Читать книгу «El Tipo Perfecto » онлайн полностью📖 — Блейка Пирс — MyBook.
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Además, había una idea dándole vueltas en la cabeza, una que quería cultivar. Quizá había llegado el momento de dejar de resignarse a que estas pesadillas fueran inevitables. Quizá debía dejar de tener miedo al día en que su padre le encontrara.

Quizá fuera la hora de ir a cazarle.

CAPÍTULO DOS

Cuando su antigua compañera de universidad y actual compañera de piso Lacy Cartwright salió a la sala del desayuno, Jessie ya llevaba despierta más de tres horas. Había hecho café fresco y le sirvió una taza a Lacy, que se acercó y la tomó con agradecimiento al tiempo que le ofrecía una sonrisa comprensiva.

“¿Otro mal sueño?”, le preguntó

Jessie asintió con la cabeza. Durante las seis semanas que Jessie llevaba viviendo en el apartamento de Lacy, intentando reconstruir su vida, su amiga se había acostumbrado a los gritos medio habituales en medio de la noche y a que se despertara de madrugada. Había sucedido ocasionalmente en la universidad, por lo que no le pillaba del todo de sorpresa. Sin embargo, la frecuencia de esos sueños había aumentado dramáticamente desde que su marido intentara matarla.

“¿Hice mucho ruido?”, preguntó Jessie, disculpándose.

“Un poco”, reconoció Lacy. “Pero dejaste de gritar en unos segundos. Me volví a quedar dormida.”

“Lo siento de veras, Lace. Quizá debería comprarte otros tapones para los oídos hasta que me mude, o una máquina que cancele el sonido mucho más potente. Te juro que no voy a tardar mucho más”.

“No te preocupes por ello. Estás manejando las cosas mucho mejor de lo que yo lo haría”, insistió Lacy mientras se ataba su pelo largo en una cola de caballo.

“Eso es muy amable por tu parte”.

“No solo estoy siendo educada, chica. Piensa en ello. En los últimos dos meses, tu marido ha asesinado a una mujer, ha tratado de inculparte a ti por ello, y después ha intentado matarte cuando lo averiguaste. Eso no incluye tu aborto”.

Jessie asintió, pero no dijo nada. La lista de Lacy de todas las cosas horribles ni siquiera incluía a su padre, el asesino en serie, porque Lacy no sabía nada sobre él, casi nadie lo sabía. Jessie lo prefería así—tanto por su seguridad como por la de los demás. Lacy continuó.

“Si fuera yo, todavía seguiría enroscada en posición fetal. El hecho de que casi hayas terminado con la terapia física y que estés a punto de entrar al programa especial de formación del FBI hace que me pregunte si eres un ciborg o algo así”.

Jessie debía admitir que, cuando se planteaban las cosas de esa manera, resultaba bastante impresionante que fuera tan efectiva. Su mano se movió involuntariamente al punto en el lado izquierdo de su abdomen donde Kyle le había clavado el atizador. Los médicos le habían dicho que había tenido mucha suerte de que no hubiera tocado ninguno de sus órganos internos.

Tenía una cicatriz fea. Suponía una adición antiestética a la que ya tenía desde niña y que le recorría la clavícula. De vez en cuando, todavía sentía un pinchazo agudo en sus tripas, pero en general, se sentía bien. Le habían dado permiso para librarse del bastón para caminar hacía una semana y su fisioterapeuta solo había programado otra sesión más de rehabilitación, que era hoy. Después de eso, se suponía que debía hacer los ejercicios necesarios por su cuenta. Por lo que se refería a la rehabilitación mental y emocional que necesitaba después de enterarse de que su marido era un asesino sociópata, estaba todavía lejos de la recuperación total.

“Supongo que las cosas no están tan mal”, respondió finalmente con poca convicción, mientras observaba cómo su amiga se terminaba de vestir.

Lacy se puso sus tacones de tres pulgadas, que la convertían en toda una amazona, en vez de en una mujer simplemente alta. Todo piernas largas y pómulos, se parecía más bien a una modelo de pasarela que a una aspirante a diseñadora de modas. Llevaba el pelo atado en una cola de caballo que revelaba su cuello. Iba meticulosamente vestida con un traje que ella misma había diseñado. Podía ser ya una compradora para alguna boutique de lujo, pero tenía planes de poseer su propia marca de diseño antes de los treinta años y de ser la diseñadora de modas afroamericana y lesbiana más conocida de todo el país poco después.

“No te entiendo, Jessie”, dijo mientras se ponía el abrigo. “Te aceptan en un prestigioso programa del FBI en Quántico para criminólogos prometedores y parece que la idea no te emocione mucho. Pensaba que te lanzarías a la oportunidad de cambiar de ambiente durante un tiempo. Además, son solo diez semanas. No es que tengas que irte a vivir allí”.

“Tienes razón”, asintió Jessie mientras se tomaba lo que quedaba de su tercera taza de café. “Es solo que tengo tantas cosas en la cabeza ahora mismo, que no estoy segura de que sea el momento adecuado. El divorcio de Kyle todavía no está finalizado. Todavía tengo que terminar de vender la casa en Westport Beach. Físicamente, no estoy al cien por cien. Y me despierto gritando la mayoría de las noches. No sé si aún estoy preparada para los rigores del programa de formación de análisis del comportamiento del FBI”.

“Bueno, pues será mejor que decidas rápido”, dijo Lacy caminando hacia la puerta principal. “¿No tienes que darles una respuesta antes de que termine la semana?”.

“Así es”.

“Pues bien, dime lo que decidas. Además, ¿puedes abrir la ventana de tu habitación antes de salir? No te ofendas, pero huele como si hubiera un gimnasio allí dentro”.

Ya se había ido antes de que Jessie pudiera responderle, aunque no estaba segura de qué podía decirle al respecto. Lacy era una gran amiga con la que siempre se podía contar para que te diera una opinión honesta. Pero el tacto no era su punto fuerte.

Jessie se levantó y fue a cambiarse a su habitación. Percibió un reflejo de sí misma en el espejo de cuerpo entero en la parte de atrás de la puerta y no se reconoció de inmediato. En la superficie, todavía tenía el mismo aspecto, con su cabello castaño a la altura de los hombros, sus ojos verdes, su complexión elevada, de un metro ochenta.

Pero tenía los ojos enrojecidos de cansancio, y el pelo grasiento y revuelto, por lo que decidió hacerse una cola de caballo y ponerse una gorra. Y sentía que estaba constantemente encogida de hombros, como consecuencia de la preocupación omnipresente de que pudiera sentir pinchazos en su abdomen.

¿Alguna vez volveré a ser la de siempre? ¿Acaso existe esa persona todavía?

Se quitó ese pensamiento de la cabeza, forzando a la autocompasión a tomar el asiento de atrás, al menos durante un rato. Estaba demasiado ocupada como para atender a eso en este momento.

Ya era hora de prepararse para su sesión de fisioterapia, su reunión con la agente de bienes raíces, su cita con su psiquiatra, y después con su ginecólogo. Tenía todo un día por delante en el que aparentar que era un ser humano funcional.

*

La agente de bienes raíces, un pequeño torbellino que revoloteaba por todas partes vestido de traje y que se llamaba Bridget, le estaba mostrando el tercer apartamento de la mañana cuando Jessie empezó a sentir deseos de tirarse por el balcón.

Todo iba bien al principio. Estaba un tanto eufórica después de su sesión final de fisioterapia, que había concluido con la sentencia de que estaba “razonablemente equipada para las tareas de la vida diaria.” Bridget había mantenido las cosas en marcha mientras miraban los dos primeros apartamentos, enfocándose en los detalles de la unidad, los precios, y las amenidades. No fue hasta que llegaron a la tercera unidad, la única que le intrigaba a Jessie por el momento, que las preguntas se pusieron un tanto personales.

“¿Estás segura de que solo te interesan apartamentos de un dormitorio?”, preguntó Bridget. “Puedo asegurar que este te gusta. Pero hay uno de dos dormitorios un piso más arriba que tiene virtualmente la misma distribución. Solo son treinta mil dólares más y tendría mayor potencial de reventa. Además, nunca sabes cómo puede cambiar tu situación en un par de años”.

“Eso es cierto”, reconoció Jessie, pensando mentalmente que solo hace dos meses estaba casada, embarazada, y viviendo en una mansión en Orange County. Ahora estaba separada de un asesino que había confesado su crimen, había perdido a su hijo nonnato, y estaba viviendo con una amiga de la universidad. “Pero un dormitorio me va bien”.

“Por supuesto”, dijo Bridget en un tono que indicaba que todavía no se iba a rendir. “¿Te importa si te pregunto cuáles son tus circunstancias? Me puede ayudar a enfocarme mejor en tus preferencias. No puedo evitar notar que tienes la piel más pálida en el dedo anular donde hasta hace poco había un anillo de bodas.

“Podría adaptar la selección de ubicaciones dependiendo de si estás pensando en tirar hacia adelante con todas tus fuerzas o en… acomodarte”.

“Estamos en la zona adecuada”, dijo Jessie, mientras su voz se tensaba involuntariamente. “Solo quiero ver apartamentos de un dormitorio por aquí. Esa es toda la información que necesitas ahora mismo, Bridget”.

“Por supuesto. Lo siento”, dijo Bridget, escarmentada.

“Tengo que tomar prestado el cuarto de baño un momento”, dijo Jessie, sintiendo como la tensión que había en su garganta se expandía hacia su pecho. No estaba segura de lo que le estaba pasando. “¿Está bien?”.

“Por supuesto”, dijo Bridget. “¿Recuerdas dónde estaba, al final del pasillo?”.

Jessie asintió y se dirigió hacia allí lo más deprisa que pudo sin echarse a correr. Para cuando llegó y cerró la puerta, tenía miedo de que se fuera a desmayar. Parecía como si estuviera a punto de tener un ataque de pánico.

¿Qué diablos me está pasando?

Se refrescó la cara con agua fría, y después reposó las palmas sobre el mostrador mientras se guiaba a sí misma a través de unas respiraciones lentas, y profundas.

Las imágenes se sucedían a través de su mente sin ritmo o razón de ser: estar acurrucada en el sofá con Kyle, temblando en una cabaña desolada al fondo de la cordillera Ozark, mirando el ultrasonido de su bebé por nacer y que nunca lo haría, leyendo una historia para irse a dormir con su padre adoptivo en una mecedora, viendo cómo su marido arrojaba un cadáver desde un yate en las aguas costeras, el sonido de su padre susurrándole “bicho de verano” al oído.

Jessie no sabía por qué le había alterado la pregunta básicamente inocua que había hecho Bridget sobre sus circunstancias. Lo cierto es que lo había hecho y ahora sentía un sudor frío, temblaba involuntariamente, y miraba de vuelta al espejo a una persona que apenas reconocía.

No estaba del todo mal que su próxima parada fuera para ver a su terapeuta. El pensamiento calmó ligeramente a Jessie que tomó unas cuantas respiraciones profundas antes de salir del cuarto de baño y dirigirse al fondo del pasillo hasta la puerta principal.

“Ya te llamaré”, le gritó a Bridget al tiempo que cerraba la puerta después de salir. Pero no estaba segura de que lo haría. Ahora mismo, no estaba segura de nada.

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