocupar su puesto en Robos y Homicidios.
Keri echó un vistazo a las distantes colinas, preguntándose cuál sería la situación de ambos en seis meses, cuando ya no fueran pareja ni estuvieran en la misma unidad. Desechó el pensamiento, reacia a imaginar la vida sin esa constante influencia en su vida desde que se habían llevado a Evie.
De pronto sintió que era observada. Bajó la vista y vio que Ray estaba despierto, contemplándola en silencio .
—¿Cómo te va, Smurfette?—preguntó juguetonamente. Adoraban hacer burla el uno del otro debido a su ostensible diferencias de estatura.
—Okey, ¿cómo te sientes hoy, Shrek?
—Un poco cansado, para ser honesto. Tuve una larga sesión de ejercicios hace un rato. Caminé todo el corredor de ida y vuelta. Cuidado, LeBron James, te estoy pisando los talones.
—¿Te dieron un cronograma donde diga cuándo te dejan salir?—preguntó ella.
—Dijeron que quizás para el final de la semana, si las cosas continúan progresando. Vendrán entonces dos semanas guardando cama en casa. Si todo va bien, me permitirán que haga turno de escritorio de manera limitada. Suponiendo que no me haya pegado un tiro de puro aburrimiento antes de que llegue ese momento.
Keri guardó silencio por un instante, sopesando qué decir a continuación. Parte de ella quería decirle a Ray que se lo tomara con calma, que no se presionara demasiado para regresar al trabajo. Por supuesto, decirle eso sería hipócrita, porque era exactamente lo que ella había hecho. Y sabía que él se lo echaría en cara.
Pero él había recibido un tiro mientras ayudaba a salvarle la vida a ella. Eso la hacía sentir responsable. Sentía que debía protegerlo. Y sentía otras cosas sobre las que no estaba totalmente dispuesta a pensar por el momento.
Finalmente decidió que darle algo en que distraerse podría resultar mejor que sermonearlo.
—A lo largo de esas etapas, podrías ser de ayuda en un caso que acaba de tocarme. ¿Dispuesto a mezclar un poco de análisis con tu gelatina?—preguntó ella.
—Primero que nada, felicidades por regresar al servicio de campo. Segundo, ¿qué tal si saltamos la gelatina y vamos directo al caso?
—Okey. Este es lo fundamental. Kendra Burlingame, es una mujer de alta sociedad de Beverly Hills y esposa de un exitoso cirujano plástico, de la que no se sabe nada desde ayer en la mañana...
—¿Qué día era ayer?—interrumpió Ray—Los supresores de dolor me desorientan un poco, cuando se trata, ya sabes, de días de la semana.
—Ayer era lunes, Sherlock —dijo Keri con un poco de mordacidad—. Su esposo dice que la vio por última vez a las seis cuarenta y cinco a.m. antes de irse a San Diego a supervisar una cirugía. Ahora mismo son las dos y cuarenta del martes en la tarde, así que tiene alrededor de veintidós horas desaparecida.
—Suponiendo que el esposo esté diciendo la verdad. Conoces la primera regla cuando se trata de esposas desaparecidas: el marido lo hizo.
A Keri le molestaba que todos, incluyendo su aparentemente iluminada pareja, parecieran recordárselo constantemente. Al responder, no pudo evitar que hubiera sarcasmo en el tono de su voz.
—¿En verdad, Ray, es esa la primera regla? Déjame anotarlo porque es la primera vez que lo escucho. ¿Alguna otra perla de sabiduría que quieras ofrecer, oh, sabio maestro? ¿Quizás que el sol está caliente? O, ¿que esa col sabe a papel de aluminio?
—Solo digo...
—Créeme, Ray, lo sé. Y el hombre es en la actualidad el sospechoso número uno. Pero también ella pudo simplemente haber huido. Pienso, como profesional de la ley, que podría valer la pena seguir otras pistas, ¿no lo crees?
—Lo creo. De esa forma, tendrás una pierna sobre la cual puedas sostenerte de pie cuando lo arrestes.
—Es agradable verte haciendo un uso tan entusiasta de tus habilidades investigativas en lugar de simplemente saltar a conclusiones infundadas —dijo Keri en plan de burla, intentando no sonreír.
—Así es como me muevo. Entonces, ¿qué sigue en la agenda?
—Voy a ver a la mejor amiga de Kendra cuando salga de aquí. Su residencia está a la vuelta de la esquina. El esposo dijo que Kendra estaba actuando de manera extraña luego que regresaron de una reunión de secundaria.
—¿Alguien está chequeando lo del viaje del doctor a San Diego?
—Brody está yendo para allá ahora.
—¿Te pusieron de pareja a Frank Brody?—dijo Ray, intentando no reírse—No es de extrañar que prefieras gastar tu tiempo con un inválido. ¿Cómo va eso?
—¿Por qué crees que no objeté cuando se ofreció a ir a San Diego? Los chicos de allá podían fácilmente hacer ese seguimiento, pero él insistió y me imaginé que eso le mantendría a él y a esa atrocidad marrón de auto fuera de mi camino por un rato. Además, prefiero gastar tiempo en compañía de un agotado, debilucho, encamado y triste saco como tú que un día cualquiera con Brody.
Todo el cotorreo había relajado a Keri hasta hacerla sentir tan confortable que se dio cuenta, demasiado tarde, que su último comentario la había enviado de vuelta a una situación incómoda. Ray guardó silencio por un momento, abrió entonces su boca para decir algo pero Keri se adelantó.
—Como sea, debo irme. Se suponía que estaría reunida con la amiga de Kendra ahora mismo. Más tarde vengo a ver cómo estás. Tómalo con calma, ¿okey?
Salió sin esperar respuesta. Mientras se apresuraba por el pasillo para tomar el ascensor, se repetía una palabra, una y otra vez.
Idiota. Idiota. Idiota.
Sintiéndose todavía ruborizada por lo embarazoso de la situación, Keri hizo el corto trayecto hasta la casa de Becky Sampson. Vislumbró su rostro ruborizado en el espejo retrovisor y apartó la mirada con rapidez, tratando de pensar en cualquier cosa que no fuera cómo habían quedado las cosas con Ray. Le pasó por la cabeza que al haberse ido con tanta precipitación, había olvidado contarle acerca de la llamada anónima que tenía que ver con Evie, y de su visita al almacén abandonado.
En este caso, Keri. Mantén tu mente en este caso.
Consideró entonces llamar al Detective Kevin Edgerton, el experto en tecnología que rastreaba la última localización conocida del GPS de Kendra, para ver si había tenido suerte.
A una parte de ella le molestaba hacer que Edgerton trabajara en ello, pues lo apartaba de la tarea de descifrar el código de la portátil de Alan Pachanga. De nuevo la frustración la recorría por dentro, mientras recordaba cómo en principio habían creído haber ingresado a toda una red de secuestradores, para solo golpear muro tras muro.
Keri estaba segura de que el código que necesitaba se hallaba en alguna parte de los archivos del abogado de Pachanga, Jackson Cave. Sin importar cómo fuese el caso, decidió hacer ese mismo día una visita a Cave.
Mientras se hacía esa promesa, llegó a la morada de Becky Sampson.
Momento de hacer a un lado a Cave, por ahora. Kendra Burlingame necesita mi ayuda. Mantente concentrada.
Salió del auto y admiró la urbanización, mientras caminaba hasta la puerta principal del complejo de apartamentos. Becky Sampson vivía en un edificio de tres pisos estilo Tudor. La calle entera, North Stanley Drive, estaba bordeada por complejos similares con falsos ornamentos.
Esa parte de Beverly Hills, justo al sur de Cedars-Sinaí y Burton Way, y la oeste de Robertson Boulevard, se hallaba técnicamente dentro de los límites de la ciudad. Pero estaba rodeada de distritos comerciales, y el limitar con la ciudad de Los Ángeleshacía que la renta fuese significativamente inferior a la de otras secciones de la urbe. Aún así, la dirección de correos decía Beverly Hills y eso tenía sus beneficios.
Keri oprimió el timbre del apartamento de Becky y la entrada se abrió para ella. Una vez dentro, se hizo obvio que el código postal era la principal ventaja del lugar. No lo era ciertamente el edificio. Al caminar por el pasillo hasta el ascensor, Keri notó lo descascarado de la pintura color rosa pálido de las paredes y la alfombra gruesa, llena de manchas. Todo hedía a moho.
El ascensor olía aún peor, como que había sufrido múltiples incidentes vomitorios a lo largo de los años y ya no era posible ocultar el hedor. El aparato se sacudió hacia arriba hasta llegar al tercer piso, y las puertas se abrieron con un traqueteo. Keri salió, decidida a bajar por las escaleras, aunque su hombro y sus costillas la odiaran por ello.
Tocó la puerta con el número 323, desabrochó la funda de su arma, apoyó su mano abierta en esta, y aguardó. El sonido de unos platos colocados sin gran ceremonia en un fregadero fue fácil de identificar, así como también, el golpe sordo de cosas que, regadas por el suelo, eran arrojadas al closet.
Ahora se está viendo en un espejo cercano a la puerta principal. Hay una sombra en la mirilla mientras me chequea y la puerta debe abrirse en tres, dos…
Keri oyó el giro de una llave y la puerta se abrió para presentar a una mujer delgada y agobiada. Sería de la misma edad de Kendra si habían ido juntas a una reunión, pero ella se veía mucho más vieja, más cerca de los cincuenta que de los cuarenta. Su cabello era de un castaño ratonil, teñido a todas luces, y sus ojos pardos estaban tan enrojecidos como estaban usualmente los de Keri. La palabra que de inmediato vino a su mente fue, nerviosa.
—¿Becky Sampson? —preguntó por protocolo, aunque la foto de la licencia de conducir que le habían enviado cuando iba de camino claramente coincidía. Su diestra continuó descansando sobre la cacha de la pistola.
—Sí. ¿Detective Locke? Pase.
Keri puso un pie dentro, manteniendo algo de distancia entre ella y Becky. Incluso las delgadísimas aspirantes de Beverly Hills podían hacer daño si bajabas la guardia. Trató de no fruncir la nariz ante el olor a rancio que dominaba el lugar.
—¿Se le ofrece algo?—preguntó Becky.
—Me encantaría una vaso de agua —contestó Keri, menos por querer uno que por poder examinar el apartamento de manera exhaustiva mientras su anfitriona estaba en la cocina.
Con las ventanas cerradas y las persianas echadas, el apartamento lucía sofocante. Todo parecía tener una capa de polvo, desde las mesillas al sofá, pasando por las estanterías de libros. Keri caminó hasta la sala de recibo y se dio cuenta que estaba equivocada.
Una parte de la mesa de café estaba brillante, como si fuera usada de manera constante. En el piso, en frente de ese punto, Keri descubrió varias motas de lo que se veía como polvo blanco. Se arrodilló, ignorando el aullante dolor de sus costillas, y echó un vistazo bajo la mesa. Podía ver un billete de un dólar enrollado a medias, cubierto con un residuo blanquecino. Escuchó el cierre del grifo de agua y se incorporó antes de que Becky entrara de nuevo en la habitación con dos vasos de agua.
Claramente sorprendida al ver a su invitada tan lejos de la puerta principal, Becky le lanzó una mirada de sospecha antes de echar un vistazo involuntario al claro sobre la mesa.
—¿Le importa si me siento?—preguntó Keri de manera casual—Tengo una costilla rota y me duele si permanezco de pie mucho tiempo.
—Seguro —dijo Becky, aparentemente aliviada—. ¿Cómo sucedió?
—Un secuestrador de niñas me dio una paliza.
Los ojos Becky se abrieron impactados.
—Oh, no se preocupe —Keri la tranquilizó—. Lo maté a tiros después de eso.
Confiando ahora en que Becky había bajado la guardia, fue directo al punto.
—Le dije por teléfono que necesitaba hablar con usted sobre Kendra Burlingame. Ella está desaparecida. ¿Alguna idea de dónde podría estar?
Aunque parecía imposible, los ojos de Becky se agrandaron aún más.
—¿Qué?
—No se ha sabido de ella desde ayer en la mañana. ¿Cuándo fue la última vez que habló con ella?
Becky intentó responder, pero comenzó a toser y a respirar con dificultad. Al cabo de unos instantes, se recuperó lo suficiente como para hablar.
—Fuimos de compras el sábado por la tarde. Ella estaba buscando un vestido nuevo para la gala benéfica de esta noche. ¿Está realmente segura de que ella está desaparecida?
—Estamos seguros. ¿Cómo se comportó el sábado? ¿Parecía ansiosa acerca de algo?
—Realmente no—contestó Becky,mientras resoplaba y buscaba un pañuelo desechable—. Quiero decir, estaba lidiando con unas pequeñas dificultades relacionadas con la recaudación de fondos, las llamadas a los proveedores de catering y todo lo demás. Pero no eran cosas con las que ella no hubiera lidiado un millón de veces. No parecía demasiado agobiada.
—¿Cómo era para usted, Becky, escucharla hacer esas llamadas sobre una gala fabulosa mientras se compraba un costoso vestido?
—¿Qué quiere decir?
—Quiero decir, tú eres su mejor amiga, ¿correcto?
Becky asintió. —Por casi veinticinco años —dijo.
—Y vive en una mansión allá arriba, en las colinas, y tú estás en este apartamento de un solo dormitorio. ¿Nunca te sientes celosa?
Observó detenidamente a Becky mientras respondía. La otra mujer tomó un sorbo de agua, pero tosió como si se le hubiera ido hacia los pulmones. Al cabo de unos segundos, respondió.
—A veces me siento celosa. Lo admito. Pero no es culpa de Kendra que las cosas no hayan ido tan bien para mí. A decir verdad, es difícil enfadarse alguna vez con ella. Es la persona más agradable que conozco. Me las he tenido que ver con algunas… dificultades y ella siempre ha estado allí cuando las cosas se han puesto difíciles.
Keri sospechaba cuáles podían ser esas —dificultades—pero no dijo nada. Becky continuó.
—Además, ella es muy generosa sin hacerme sentir menos por ello. Esa es una línea muy delgada. De hecho me compró vestido que voy a usar en la gala de esta noche, suponiendo que se vaya a celebrar. ¿Sabe si será así?
—No lo sé—replicó Keri con brusquedad—. Cuéntame de su relación con Jeremy. ¿Cómo era su matrimonio?
—Era bueno. Son grandes socios, un equipo realmente efectivo.
—Eso no suena muy romántico. ¿Es un matrimonio o una corporación?
—No creo que alguna vez hayan sido una pareja superapasionada. Jeremy es de un tipo muy conservador y realista. Y Kendra pasó en sus veintes por su etapa sexy, de chicos salvajes. Yo creo que ella era feliz al tener a un chico dulce, estable, con el que pudiera contar. Yo sé que le ama. Pero no es Romeo y Julietani nada de eso, si eso es a lo que se refiere.
—Okey, entonces, ¿alguna vez anheló esa pasión? ¿Pudo haber ido en su busca, digamos en el viaje de reunión de la secundaria? —preguntó Keri.
—¿Por qué pregunta eso?
—Jeremy dijo que ella lucía un poco agitada a su regreso de tu reunión.
—Oh, eso—dijo Becky, resoplando otra vez antes del inicio de otro ataque de tos.
Mientras trataba de controlarse, Keri vio a una cucaracha escurrirse por el piso e intentó ignorarla. Cuando Becky se hubo recuperado, continuó.
—Créame, ella no estaba tonteando en el viaje. De hecho, fue lo contrario. Un ex-novio de ella, un chico llamado Coy Brenner, se la pasó haciendo avances con ella. Ella fue educadapero muy firme.
—¿Cómo firme?
—Hasta el punto de sentirse incómoda. Él era uno de los chicos salvajes que le mencioné. En cualquier caso, él no se conformaba con un no. Al final de la reunión, dijo algo de buscarla allá en la ciudad. Yo creo que realmente la encontró.
—¿Vive él aquí?
—Vivió en Phoenix por largo tiempo. Donde se hizo la reunión. Todos crecimos allá. Pero él mencionó algo de que se había mudado a San Pedro recientemente, dijo que estaba trabajando allá en el puerto.
—¿Hace cuánto fue la reunión?
—Dos semanas—dijo Becky—¿Realmente piensa que él tuvo algo que ver con esto?
—No lo sé. Pero lo investigaremos. ¿Dónde puedo encontrarte si necesito contactarte de nuevo?
—Trabajo en una agencia de casting en Robertson, frente a The Ivy. Está a diez minutos caminando desde aquí. Pero siempre cargo mi celular. Por favor, no vacile en llamar. Cualquier cosa que pueda hacer para ayudar, solo pídalo. Ella es como una hermana para mí.
Keri miró severamente a Becky Sampson, tratando de decidir si debía mencionar el elefante que tenía en la habitación. La tos y el resoplido constante, su negligencia para mantener un hogar decente, el residuo blanco y el billete enrollado en el suelo, todo sugería que la mujer estaba hundida en la adicción a la cocaína.
—Gracias por tu tiempo —dijo finalmente, habiendo decidido dejarlo por ahora.
La situación de Becky podría resultar útil más adelante. Pero todavía no había necesidad de usarla, porque no daba ninguna ventaja táctica. Keri abandonó el apartamento y bajó las escaleras, a pesar de las chirriantes punzadas en su hombro y costillas.
Se sintió ligeramente culpable por guardar el problema de Becky con la cocaína como una carta potencial a usar en el camino. Pero la culpa se desvaneció con rapidez al dejar el edificio y aspirar el aire fresco. Ella era una detective de la policía, no una consejera de drogas. Cualquier cosa que pudiera ayudarla a resolver el caso era juego limpio.
Mientras se incorporaba al tráfico y enfilaba a la autopista, llamó a la oficina. Necesitaba todo lo que tenían sobre el agresivamente interesado ex-novio de Kendra, Coy Brenner. Estaba por hacerle una visita no anunciada.
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