Читать книгу «La Esposa Perfecta » онлайн полностью📖 — Блейка Пирс — MyBook.
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CAPÍTULO SIETE

Concertó una cita con su antigua terapeuta, la doctora Janice Lemmon, y solo con saber que atenderla requeriría una visita a la zona donde solía vivir le hizo sentir más cómoda. El pánico se había disipado casi inmediatamente después de concertar la sesión.

Cuando Kyle regresó a casa esa noche—lo cierto es que pronto—pidieron comida para llevar y vieron una película cursi pero entretenida sobre realidades alternativas que se titulaba El 13º Piso. Ninguno de los dos se disculpó formalmente, pero parecían haber redescubierto su zona de confort. Después de la película, ni siquiera subieron arriba para disfrutar del sexo. En vez de eso, Kyle simplemente se encaramó encima de ella allí mismo en el sofá. Eso le recordó a Jessie sus días de recién casados.

Kyle hasta le había preparado el desayuno esa mañana antes de salir hacia el trabajo. Era horrible—tostada quemada, los huevos sin hacer, y el bacón de pavo mal frito—pero Jessie agradecía el intento. Se sentía un poco mal por no haberle contado los planes que tenía para hoy, aunque tampoco él le había preguntado, así que no es que estuviera mintiendo.

Hasta que no se vio en la autopista al día siguiente, con los rascacielos del centro de Los Ángeles en el horizonte, Jessie no sintió que se calmaba el pinchazo de nerviosismo en sus entrañas. Había realizado el viaje a mediodía desde Orange County en menos de una hora y se metió a la ciudad solo para caminar un rato por allí. Aparcó en el aparcamiento próximo a la consulta de la doctora Lemmon enfrente de Original Pantry en la esquina de Figueroa y West 9th.

Entonces se le ocurrió la idea de llamar a su compañera de dormitorio de la USC y amiga más antigua de la universidad, Lacey Cartwright, que vivía y trabajaba en la zona, para ver si podían pasar un rato juntas. Le salió el buzón de voz y dejó un mensaje. Mientras empezaba a descender por Figueroa en dirección al Hotel Bonaventura, Lacey le envió un mensaje de texto para decirle que estaba demasiado ocupada ese día pero que ya quedarían la próxima vez que Jessie pasara por allí.

¿Quién sabe cuándo sucederá eso?

Se sacudió la decepción de su cabeza y se concentró en la ciudad que le rodeaba, admirando las vistas y sonidos bulliciosos que eran tan diferentes de su nuevo entorno. Cuando llegó a la Calle 5ª, giró a su derecha y siguió vagabundeando.

Eso le recordó a los días, no hace tanto tiempo, cuando hacía esto mismo varias veces a la semana. Si tenía dificultades con el estudio de un caso para clase, simplemente se iba a la calle y paseaba por las calles, utilizando el tráfico como ruido de fondo mientras le daba vueltas al caso en su mente hasta que encontraba una manera de enfocarlo. Su trabajo casi siempre era más potente si había tenido tiempo de vagabundear por el centro de la ciudad y de explorar diversas avenidas al respecto.

Mantuvo la charla inminente con la doctora Lemmon al fondo de su mente mientras repasaba mentalmente el café del día anterior en casa de Kimberly. Todavía no podía concretar el carácter de la misteriosa discreción de las mujeres que había conocido allí. Pero algo le llamó la atención en retrospectiva—lo desesperadas que estaban todas por escuchar los detalles de sus estudios de perfiladora de criminales.

No estaba segura de si se debía a que la profesión en la que se estaba metiendo era tan inusual o simplemente porque era una profesión. Ahora que pensaba en ello, caía en la cuenta de que ninguna de esas mujeres trabajaba.

Algunas lo habían hecho. Joanne había trabajado en marketing. Kimberly decía que solía ser una agente de bienes raíces cuando vivían en Sherman Oaks. Josette había dirigido una pequeña galería en Silverlake. Pero ahora todas eran amas de casa y madres. Y a pesar de que aparentaban sentirse felices con sus vidas, también parecían hambrientas por detalles del mundo profesional, con avaricia, casi con culpabilidad devorando cualquier pedacito de intriga.

Jessie se detuvo, cayendo en la cuenta de que, sin apenas darse cuenta, había llegado al Hotel Biltmore. Ya había estado aquí en muchas otras ocasiones. Era famoso por, entre otras cosas, albergar las primeras entregas de los Óscar en los años 30. También le habían dicho en una ocasión que aquí era donde Sirhan Sirhan había asesinado a Robert Kennedy en 1968.

Hace tiempo, antes de decidirse a hacer su tesis sobre el DNR, Jessie había considerado la idea de hacer un perfil de Sirhan. Por eso, se había presentado allí un día sin anunciar su visita y le había preguntado al conserje si daban tours del hotel que incluían la escena del tiroteo. Él se le quedó mirando, perplejo.

Le llevó unos momentos algo embarazosos caer en la cuenta de lo que ella estaba buscando y varios más para que él le explicara que el asesinato no había tenido lugar allí sino en el ahora ya demolido Hotel Ambassador.

Trató de suavizar el golpe diciéndole que JFK había recibido su nominación de los demócratas para presidente en el Biltmore en 1960. Pero se sentía demasiado humillada como para quedarse a escuchar esa historia.

A pesar de la vergüenza, la experiencia le enseñó una lección muy valiosa que se había quedado para siempre en su memoria: No hagas suposiciones, especialmente en una línea de trabajo donde hacer las suposiciones equivocadas puede acabar matándote. Al día siguiente, cambió el tema de su tesis y decidió que, a partir de ahora, iba a hacer sus averiguaciones antes de aparecer en un lugar.

A pesar de ese desastre, Jessie regresaba a menudo, ya que le encantaba el estilo anticuado del hotel. Esta vez, se metió de lleno en su zona de confort mientras merodeaba por los pasillos y las salas de baile durante unos buenos veinte minutos.

Cuando atravesó la recepción al salir, notó a un hombre joven vestido de traje que estaba parado como si nada cerca del mostrador de los botones, leyendo un periódico. Lo que llamó su atención fue lo sudoroso que estaba. Con el aire acondicionado a tope en el hotel, no podía entender cómo era posible. Aun así, cada pocos segundos, se secaba las gotas de sudor que se formaban constantemente en su frente.

¿Por qué está tan sudoroso un tipo que está leyendo un periódico tan tranquilamente?

Jessie se acercó un poco más y sacó su teléfono. Pretendió estar leyendo algo, pero encendió la cámara y la inclinó para poder observar al tipo sin tener que mirarle. De vez en cuando, tomaba una foto rápida.

No parecía que realmente estuviera leyendo el periódico, sino más bien que lo estuviera utilizando como decoración mientras miraba intermitentemente en la dirección de las maletas que se estaban colocando en el carrito para equipajes. Cuando uno de los botones empezó a empujar el carro hacia el ascensor, el hombre de traje se colocó el periódico debajo del brazo y caminó por detrás suyo.

El botones empujó el carro hacia el ascensor y el hombre de traje se quedó de pie al otro lado del carro. Justo cuando se cerraban las puertas, Jessie vio cómo el hombre de traje agarraba una maleta del lado del carro que estaba fuera de la vista del botones.

Vio cómo el ascensor se elevaba despacio y se detenía en el octavo piso. Después de unos diez segundos, empezó a descender de nuevo. Al hacerlo, Jessie se acercó al guardia de seguridad que había cerca de la puerta principal. El guardia, un tipo de aspecto amigable de cuarenta y muchos años, le sonrió.

“Creo que tienes a un ladrón trabajando en el hotel,” dijo Jessie sin preámbulos, con la intención de ponerle rápidamente al día.

“¿Cómo así?” le preguntó, ahora frunciendo el ceño ligeramente.

“He visto a este tipo,” dijo ella, enseñándole una de las fotos de su teléfono, “hacerse con un maletín de un carro de equipajes. Es posible que fuera suyo. Pero parecía estar disimulando y estaba sudando como un tipo que está nervioso por algo.”

“Muy bien, Sherlock,” dijo el guardia con escepticismo. “Asumiendo que tengas razón, ¿cómo se supone que le voy a encontrar? ¿Viste en qué pisos se detuvo el ascensor?”

“El octavo, pero si tengo razón, eso dará igual. Si es un huésped del hotel, me imagino que ese es su piso y ahí es donde se va a quedar.”

“¿Y si no es un huésped?” preguntó el guardia.

“Si no lo es, supongo que va a regresar de inmediato en el ascensor que está volviendo ahora mismo a la recepción.”

En el instante que dijo eso, se abrió la puerta del ascensor y el hombre sudoroso, vestido de traje, salió de él, con el periódico en una mano, el maletín en la otra. Empezó a caminar hacia la salida.

“Imagino que va a esconder eso en alguna parte y a empezar con todo el proceso de nuevo,” dijo Jessie.

“Quédate aquí,” le dijo el guardia, y después habló por su radio. “Voy a necesitar refuerzos en recepción cuanto antes.”

Se acercó al hombre de traje que, al verle por el rabillo del ojo, aceleró el ritmo de su paso. También el guardia aceleró. El hombre trajeado echó a correr y estaba ya saliendo por la puerta cuando se dio de frente con otro guardia de seguridad que corría en la dirección opuesta. Los dos se cayeron y rodaron por el suelo.

El guardia que estaba con Jessie agarró al hombre del traje, le elevó en el aire, le puso el brazo a la espalda, y le arrojó contra la pared del hotel.

“¿Le importa si miro en su bolsa, señor?” le exigió.

Jessie quería quedarse a ver cómo terminaba todo, pero un vistazo rápido a su reloj le mostró que su cita con la doctora Lemmon, concertada para las 11, era en solo cinco minutos. Tendría que saltarse el paseo de vuelta y tomar un taxi solo para llegar a tiempo. Ni siquiera iba a tener tiempo de despedirse del guardia. Estaba preocupada de que, si lo intentaba, él insistiría en que se quedara por allí para darle su declaración a la policía.

Llegó por los pelos y estaba jadeando sentada en la sala de espera cuando la doctora Lemmon abrió la puerta de su despacho para invitarle a pasar.

“¿Has venido corriendo desde Westport Beach?” le preguntó la doctora, riéndose.

“Se puede decir que algo así.”

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