Читать книгу «La Esposa Perfecta » онлайн полностью📖 — Блейка Пирс — MyBook.
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CAPÍTULO DOS

A pesar de los gritos interminables, Jessie intentaba reprimir el dolor de cabeza que le mordisqueaba los bordes de su cráneo. Daughton, el niño de tres años de carácter tierno, pero sorprendentemente ruidoso de Edward y Melanie Carlisle, se había pasado los últimos veinte minutos jugando a algo que llamaba Explosión y que básicamente consistía en chillar “¡boom!”

Ni Melanie (“llámame Mel”) ni Edward (“Teddy” para los amigos) parecían sentirse molestos por los chillidos intermitentes así que Jessie y Kyle también actuaban como si se tratara de algo normal. Estaban sentados en la sala de estar de los Carlisle, poniéndose al día antes de dar el paseo que habían planeado para ir a almorzar al puerto. Los Carlisle vivían a solamente tres manzanas de allí.

Kyle y Teddy habían estado charlando afuera durante la última media hora mientras Jessie se familiarizaba de nuevo con Mel en la cocina. Aunque solo la recordaba de un previo encuentro, después de unos pocos minutos, estaban charlando con toda la cordialidad del mundo.

“Le pediría a Teddy que hiciera una barbacoa, pero no quiero que os pongáis enfermos durante vuestra primera semana por aquí,” dijo Mel sarcásticamente. “Estamos mucho más a salvo yendo al malecón a comer.”

“¿No es el mejor cocinero del mundo?” preguntó Jessie con una ligera sonrisa.

“Digámoslo de esta manera. Si alguna vez se ofrece a cocinar, pretended que tenéis algo urgente que atender. Porque si os coméis algo que él haya preparado, vais a tener una urgencia de verdad.”

“¿Qué pasa, cielo?” preguntó Teddy mientras Kyle y él pasaban al interior. Era un tipo barrigón, con aspecto pastoso y cabello rubio en retroceso, y una piel pálida que parecía que pudiera quemarse con tan solo cinco minutos al sol. Jessie también percibió que su personalidad era bastante parecida—pastosa y maleable. Un instinto profundo que no podía describir pero en el que había aprendido a confiar con el paso de los años le decía que Teddy Carlisle era un hombre débil.

“Nada, cariño,” dijo ella casualmente mientras le guiñaba el ojo a Jessie. “Solo le estaba dando a Jessie cierta información esencial para su supervivencia en Westport Beach.”

“Muy bien,” dijo él. “Asegúrate de advertirle sobre el tráfico en Jamboree Road y en la Autopista de la Costa del Pacífico. Puede ser dura de roer.”

“Eso era lo próximo en mi lista,” dijo Mel inocentemente mientras se levantaba de uno de los taburetes de la cocina.

Mientras Mel se adentraba en la sala de estar para recoger los juguetes de Daughton del suelo, Jessie no pudo evitar darse cuenta de que, con esa falda de tenis y su camiseta de algodón, su menuda constitución estaba compuesta de músculos fibrosos. Sus pantorrillas se abultaban y sus musculados bíceps se flexionaban de manera impresionante mientras barría como una docena de coches de Matchbox con un único movimiento veloz.

Todo en ella, incluyendo su pelo corto moreno, su energía sin límites, y su voz directa y mordiente proyectaban la imagen de una chica dura, de las que no se andan con rodeos de New York, que era exactamente lo que había sido antes de mudarse al oeste.

A Jessie le cayó bien de inmediato, aunque no pudiera entender que es lo que le atraía de un tordo como Teddy. Le reconcomía ligeramente por dentro. Jessie se enorgullecía de su habilidad para leer a las personas. Y este hueco en su perfil informal de Mel le resultaba levemente perturbador.

“¿Estamos listos para marcharnos?” preguntó Teddy. También él iba vestido elegantemente con una camisa floja de botones y pantalones blancos de verano.

“Solo tienes que recoger a tu hijo y estaremos listos,” dijo Mel con cierta sequedad.

Teddy, aparentemente acostumbrado a su tono, se fue a buscar la máquina de “Explosión” sin decir palabra. Unos segundos después, escucharon unos gritos mientras regresaba sujetando a Daughton cabeza abajo por los tobillos, mientras el niño se resistía con todas sus fuerzas.

“¡Para, papá!” gritaba el niño.

“Déjalo en el suelo, Edward,” dijo Mel, siseando.

“Me contestó,” dijo Teddy mientras depositaba a su hijo en el suelo. “Solo necesitaba recordarle que ese tipo de cosas no está bien.”

“¿Y si se hubiera resbalado y caído, y se hubiera abierto la cabeza?” demandó Mel.

“Entonces habría aprendido una valiosa lección,” contestó Teddy con toda tranquilidad, sin que pareciera preocupado en absoluto por esa posibilidad.

Kyle se echó a reír con admiración y solo se detuvo cuando Jessie le lanzó unas miradas asesinas. Intentó cambiar la risa por una tos, pero era demasiado tarde y se encogió de hombros con aspecto arrepentido.

A medida que se dirigían al puerto, por el sendero bien cuidado que iba paralelo a la carretera principal, Jessie observó cómo iban vestidos Kyle y ella en comparación con sus amigos. Hasta Daughton, que tenía la piel pálida de su padre, pero el cabello oscuro de su madre, llevaba puestos unos pantalones cortos planchados y una camisa de cuello alto. Kyle llevaba unos pantalones cortos y una camiseta y Jessie se había puesto un sencillo vestido de verano en el último minuto.

“¿Estáis seguros de que vamos vestidos adecuadamente para almorzar en vuestro club?” le preguntó a Mel con aprensión.

“Oh, no te preocupes de ello. Sois nuestros invitados. Las normas sobre atuendo no os afectan a vosotros. Solamente los miembros reciben azotes por ir vestidos inapropiadamente. Y como Daughton es pequeño, a él solo le harían una marca con un hierro candente.” Seguramente Mel vio la mirada en los ojos de Jessie, porque le puso la mano en la muñeca de inmediato y añadió, “Solo estoy bromeando.”

Jessie sonreía con tensión ante su incapacidad para relajarse. Y justo entonces, Daughton pasó corriendo a su lado soltando un impresionante “boom” que le hizo saltar del susto.

“Tiene mucha energía,” dijo ella, tratando de sonar entusiasta. “Me encantaría embotellarla.”

“Sí,” asintió Mel. “Da mucho trabajo, pero lo adoro. Es extraño cómo las cosas que molestan a otra gente te resultan graciosas cuando se trata de tu hijo. Ya verás lo que quiero decir cuando te pase a ti. Asumiendo que eso es lo que quieres, claro está.”

“Así es,” dijo Jessie. “Llevamos un tiempo hablando de ello. Ha habido algún que otro… contratiempo por el camino, pero esperamos que el cambio de ambiente ayude.”

“En fin, debería advertirte. Es probable que surja el tema a menudo entre las mujeres que vas a conocer hoy. Les encanta hablar de niños y de todo lo que se relacione con ellos. Seguramente te preguntarán acerca de tus planes, pero no sufras por ello. Esa es la conversación típica, que siempre acaba surgiendo por estos lares.”

“Gracias por avisarme,” dijo Jessie cuando llegaron al final del sendero.

Se detuvo un momento para admirar las vistas. Estaban sobre el borde de un acantilado que daba a la Isla de Balboa y a la Bahía Promontory. Más allá estaba la Península de Balboa, el último pedazo de tierra antes del Océano Pacífico. El agua azul marino se extendía hasta donde alcanzaba la vista, y se acababa fundiendo con el cielo de un azul más pálido, punteado con unas cuantas nubes abultadas. Era realmente impresionante.

Más de cerca, vio el animado puerto, con barcos que entraban y salían según un sistema tácito que era mucho más organizado y hermoso que el de la autopista. La gente, diminuta como hormigas desde aquí arriba, merodeaba por el complejo del puerto y su gran cantidad de tiendas y restaurantes. Parecía que estuvieran en un mercado de agricultores.

El sendero había dado paso a una escalera enorme de piedra que descendía hasta el complejo. A pesar de los pasamanos de madera a ambos lados, era ligeramente sobrecogedor.

“El sendero reaparece de nuevo unos cincuenta metros más adelante y desciende hasta el puerto,” dijo Mel, sintiendo la reticencia de Jessie. “Podríamos ir por ese camino en vez de subir las escaleras, pero se tarda veinte minutos más y la vista no es tan agradable.”

“No, esto está bien,” le aseguró Jessie. “Es solo que últimamente no me he tomado muy en serio mi rutina en el Stairmaster y de pronto me estoy arrepintiendo.”

“Las piernas solo te duelen al principio,” dijo Daughton al saltar delante de ella y tomar la delantera.

“No hay nada como tener a un chiquillo que te rete a moverte,” dijo Jessie, tratando de reírse.

Empezaron a descender el largo tramo de escalones, Daughton por delante, seguido de Mel, Jessie, y Kyle, con Teddy a la cola. Después de un minuto, Daughton se les había adelantado bastante y Mel se apresuró a ponerse a su altura. Jessie podía escuchar a los chicos hablando por detrás de ella, aunque no podía entender lo que estaban diciendo. Y con estos escalones tan traicioneros, tenía dudas sobre darse la vuelta para enterarse.

Como a mitad de descenso, vio a una chica en edad universitaria subiendo por las escaleras, vestida solamente con un bikini y sandalias de playa, con una bolsa playera colgada del hombro. Todavía tenía el pelo mojado del agua y se le derramaban unas gotas de sudor por su piel morena y expuesta. Tenía unas curvas impresionantes que el bañador apenas contenía. Parecía que fuera a explotar por varios puntos en cualquier momento. Jessie intentó no mirar al pasarla de largo y se preguntó si Kyle estaría haciendo lo mismo.

“Vaya culo tan bonito tiene esa,” escuchó decir a Teddy unos pocos segundos después.

Jessie se puso tensa sin querer, no ya por la grosería sino porque lo más seguro era que la chica estuviera lo bastante cerca como para haberlo oído. Sintió la tentación de darse la vuelta y echarle una mirada de reprobación cuando escuchó la voz de Kyle.

“¿Verdad que sí?” añadió, riéndose disimuladamente como un colegial.

Jessie se detuvo en seco. Cuando Kyle le alcanzó, le agarró por el antebrazo. Teddy también se detuvo, con una mirada de sorpresa en la cara.

“Continúa, Teddy,” dijo ella, colocándose una sonrisa de plástico en la cara. “Solo necesito hablar con mi hombre un segundo.”

Teddy le lanzó a Kyle una mirada de asentimiento antes de seguir adelante sin hacer ningún comentario. Cuando ella estuvo segura de que ya no les podía oír, miró a su marido.

“Ya sé que es tu amigo del instituto,” susurró. “Pero, ¿crees que podías dejar de actuar como si aún siguieras allí?”

“¿Cómo?” le preguntó él a la defensiva.

“Seguramente esa chica escuchó a Teddy y su tono lascivo. ¿Y tú vas y le animas? No está bien.”

“No es para tanto, Jess,” insistió él. “Solo estaba haciendo una bromita. Quizá se sintió halagada.”

“O quizá le puso los pelos de punta. Sea como fuere, preferiría que mi marido no apoyara la idea de ‘la mujer como objeto sexual’. ¿Es esa una petición razonable?”

“Vaya… ¿así es como vas a reaccionar cada vez que pase una chica en traje de baño?”

“No lo sé, Kyle. ¿Es así como tú vas a reaccionar?”

“¿Venís, chicos?” les gritó Teddy desde abajo. Los Carlisle ya estaban como unos cincuenta escalones más abajo que ellos.

“Ya vamos,” le gritó Kyle de vuelta antes de bajar la voz. “Quiero decir, si todavía te parece bien.”

Kyle siguió hacia adelante antes de que ella pudiera responder, bajando las escaleras de dos en dos. Jessie se forzó a tomar una respiración larga y lenta antes de seguirle, esperando poder exhalar su frustración junto con el aire en sus pulmones.

Ni siquiera nos hemos mudado aún del todo y ya se está empezando a convertir en la clase de cabrón que he tratado de evitar toda mi vida.

Jessie intentó recordarse a sí misma que un comentario estúpido mientras se encontraba bajo la influencia de un viejo compañero de la escuela no quería decir que su marido se hubiera convertido de pronto en un filisteo. Sin embargo, no se podía sacudir de encima la incómoda sensación de que esto no era más que el principio.