“Bueno, pasa adentro y ponte cómoda,” dijo la doctora Lemmon, cerrando la puerta después de que entrara Jessie y sirviendo dos vasos de agua de una jarra que estaba llena de rodajas de limón y pepino. Seguía teniendo esa permanente tan terrible que Jessie recordaba, con pequeños ricitos rubios que rebotaban al tocarle los hombros. Llevaba puestas unas gafas gruesas que hacían que sus ojos afilados como de búho parecieran más pequeños. Era una mujer menuda, de apenas metro y medio de altura. Sin embargo, su cuerpo estaba visiblemente entonado, seguramente como resultado del yoga que practicaba tres veces por semana, según le había dicho a Jessie. Para una mujer de sesenta y tantos años, tenía un aspecto estupendo.
Jessie se sentó en la cómoda butaca que siempre utilizaba para sus sesiones y de inmediato, se metió en el antiguo estado al que estaba acostumbrada. No había estado aquí durante un tiempo, más de un año, y había tenido la esperanza de que seguiría siendo así. Pero era un lugar de consuelo, donde se había peleado con, y tenido éxito a ratos, con la tarea de hacer las paces con su pasado.
La doctora Lemmon le dio el vaso de agua, se sentó enfrente de ella, agarró un bloc de notas y un bolígrafo, y los depositó sobre su regazo. Esa era su señal de que la sesión había dado comienzo formalmente.
“¿De qué vamos a hablar hoy, Jessie?” le preguntó con calidez.
“Las buenas noticias primero, supongo. Voy a hacer mis prácticas en DSH-Metro, en la Unidad DNR.”
“Oh vaya. Eso es impresionante. ¿Quién es tu asesor en la facultad?”
“Warren Hosta de UC-Irvine,” dijo Jessie. “¿Le conoces?”
“Hemos interactuado,” dijo la doctora misteriosamente. “Creo que estás en buenas manos. Es fastidioso, pero sabe de lo que habla, y eso es lo importante para ti.”
“Me alegro de oír eso porque no tenía mucha elección,” apuntó Jessie. “Era el único que tenía la aprobación del Panel en la zona.”
“Supongo que para conseguir lo que quieres, tienes que hacer las cosas a su manera. Esto es lo que tú querías, ¿no es cierto?”
“Así es,” dijo Jessie.
La doctora Lemmon le miró de cerca. Hubo un momento de entendimiento entre ellas. En su momento, cuando las autoridades habían interrogado a Jessie sobre su tesis, la doctora Lemmon había aparecido por la comisaría de policía sin más ni más. Jessie se acordaba de ver a su psiquiatra hablar en voz baja con varias personas que habían estado observando su entrevista en silencio. Después de eso, las preguntas le habían parecido menos acusatorias y más respetuosas.
No sería hasta más tarde que Jessie se enteraría de que la doctora Lemmon era miembro del Panel y era totalmente consciente de lo que pasaba en la DNR. Incluso había tratado a algunos de los pacientes que había allí. En retrospectiva, no debería haber sido una sorpresa. Después de todo, Jessie había buscado a esta mujer como terapeuta precisamente debido a su reputación de experta en ese tema.
“¿Puedo preguntarte otra cosa, Jessie?” le dijo la doctora Lemmon. “Dices que lo que quieres es trabajar en la DNR. Pero, ¿has pensado que puede que ese lugar no te de las respuestas que andas buscando?”
“Solo quiero entender mejor cómo piensa esta gente,” insistió Jessie, “para poder ser una mejor perfiladora criminal.”
“Creo que ambas sabemos que estás buscando mucho más que eso.”
Jessie no le respondió. En vez de eso, colocó las manos en su regazo y tomó una inhalación profunda. Sabía cómo iba a interpretar la doctora eso, pero no le importaba en absoluto.
“Ya volveremos a eso,” dijo la doctora Lemmon en voz baja. “Continuemos. ¿Cómo te está tratando la vida de casada?”
“Esa es la razón principal de que quisiera verte hoy,” dijo Jessie, contenta de cambiar de tema. “Como ya sabes, Kyle y yo nos acabamos de mudar de aquí a Westport Beach porque su empresa le ha relocalizado a la oficina de Orange County. Tenemos una casa enorme en un vecindario estupendo a un paseo de distancia del puerto…”
“¿Pero…?” le incitó la doctora Lemmon.
“Hay algo que no es del todo normal en ese lugar. He tenido problemas para definirlo. Todo el mundo ha sido de lo más amistoso hasta ahora. Me han invitado a cafés y almuerzos y barbacoas. Me han pasado sugerencias de las mejores opciones de supermercados y guarderías, en el caso de que acabemos necesitando una. Pero hay algo que resulta… peculiar. Y está empezando a afectarme.”
“¿De qué manera?” preguntó la doctora Lemmon.
“Es que me siento abatida sin ninguna razón,” dijo Jessie. “Kyle llegó tarde a casa para una cena que había preparado y dejé que me hundiera mucho más de lo debido. No era para tanto, pero es que él se mostraba tan indiferente sobre ello. Me ponía enferma. Además, solo la tarea de desembalar las cajas resulta abrumadora de una manera que resulta exagerada en este caso. Tengo esta sensación constante, inquietante, de que no pertenezco allí, de que hay algún tipo de llave secreta a una habitación donde han estado todos y que nadie me la va a dar.”
“Jessie, ya ha pasado algún tiempo desde nuestra última sesión así que te voy a recordar algo de lo que ya hemos hablado. No tiene por qué haber una ‘buena razón’ para que tengas esos sentimientos. Lo que tú estás tratando puede surgir de ninguna parte. Y no es de sorprender que una situación estresante, nueva, da igual lo perfecta y de postal que sea, podría revolverlo. ¿Estás tomando tu medicación con regularidad?”
“Todos los días.”
“Muy bien,” dijo la doctora, anotando algo en su cuaderno. “Puede que tengamos que cambiarla. También noté que dijiste que puede que te haga falta una guardería en el futuro. ¿Es algo a por lo que estáis yendo activamente—hijos? Si es así, es otra razón para cambiar tu medicación.”
“Lo estamos intentando… a veces y a ratos. Pero a veces parece que Kyle esté entusiasmado con la idea y entonces se pone… distante: casi frío. A veces dice algo y me pregunto, ‘¿quién es ese hombre?’”
“Si te sirve de algún consuelo, todo esto es muy normal, Jessie. Estás en un nuevo entorno, rodeada de desconocidos, con solamente una persona a la que conoces lo bastante bien como para contar con ella. Es estresante. Y él está pasando por muchas de esas mismas cosas, así que sin duda vais a enfadaros y a tener momentos en los que no conectéis.”
“Pero es que esa es la cuestión, doctora,” presionó Jessie. “Kyle no parece estar estresado. Obviamente, le gusta su trabajo. Tiene a un viejo amigo del instituto que vive en la zona así que tiene ese escape. Y todas las señales indican que está totalmente entusiasmado de estar aquí—que no necesita ningún periodo de reajuste. No da la impresión de que eche en falta nada de nuestra vida anterior—ni a nuestros amigos, ni nuestros antiguos lugares de ocio, ni estar en algún sitio donde realmente sucede algo después de las nueve de la noche. Está completamente adaptado.”
“Puede que tengas esa impresión, pero estoy dispuesta a apostar que no está tan seguro de todo eso por dentro.”
“Aceptaría esa apuesta,” dijo Jessie.
“Tengas o no tengas razón,” dijo la doctora Lemmon, percibiendo la tensión en la voz de Jessie, “el siguiente paso es preguntarte a ti misma qué vas a hacer respecto a esta nueva vida. ¿Cómo puedes hacer que funcione de mejor manera para ti y para los dos como pareja?”
“La verdad es que me siento perdida,” dijo Jessie. “Me parece que le voy a dar una oportunidad a este lugar. Pero es que yo no soy como él, no soy la típica chica que se ‘tira al fondo de la piscina’.”
“Sin duda eso es cierto,” asintió la doctora. “Tú eres una persona cautelosa por naturaleza, por buenas razones. Pero puede que tengas que bajarle el volumen a esa vocecita para arreglártelas durante un tiempo, especialmente en situaciones sociales. Quizá puedas tratar de abrirte un poco más a las posibilidades que te rodean. Y a lo mejor darle a Kyle el beneficio de la duda un poco más. ¿Te resulta esto razonable?”
“Desde luego que sí, cuando lo planteas en esta habitación, pero ahí afuera es diferente.”
“Quizá esa sea una elección que estés tomando,” sugirió la doctora Lemmon. “Deja que te haga una pregunta. La última vez que nos vimos, hablamos del origen de tus pesadillas. Entiendo que las sigues teniendo, ¿verdad?”
Jessie asintió. La doctora continuó.
“Está bien. También hablamos de que se lo contaras a tu marido, de que le dijeras por qué te despiertas con sudores fríos varias veces por semana. ¿Lo has hecho?”
“No,” admitió Jessica con culpabilidad.
“Ya sé que te preocupa su reacción, pero ya hablamos de que contarle la verdad podía ayudarte a lidiar con todo ello más eficazmente y acercaros más el uno al otro.”
“O podría destrozarnos la vida,” replicó Jessie. “Entiendo lo que dices, doctora. Pero hay una razón por la que tan poca gente sabe nada de mi historia personal. No es cálida y agradable, la mayoría de la gente no puede ni oír hablar de ello. Tú solo lo sabes porque hice mis investigaciones sobre tu trayectoria y decidí que tenías la formación específica y la experiencia con este tipo de cosas. Te busqué a propósito y dejé que te metieras en mi cabeza porque sabía que podrías manejarlo.”
“Tu marido te conoce desde hace casi una década. ¿No crees que pueda manejarlo?”
“Creo que una profesional con experiencia como tú tiene que emplear cada gramo de autocontrol y de empatía que tenga para no salir corriendo a gritos de la sala cuando se lo cuento. ¿Cómo crees que un típico chico de la California suburbana va a reaccionar?”
“No conozco a Kyle así que no puedo opinar,” replicó la doctora Lemmon. “Pero, si piensas comenzar una familia con él—pasar el resto de tu vida con él—puede que sea buena idea considerar si realmente puedes ocultarle un enorme pedazo de ella.”
“Lo tomaré en consideración,” dijo Jessie sin mucha convicción.
Podía percibir cómo la doctora Lemmon entendía que ya no iba a hablar más del tema.
“Entonces, hablemos de la medicación,” dijo la doctora, cambiando de asunto. “Tengo unas cuantas sugerencias para alternativas ahora que vas a intentar quedarte embarazada.”
Jessie se quedó mirando a la doctora fijamente, observando cómo movía los labios, pero por mucho que lo intentara, no podía concentrarse. Las palabras le pasaban de largo mientras sus pensamientos regresaban a esos bosques tenebrosos de su infancia, los que le perseguían en sueños.
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