Keri se quedó paralizada donde estaba. La consumía un flujo de emociones encontradas. Técnicamente, esas eran buenas noticias. Parecía que la pondrían en el campo un día antes, una señal de que Hillman, a pesar de sus problemas con ella, la sentía lista para volver a asumir sus responsabilidades normales. Pero una parte de ella quería ignorarlo e ir directo en ese instante al almacén.
—Es para hoy, por favor—exclamó Hillman, sacándola en un tris de su momentánea indecisión.
—Voy, señor —dijo. Volteando entonces a Castillo con una media sonrisa, añadió—. Continuará.
Al poner un pie en la oficina de Hillman, notó que su típico ceño fruncido estaba más arrugado que nunca. Cada uno de sus cincuenta años era visible en su rostro. Su cabello entrecano estaba revuelto como siempre. Keri nunca podía asegurar si era que él no se daba cuenta o era que no le importaba. Tenía puesta una chaqueta, pero la corbata estaba floja y su camisa mal entallada no podía ocultar su pequeña panza.
Sentado en el viejo y maltrecho sofá en la pared opuesta, se hallaba el Detective Frank Brody. Brody tenía cincuenta años y estaba a seis meses de su retiro. Todo en su apariencia lo reflejaba, desde sus apenas competentes intentos para mostrar urbanidad,pasando por su camisa arrugada y manchada de ketchup, con los botones a punto de saltar gracias a su formidable barriga, a sus mocasines descosidos, que parecían a punto de deshacerse.
Brody nunca le había dado la impresión a Keri de que fuera el más dedicado y trabajador de los detectives, y últimamente parecía más interesado en su precioso Cadillac que en casos por resolver. Normalmente trabajaba en Robos y Homicidios pero había sido reasignado a la Unidad de Personas Desaparecidas, corta de personal debido a las lesiones de Keri y Ray.
El traslado le había sumido de manera permanente en un humor de perros, reforzado por el abierto desdén hacia la posibilidad de tener que trabajar con una mujer. En verdad era un hombre que pertenecía a otra generación. En realidad, ella una vez le había escuchado decir, “Prefiero trabajar con panelas de droga y mojones de mierda, que con chicas y viejas”. El sentimiento, aunque podía ser expresado en una forma ligeramente distinta, era mutuo.
Hillman ordenó a Keri que se sentara en una silla plegable de metal delante de su escritorio, activó entonces el altavoz del teléfono y habló.
—Dr. Burlingame, me encuentro aquí junto con dos detectives. Voy a enviarlos para que se reúnan con usted. Los detectives Frank Brody y Keri Locke están en línea. Detectives, estoy hablando con el Dr. Jeremy Burlingame. Él está preocupado por su esposa, con quien no ha tenido contacto por más de veinticuatro horas. Doctor, ¿puede por favor repetir lo que me dijo?
Keri sacó su bolígrafo y libreta para tomar notas. Entró de inmediato en sospechas. En todo caso de esposa desaparecida, el primer sospechoso era siempre el marido, y quería escuchar el timbre de su voz la primera vez que hablara.
—Por supuesto—dijo el doctor—. Conduje hasta San Diego ayer por la mañana para ayudar en una cirugía. La última vez que hablé con Kendra fue antes de irme. Anoche llegué a casa muy tarde y terminé durmiendo en el cuarto de huéspedes para no despertarla. Esta mañana seguí durmiendo porque no tenía pacientes que atender.
Keri no sabía si Hillman estaba grabando la conversación así que garrapateaba furiosamente, tratando de no perderse de nada mientras el Dr. Burlingame continuaba.
—Cuando fui al dormitorio, ella se había ido. La cama estaba hecha. Supuse que había salido de casa poco antes de yo levantarme, así que le envié un mensaje de texto. No tuve respuesta—lo que tampoco era inusual. Vivimos en Beverly Hills y mi esposa asiste a muchos actos y eventos de caridad, por lo que suele silenciar su teléfono cuando está en ellos. A veces olvida subirle el volumen de nuevo.
Keri apuntó todo, evaluando la veracidad de cada comentario. Hasta ahora nada de lo que había escuchado había hecho sonar las alarmas, pero eso no quería decir nada. Cualquiera parecía de una pieza estando al teléfono. Ella quería ver su comportamiento cuando fuese confrontado en persona por detectives del Departamento de Policía de Los Ángeles.
—Me fui a trabajar y ya de camino la llamé de nuevo—seguía sin responder—continuó—. Sería la hora de almorzar cuando ya comencé a sentirme algo preocupado. Ninguno de sus amigos sabía nada de ella. Llamé a nuestra mucama, Lupe, quien dijo que no había visto a Kendra ni ayer ni hoy. Ahí fue cuando empecé a preocuparme de verdad. Así que llamé al nueve-uno-uno.
Frank Brody se inclinó hacia adelante y Keri creyó que iba a intervenir. Deseó que no lo hiciera pero no había nada que pudiera hacer para detenerlo. Generalmente, ella prefería dejar que el entrevistado se extendiera todo lo que quisiera. A veces se sentían cómodos y cometían errores. Pero, aparentemente Brody no compartía su filosofía.
—Dr. Burlingame, ¿por qué su llamada no fue redirigida al Departamento de Policía de Beverly Hills?—preguntó. Su tono áspero no albergaba ningún sentimiento de simpatía. A Keri le sonó como si él se preguntase cómo es que se había involucrado en este caso.
—Creo que es porque les estoy llamando desde mi oficina, que está Marina del Rey. ¿Importa eso realmente?—preguntó. Sonaba perdido.
“No, por supuesto que no —le aseguró Hillman—. Estamos felices de ayudar. Y nuestra unidad de personas desaparecidas probablemente habría sido llamada de todas formas por el Departamento de Policía de Beverly Hills. ¿Por qué no regresa a su casa? Mis detectives se reunirán con usted como a la una y treinta. Tengo la dirección de su residencia.
—Okey—dijo Burlingame—. Voy saliendo.
Después de colgar, Hillman miró a los dos detectives.
—¿Pensamientos iniciales?—preguntó.
—Ella probablemente se escapó al Cabo con algunas de sus amigas y olvidó decirle—dijo Brody sin vacilar—. Es eso o que él la asesinó. Después de todo, casi siempre es el esposo.
Hillman miró a Keri. Ella pensó por un segundo antes de hablar. Al aplicar las reglas acostumbradas a este sujeto había algo que no encajaba, pero no podía apuntarlo con su dedo.
—Me siento tentada a estar de acuerdo—dijo finalmente—. Pero quiero mirar a este sujeto en la cara antes de llegar a alguna conclusión.
—Bueno, estás por tener esa oportunidad—dijo Hillman—. Frank, puedes marcharte. Necesito hablar por un minuto con Locke.
Al salir, Brody lanzó hacia ella una mirada maliciosa, como si ella hubiera quedado detenida y él de alguna manera se hubiese escapado. Hillman cerró la puerta tras él.
Keri se preparó, ciertamente fuera lo que fuera lo que venía no podía ser bueno.
—Podrás marcharte en un momento—dijo él, con un tono más suave que él que ella había esperado—. Pero quería recordarte unas pocas cosas antes de que te vayas. Primero, creo que sabes que no me hizo muy feliz tu intervención en la conferencia de prensa. Pusiste tus necesidades personales por encima del departamento. Entiendes eso, ¿correcto?
Keri asintió.
—Dicho eso—continuó—, me gustaría que tuviéramos un nuevo comienzo. Sé que estabas en mala forma en ese momento y viste esto como una oportunidad para proyectar una luz sobre la desaparición de tu hija. Puedo respetar eso.
—Gracias, señor—dijo Keri, ligeramente aliviada pero sospechando que un mazazo estaba por caer.
—Aun así —añadió—, solo porque la prensa te ama no quiere decir que no voy a patear tu trasero si sacas tu acostumbrada mierda de lobo solitario. ¿Estamos claros?”
—Sí señor.
—Bien. Por último, por favor, tómalo con calma. Hace menos de una semana que saliste del hospital. No hagas nada que te lleve de vuelta hasta allá, ¿okey? Retírate.
Keri dejó la oficina, medianamente sorprendida. Había estado esperando una reprimenda, pero no se había preparado para la ligera muestra de preocupación por su bienestar.
Buscó a Brody en los alrededores antes de darse cuenta que ya él debía haberse ido. Aparentemente no quería ni siquiera compartir el auto con una mujer detective. Normalmente ella estaría molesta pero hoy era una bendición disfrazada.
Mientras se dirigía a su vehículo, sofocó una sonrisa.
¡Vuelvo a las tareas de campo!
No fue sino hasta que le fue asignado un nuevo caso que se dio cuenta lo mucho que lo extrañaba. La familiar excitación y anticipación comenzaban a envolverla, e incluso el dolor en sus costillas parecía desvanecerse ligeramente. La verdad era que, a menos que estuviera resolviendo casos, Keri sentía como si una parte de ella le faltara.
Ella no podía sino sonreír con respecto a otra cosa —que ya estaba planeando violar dos de las órdenes de Hillman. Estaba a punto de ir como lobo solitario y, al mismo tiempo, no se lo tomaría con calma.
Porque iba a hacer una parada técnica camino de la casa del doctor.
Iba a chequear ese almacén abandonado.
Con la sirena en el techo de su destartalado Prius, Keri maniobró a través del tráfico, con las manos firmes en el volante, y la adrenalina a millón. El almacén en Palms estaba en el camino a Beverly Hills, más o menos. Así era como Keri justificaba darle prioridad a la búsqueda de su hija, quien la semana pasada había cumplido cinco años desaparecida, en lugar de localizar a una mujer que se había ido hacía menos de un día.
Pero tenía que llegar rápido. Brody llevaba la delantera en la ruta hasta la casa de Burlingame, así que ella podía llegar después que él. Pero si se aparecía mucho más tarde, era seguro que Brody la acusaría con Hillman.
Él se valdría de cualquier excusa para evitar el trabajar junto con ella. Y decirle al jefe que ella había retrasado una investigación al llegar tarde a la entrevista de un testigo era lo que él necesitaba. Eso le dejaba solo unos minutos para revisar el almacén.
Aparcó en la calle y se dirigió al portón principal. El almacén estaba entre un lugar de autoalmacenaje y un local para rentar U-Haul. El zumbido de la estación de generación que estaba al frente era excesivamente ruidoso. Keri se preguntó si se arriesgaba a desarrollar algún tipo de cáncer solo por pararse allí.
El almacén estaba rodeado por una cerca barata diseñada para impedir el ingreso de vagos y de adictos, pero no fue difícil para Keri deslizarse por una abertura que había entre las puertas pobremente aseguradas. Mientras se aproximaba a la puerta principal del complejo, notó el letrero del lugar tirado en el suelo, cubierto de polvo. En él se leía Preservación de Objeto Invaluable.
No había nada invaluable dentro del almacén vacío, cavernoso. De hecho, no había nada adentro excepto unas pocas sillas plegables de metal patas arriba y algunos montones de yeso desmoronado. Todo el lugar había sido vaciado. Keri caminó por todo el complejo, buscando cualquier pista que pudiera estar relacionada con Evie, pero no pudo encontrar ninguna.
Se arrodilló, esperando que una perspectiva diferente pudiera ofrecerle algo nuevo. Nada apareció ante ella, aunque había algo ligeramente extraño en el otro extremo del almacén. Una silla plegable de metal estaba al derecho con pedazos de yeso en el asiento, apilados de manera delicada hasta una altura de treinta centímetros. Parecía improbable que se hubieran agrupado de esa manera sin ayuda.
Keri caminó hacia allá y la observó más de cerca. Sentía como si estuviera buscando conexiones donde no las había. Aun así, hizo la silla a un lado, haciendo caso omiso de los yesos que temblaron brevemente antes de caer al piso.
La sorprendió el sonido que hicieron al golpear el concreto. En lugar del golpe sordo que había esperado, escuchó un profundo eco. Sintiendo que su corazón comenzaba a latir con mayor rapidez, Keri apartó con el pie los escombros y pateó el punto donde habían caído—otro sonido de eco profundo. Pasó su mano por el piso y descubrió que el punto que había estado debajo de la silla plegable de metal no era en realidad de concreto sino de madera pintada de gris para confundirla con el resto del piso.
Intentando controlar su respiración, deslizó sus dedos por la pieza de madera hasta sentir una pequeña protuberancia. La oprimió, escuchó el sonido de un pestillo abriéndose, y sintió que un lado de la pieza de madera saltaba. La agarró por debajo y haló el pedazo cuadrado de madera, como del tamaño de la cubierta de un pozo, de su ranura estriada.
Debajo había un espacio de unos veinticinco centímetros de profundidad. No había nada adentro. Ni papeles, ni equipo. Era demasiado pequeño para contener a una persona. A lo más, pudo haber alojado una pequeña caja fuerte.
Keri palpó los rincones buscando otro botón oculto pero no halló nada más. No estaba segura de qué pudo haberse hallado allí pero ahora ya no estaba. Se sentó en el concreto junto al agujero, sin saber qué hacer a continuación.
Miró su reloj. Era la 1:15. Se suponía que tenía que estar en Beverly Hills en quince minutos. Incluso si se iba ahora, casi llegaría a tiempo. Frustrada y molesta, rápidamente colocó la cubierta de madera como estaba, corrió la silla hasta donde había estado, y dejó el edificio, echándole una vez más un vistazo al letrero en el suelo.
Preservación de Objeto Invaluable. ¿Es el nombre del negocio algún tipo de pista o solo estoy siendo burlada por algún cruel imbécil? ¿Está alguien diciéndome que tengo que preservar a Evie, mi más preciado objeto?
El último pensamiento hizo que a Keri la atravesara una ola de ansiedad. Sintió que las rodillas no la sostenían y cayó con torpeza al suelo, tratando de impedir un daño adicional a su brazo izquierdo, inútil por estar recogido en el cabestrillo que cruzaba su pecho. Usó su brazo derecho para frenar el desplome.
Así doblada, con una nube de polvo que se levantaba a su alrededor, Keri cerró sus ojos con fuerza y trató de alejar los siniestros pensamientos que se cernían sobre ella. Una breve visión de su pequeña Evie se abrió paso en su cerebro.
En su visión, ella todavía tenía ocho, sus colitas rubias se agitaban sobre su cabeza, su rostro estaba pálido de terror. Ella era arrojada en una van blanca por un hombre rubio con un tatuaje en el lado derecho de su cuello. Keri escuchó el ruido sordo que provocó el choque de su diminuto cuerpo con la pared de la van. Vio al hombre rubio apuñalar a un adolescente que trató de detenerlo. Vio a la van arrancar y salir hacia la carretera, dejándola a ella muy atrás mientras iba en su persecución con los pies descalzos, ensangrentados.
Todo seguía siendo muy vívido. Keri refrenó sus lágrimas mientras hacía a un lado los recuerdos, obligándose a regresar al presente. Después de unos instantes recuperó el control. Aspiró varias veces, profunda y lentamente. Su visión se aclaró y se sintió lo suficientemente fuerte como para incorporarse.
Este era el primer recuerdo recurrente que tenía en semanas, desde el encuentro con Pachanga. Parte de ella había albergado la esperanza de que se habían ido para siempre, pero no había tenido esa suerte.
Sintió un dolor en su clavícula a causa del golpe, cuando extendió el brazo al caer. Frustrada, se quitó el cabestrillo. Era más un impedimento que una ayuda a estas alturas. Además, no quería verse débil de manera alguna cuando se reuniera con el Dr. Burlingame.
La entrevista con Burlingame—¡Debo irme!
Se las arregló para ir tambaleando de regreso a su auto y al tráfico, esta vez sin sirena. Necesitaba silencio para la llamada que estaba por hacer.
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