El siguiente lunes por la mañana, Riley se sintió muy incómoda a lo que se sentó en su asiento en la clase de psicología avanzada.
Después de todo, era la primera clase a la que asistía desde el asesinato de Rhea hace cuatro días.
También era la clase para la que había estado tratando de estudiar antes de que ella y sus amigas se fueran a La Guarida del Centauro.
No había mucha gente, ya que muchos estudiantes no se sentían preparados para volver a clase. Trudy también estaba aquí, pero Riley sabía que su compañera de cuarto también se sentía incómoda con esta prisa por volver a la «normalidad». Los otros estudiantes tomaron sus asientos en silencio.
Ver al profesor Brant Hayman entrar en el salón tranquilizó a Riley un poco. Era joven y bastante guapo. Recordó a Trudy decirle a Rhea:
—A Riley le gusta impresionar al profesor Hayman porque siente algo por él.
Riley se estremeció ante el recuerdo.
Desde luego no quería pensar que «sentía» algo por él.
Era solo que había tenido clases con él desde su primer año en la universidad. Sin embargo, para ese entonces solo había sido un asistente graduado. Desde ese entonces le había parecido un profesor maravilloso: informativo, entusiasta y a veces entretenido.
La expresión del Dr. Hayman era seria mientras colocó su maletín sobre el escritorio y miró a los estudiantes. Riley se dio cuenta de que iría directo al grano.
Él dijo: —Miren, hay un elefante en el aula. Todos sabemos qué es. Tenemos que calmar las aguas. Tenemos que discutirlo abiertamente.
Riley contuvo el aliento. Ella estaba segura de que no le iba a gustar lo que pasaría ahora.
Entonces Hayman dijo: —¿Alguien aquí conocía a Rhea Thorson? No solo como conocida, no solo como alguien que a veces te encontrabas en el campus. Me refiero a los que la conocían muy bien. Como amiga.
Riley levantó la mano, y lo mismo hizo Trudy. Nadie más en el aula lo hizo.
Hayman preguntó: —¿Qué han estado sintiendo desde su asesinato?
Riley se estremeció.
Después de todo, era la misma pregunta que había oído a esos reporteros hacerles a Cassie y Gina el viernes. Riley había logrado evitar esos reporteros, pero ¿tendría que responder a la pregunta ahora?
Recordó que esta era una clase de psicología. Estaban aquí para enfrentar este tipo de preguntas.
Y, sin embargo, Riley se preguntó: «¿Por dónde empiezo?»
Se sintió aliviada cuando Trudy habló.
—Culpable. Pude haber evitado que sucediera. Yo estuve con ella en La Guarida del Centauro antes de lo que pasó. Ni siquiera me di cuenta cuando se fue. Si tan solo la hubiera acompañado a casa…
La voz de Trudy se quebró. Riley se armó del valor suficiente para hablar.
—Yo me siento igual —dijo—. Yo me fui a sentar sola cuando todas llegamos a La Guarida, y ni le presté atención a Rhea. Tal vez si hubiera… —Riley hizo una pausa, y luego añadió—: Así que también me siento culpable. Y egoísta. Porque quería estar sola.
El Dr. Hayman asintió. Con una sonrisa compasiva, dijo: —Así que ninguna de ustedes acompañó a Rhea a casa. —Después de una pausa, añadió—: Un pecado de omisión.
La frase sorprendió a Riley un poco.
Parecía inadecuada para lo que Riley y Trudy no habían hecho. Sonaba demasiado benigna, no tan grave, apenas una cuestión de vida o muerte.
Pero, sí, era cierta.
Hayman miró al resto de la clase.
—¿Y qué de ustedes? ¿Alguna vez han hecho, o dejado de hacer, lo mismo en una situación similar? ¿Alguna vez, por así decirlo, dejaron a una amiga caminar sola por la noche a algún lugar cuando realmente debieron haberla acompañado a su casa? ¿O tal vez simplemente dejaron de hacer algo que pudo haber sido importante para la seguridad de otra persona? ¿Como no quitarle las llaves a alguien que se tomó unas copas de más? ¿Como ignorar una situación que pudo haber resultado en una lesión o incluso en la muerte?
Los estudiantes comenzaron a murmurar, evidentemente confundidos.
Riley se dio cuenta de que realmente era una pregunta difícil.
Después de todo, si Rhea no hubiera muerto, ni Riley ni Trudy habrían pensado en su «pecado de omisión».
Lo habrían olvidado por completo.
No era una sorpresa que al menos a algunos de los estudiantes les costó responder la pregunta. Y la verdad era que a Riley tampoco se le ocurrió mucho. ¿Había habido otros momentos en los que había descuidado la seguridad de alguien?
¿Pudo haber sido responsable de la muerte de otros si no hubiera sido por suerte?
Después de unos momentos, varios estudiantes levantaron las manos.
Luego Hayman dijo: —¿Y qué del resto? ¿Cuántos de ustedes simplemente no recuerdan?
Casi todo el resto de los estudiantes levantaron la mano.
Hayman asintió y dijo: —Está bien. La mayoría de ustedes también cometieron el mismo error en algún momento. Entonces, ¿cuántas personas aquí se sienten culpables por la forma en que actuaron o por lo que probablemente debieron haber hecho pero no hicieron?
Hubo murmullos más confusos e incluso algunos jadeos.
—¿Qué?— preguntó Hayman—. ¿Ninguno de ustedes? ¿Por qué no?
Una chica levantó la mano y balbuceó: —Bueno… Fue diferente porque… porque… supongo porque nadie murió.
Hubo un murmullo general de acuerdo.
Riley vio que hombre había entrado en el aula. Era el Dr. Dexter Zimmerman, el presidente del departamento de psicología. Zimmerman parecía haber estado parado en la puerta escuchando la discusión.
Había tenido una clase con él hace dos semestres: psicología social. Era un hombre viejo, arrugado y amable. Riley sabía que el Dr. Hayman lo consideraba un mentor, que casi lo idolatraba. Muchos estudiantes también lo idolatraban.
Riley no sabía cómo se sentía respecto al profesor Zimmerman. Había sido un profesor inspirador, pero de alguna manera no sentía una conexión con él como muchos otros. No estaba segura del por qué.
Hayman le explicó a la clase: —Le pedí al Dr. Zimmerman que pasara por aquí para participar en la discusión de hoy. Podría ayudarnos. Es el hombre más perspicaz que he conocido en mi vida.
Zimmerman se sonrojó y se echó a reír.
Hayman le preguntó: —Entonces, ¿qué opinas de lo que acaba de oír de mis estudiantes?
Zimmerman inclinó su cabeza y se quedó pensando por un momento.
Luego dijo: —Bueno, al menos algunos de sus estudiantes parecen creer que hay algún tipo de diferencia moral aquí. Si no ayudas a alguien y se lastiman o mueren, está mal, pero no pasa nada si no hay malas consecuencias. Pero yo no veo la diferencia. Los comportamientos son idénticos. Diferentes consecuencias realmente no cambian el hecho de que están bien o mal.
Un silencio cayó sobre el aula mientras todos comenzaron a entender el punto de Zimmerman.
Hayman le preguntó a Zimmerman: —¿Dices que todos deberían sentirse culpables como Riley y Trudy?
Zimmerman se encogió de hombros.
—Tal vez todo lo contrario. ¿Sentirse culpable hace un bien? ¿Eso la traerá de vuelta? Tal vez deberíamos estar sintiendo otra cosa. —Zimmerman se colocó enfrente del escritorio e hizo contacto visual con los estudiantes—. Los que no fueron muy cercanos a Rhea, díganme ¿cómo se sienten respecto a sus amigas, Riley y Trudy?
Todos se quedaron callados por un momento.
Luego a Riley le sorprendió escuchar unos sollozos en el aula.
Una chica dijo con voz entrecortada: —Ay, me siento tan mal por ellas.
Otro dijo: —Riley y Trudy, desearía que no se sintieran culpables. No deberían sentirse así. Lo que le pasó a Rhea fue suficientemente terrible. No me imagino el dolor que están sintiendo en este momento.
Otros estudiantes expresaron su acuerdo.
Zimmerman le sonrió a la clase y dijo: —Supongo que la mayoría de ustedes saben que mi especialidad es la patología criminal. El trabajo de mi vida se trata de tratar de comprender la mente de un criminal. Y estos últimos tres días he tratado de darle sentido a este crimen. Hasta el momento, solo estoy realmente seguro de una cosa. Esto fue personal. El asesino conocía a Rhea y la quería muerta.
Una vez más, a Riley le costó comprender lo incomprensible: «¿Alguien odiaba a Rhea lo suficiente como para matarla?»
Luego Zimmerman añadió: —Aunque eso suena terrible, les aseguro una cosa. No volverá a matar. Rhea era su único blanco. Y estoy seguro de que la policía lo encontrará muy pronto. —Se apoyó en el borde de la mesa y añadió—: Les aseguro otra cosa. Dondequiera que esté el asesino este momento, independientemente de lo que esté haciendo, él no está sintiendo lo que todos ustedes parecen estar sintiendo. Es incapaz de sentir compasión por el sufrimiento de otra persona, y mucho menos de sentir la empatía real que siento en esta aula.
Él escribió las palabras «compasión» y «empatía» en la gran pizarra.
Él preguntó: —¿Alguien podría decirme cuál es la diferencia entre ambas palabras?
A Riley le sorprendió que Trudy levantó la mano.
Trudy dijo: —Compasión es cuando te importa lo que otro está sintiendo. Empatía es cuando realmente compartes los sentimientos de otra persona.
Zimmerman asintió con la cabeza y anotó las definiciones de Trudy.
—Exactamente —dijo—. Así que sugiero que todos nosotros echemos a un lado nuestros sentimientos de culpa. Sugiero que nos centremos en nuestra capacidad de empatía. Esa capacidad es la que nos diferencia de los monstruos más terribles. Es valiosa, especialmente en un momento como este.
Hayman parecía estar satisfecho con las observaciones de Zimmerman.
Él dijo: —Si a todos les parece bien, creo que deberíamos acabar la clase ya. Ha sido muy intensa, pero espero que haya sido de ayuda. Solo recuerden que todos están procesando unos sentimientos muy poderosos en este momento, incluso aquellos de ustedes que no eran cercanos a Rhea. No esperen que el dolor, el shock y el horror desaparezcan pronto. Dejen que sigan su curso. Son parte del proceso de sanación. No teman acudir a los consejeros en busca de ayuda. O acudir el uno al otro. O a mí o al Dr. Zimmerman.
Mientras los estudiantes se levantaron de sus escritorios para irse, Zimmerman dijo: —Antes de salir, denles abrazos a Riley y Trudy. Los necesitan.
Por primera vez durante la clase, Riley se sintió molesta.
«¿Qué le hace creer que necesito un abrazo?», pensó.
La verdad era que eso era lo último que quería en este momento.
De repente recordó que esto era lo que la había molestado cuando había asistido a su clase. Él era demasiado mimoso para su gusto, y era demasiado sentimental respecto a muchas cosas, y le gustaba decirles a los estudiantes que se abrazaran.
Eso era un poco raro para un psicólogo especializado en patología criminal.
También parecía extraño para un hombre que se jactaba de su capacidad de empatía.
Después de todo, ¿cómo sabía si ella y Trudy querían ser abrazadas o no? Ni siquiera se había molestado en preguntar.
«Eso no me parece empático», pensó.
Para Riley, el tipo era un falso.
Sin embargo, se quedó allí mientras los estudiantes la abrazaban. Algunos de ellos estaban llorando. Y vio que esto no molestaba a Trudy en absoluto. Trudy siguió sonriendo a pesar de sus propias lágrimas con cada abrazo.
«Tal vez soy yo», pensó Riley.
¿Algo andaba mal en ella?
Tal vez ella no tenía los mismos sentimientos que otras personas.
Pronto los abrazos se acabaron y la mayoría de los estudiantes salieron del aula, incluyendo Trudy y el Dr. Zimmerman.
A Riley le contentó la oportunidad de tener un momento a solas con el Dr. Hayman. Ella se acercó a él y le dijo: —Gracias por la charla sobre culpabilidad y responsabilidad. Necesitaba escuchar eso.
Él le sonrió y respondió: —Me alegra ser de ayuda. Sé que esto debe ser muy difícil para ti.
Riley bajó la cabeza por un momento, armándose de valor para decir algo que quería decir.
Finalmente dijo: —Dr. Hayman, probablemente no lo recuerde, pero yo estuve en su curso de introducción a la psicología en mi primer año.
—Sí recuerdo —dijo.
Riley se tragó su nerviosismo y dijo: —Bueno, siempre he querido decirle que me inspiró a especializarme en psicología.
Hayman se veía un poco asombrado ahora.
—Guau —dijo—. Es agradable escuchar eso. Gracias.
Se quedaron mirándose el uno al otro durante un momento incómodo. Riley esperaba que no estuviera haciendo el ridículo.
Finalmente Hayman dijo: —Mira, he estado prestándote atención en clase… Los ensayos que escribes, las preguntas que haces, las ideas que compartes con todos. Tienes una buena mente. Y tengo la sensación de que tienes preguntas sobre lo que le pasó a tu amiga que la mayoría de los otros chicos no piensan, tal vez ni quieran pensar.
Riley volvió a tragar grueso. Tenía razón, por supuesto.
«Esto sí que es empatía», pensó.
Recordó la noche del asesinato, cuando estuvo afuera de la habitación de Rhea deseando poder entrar, sintiéndose como si descubriría algo importante si lo hiciera.
Pero había perdido esa oportunidad. Cuando Riley finalmente logró entrar, vio que la habitación estaba totalmente limpia, como si nada hubiera pasado allí.
Dijo lentamente: —Quiero entender el por qué. Quiero saber…
Su voz se quebró. ¿Se atrevía a decirle a Hayman, o a cualquier otra persona, la verdad?
¿Que quería entender la mente del hombre que había matado a su amiga?
¿Que quería empatizar con él?
Se sintió aliviada cuando Hayman asintió, pareciendo entender.
—Sé cómo te sientes. Yo solía sentirme igual. —Abrió un cajón de su escritorio, sacó un libro y se lo entregó—. Te prestaré este libro. Es un buen comienzo.
El libro se llamaba: Mentes oscuras: La personalidad asesina
A Riley le sorprendió ver que el mismísimo Dr. Dexter Zimmerman era el autor.
Hayman dijo: —El hombre es un genio. Ni te imaginas las cosas que revela en este libro. Tienes que leerlo. Podría cambiar tu vida. Desde luego cambió la mía.
Riley se sintió abrumada por el gesto de Hayman.
—Gracias —dijo dócilmente.
—De nada —dijo Hayman con una sonrisa.
Riley salió del aula y se echó a correr a la biblioteca, ansiosa por sentarse a leer el libro.
Sintió una punzada de temor a la vez.
—Podría cambiar tu vida —le había dicho Hayman.
¿Sería para bien o para mal?
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