Mirándose al espejo, arregló su cabello ondulado y cobrizo e intentó sonreír alegremente. La expresión le resultó extraña. Estaba segura de que había bajado de peso desde la última vez que había visto a Jess, y pensó críticamente que se veía demasiado pálida y estresada, no solo por el trauma que había pasado más temprano.
Salió del baño justo a tiempo para ver a Jess entrar al pub.
Jess llevaba la misma chaqueta que tenía cuando se habían conocido, hacía más de un mes, ambas de camino a trabajar como niñeras en Francia. Verla hizo que los recuerdos la volvieran a inundar. Cassie recordó cómo se había sentido al abordar el avión. Asustada, insegura y con serios temores respecto a la familia que le habían asignado. Los que resultaron ser justificados.
Por el contrario, a Jess la había contratado una familia amorosa y amigable, y Cassie pensó que se veía muy feliz.
–Qué bueno verte —dijo Jess, dándole un abrazo apretado—. Esto es tan divertido.
–Es emocionante. Pero tengo un problema —confesó Cassie.
Le explicó que le habían robado la cartera más temprano.
–¡No! Eso es horrible. Qué mala suerte que hayan encontrado otras carteras y no la tuya.
–¿Puedes prestarme algo de dinero para el almuerzo y para el billete de autobús de regreso a la casa de huéspedes? Ni siquiera puedo retirar dinero en el banco sin mi pasaporte. Te lo transferiré en cuanto pueda conectarme a internet.
–Por supuesto. No es un préstamo, es un regalo. La familia para la que trabajo vino a Londres por un casamiento y hoy está en Winchester con la madre de la novia, así que me dieron mucho dinero para disfrutar de Londres por el día. Después de aquí, me voy a Harrods.
Jess sacudió su blonda cabellera, riéndose mientras compartía el dinero con Cassie.
–Oye, ¿nos tomamos una selfi? —sugirió, pero Cassie no accedió.
–No tengo nada de maquillaje —explicó, y Jess se rió y guardó su teléfono.
Claro que la falta de maquillaje no era la verdadera razón. Estaba haciendo todo lo posible para pasar desapercibida. Lo primero que había hecho al llegar a Londres había sido cambiar la configuración de sus redes sociales a un perfil privado. Sus amigos, bien intencionados, podrían decir algo y podrían rastrear su ruta. No quería que nadie supiera en dónde estaba. Ni su exnovio en Estados Unidos, ni su exjefe o su equipo legal en Francia.
Había pensado que se sentiría segura una vez que se fuera de Francia, pero no se había dado cuenta de lo accesible e interconectada que estaba toda Europa. Volver directamente a Estados Unidos hubiese sido la elección más sensata.
–Te ves increíble, ¿bajaste de peso? —Preguntó Jess—. ¿Y cómo van las cosas con la familia que te contrató? Habías dicho que estabas preocupada por ellos.
–No funcionó, ya no trabajo para ellos —dijo cuidadosamente, pasando por alto los detalles desagradables que no podía obligarse a pensar.
–Ay no, ¿qué ocurrió?
–Los niños se mudaron al sur de Francia y la familia ya no necesitaba una niñera.
Cassie lo simplificó lo mejor que pudo, con la esperanza de que una explicación aburrida evitara más preguntas, porque no quería tener que mentirle a su amiga.
–Supongo que esas cosas ocurren. Pudo haber sido peor. Podrías haber trabajado para esa familia de la que todo el mundo habla, la que el esposo irá a juicio por asesinar a su prometida.
Cassie bajó la mirada rápidamente, por miedo a que su expresión la delatara.
Afortunadamente las distrajo la llegada del vino, y luego de que ordenaran la comida, Jess abandonó el chisme jugoso.
–¿Qué vas a hacer ahora? —le preguntó a Cassie.
Cassie se sintió avergonzada por la pregunta, porque no tenía una repuesta coherente. Deseaba poder decirle a Jess que tenía un plan y que no estaba viviendo un día a la vez, sabiendo que tenía que aprovechar al máximo su estadía en Europa, pero sintiéndose cada vez más insegura acerca de su situación aquí.
–No estoy segura. Estuve pensando en volver a Estados Unidos, buscar trabajo en un lugar más cálido. Florida, quizás. Es costoso quedarse aquí.
Jess asintió con comprensión.
–Cuando llegué compré un auto. Alguien en la casa de huéspedes lo tenía a la venta. Eso se llevó mucho de mi dinero.
–¿Así que tienes un auto? —Preguntó Jess—. ¡Eso es genial!
–Lo he disfrutado mucho. Hice viajes increíbles afuera de la ciudad, pero usar el auto con la nafta y todo lo demás, e incluso la vida diaria me está costando más de lo que esperaba.
Desangrar dinero sin ninguna perspectiva de ganar más la estaba preocupando y le recordaba las batallas que había sufrido cuando era más joven.
Había abandonado su casa a los dieciséis años para escaparse de su padre violento y abusador, y desde entonces tuvo que cuidarse sola. No tenía seguridad, ni ahorros, ni una familia en la que apoyarse, porque su madre se había muerto y su hermana mayor, Jacqui, se había escapado unos años antes y nunca más había vuelto a contactarse.
Vivir sola había significado para Cassie sobrevivir mes a mes. A veces apenas lo lograba. No importaba si a fin de mes comía manteca de maní, había sido su alimentación básica en tiempos difíciles, y tenía el hábito de aceptar trabajos en restaurantes o como barman, en parte porque incluían comida gratis para el personal.
Ahora, la aterrorizaba vivir de los ahorros decrecientes que eran todo lo que tenía en el mundo, y gracias al dinero que le habían robado hoy, esos ahorros eran aun más minúsculos.
–Puedes buscar un trabajo temporal para salir del apuro —le aconsejó Jess, como si le hubiese leído la mente.
–Lo hice. Me presenté en algunos restaurantes e incluso solicité trabajo como barman en algunos pubs, pero me rechazaron inmediatamente. Aquí insisten mucho con tener los papeles en regla y yo solo tengo visa de visitante.
–¿Trabajo en restaurantes? ¿Por qué no como niñera? —preguntó Jess con curiosidad.
–No —lanzó Cassie, antes de recordar que Jess no sabía nada acerca de las circunstancias de su trabajo anterior. Luego continuó.
–Si no puedo trabajar, no puedo trabajar. No tener visa significa no tener visa, y trabajar como niñera es un compromiso a largo plazo.
–No necesariamente —argumentó Jess—. No tiene por qué serlo. Y tengo experiencia como niñera sin tener visa.
–¿De veras?
Cassie estaba decidida. No iba a volver a trabajar como niñera. De todas formas, lo que decía Jess parecía interesante.
–Todos los restaurantes y pubs reciben inspecciones regularmente. No hay forma de que contraten a alguien sin la visa adecuada. Pero trabajar para una familia es diferente. Es una zona gris. Después de todo, podrías ser una amiga de la familia. ¿Quién puede decir que en realidad estás trabajando? El año pasado me quedé en Devon con una amiga por un tiempo, y terminé haciendo algunos trabajos temporales, cuidando niños de los vecinos y de gente de la zona.
–Es bueno saberlo —dijo Cassie, pero no tenía la intención de explorar más esa opción.
Hablar con Jess hacía que se afianzara su decisión de volver a Estados Unidos. Si vendía el auto tendría suficiente dinero para mantenerse allí hasta que pudiera recuperarse.
Por otro lado, había pensado pasar más tiempo viajando. Había esperado con ansias pasar un año entero en el extranjero, y que eso le diera el tiempo que necesitaba para dejar atrás el pasado. Esta era su oportunidad para empezar su vida de cero y volver como una persona distinta. Volver a casa al poco tiempo de haberse ido sería como darse por vencida. No importaba que la gente pensara que no había tenido éxito, ella sentiría que había fracasado.
El mesero llegó con los platos llenos de nachos. Cassie le hincó el diente a la comida, hambrienta porque se había salteado el desayuno.
Pero Jess se detuvo con el ceño fruncido y sacó su teléfono del bolso.
–Hablando de trabajos de medio tiempo, una de las personas para las que trabajé me llamó ayer para ver si podía volver a ayudarlo.
–¿En serio? —preguntó Cassie, pero estaba concentrada en la comida.
–Ryan Ellis. Trabajé para él el año pasado. Los padres de su esposa se mudaban y necesitaban a alguien que cuidara de los niños mientras ellos estaban de viaje. Son personas encantadoras, y sus hijos tampoco están mal, tienen un varón y una nena. Hicimos un montón de cosas divertidas. Viven en un hermoso pueblo costero.
–¿En qué consiste el trabajo?
–Está buscando a alguien para más o menos tres semanas de forma urgente, para residir allí. Esto puede ser justo lo que necesitas, Cassie. Me pagaba muy bien, me daba efectivo y no le importaba para nada que no tuviera visa. Decía que si me habían aceptado en una agencia de niñeras, era porque sin dudas yo era una persona confiable. ¿Por qué no lo llamas y averiguas más?
Cassie se sintió tentada ante la posibilidad de tener efectivo en su bolsillo. Pero ¿otro trabajo como niñera? No se sentía lista. Quizás nunca lo estaría.
–No estoy segura de que sea para mí.
Sin embargo, Jess parecía decidida a solucionarle el futuro a Cassie. Marcó en su teléfono.
–Déjame que te envíe su número de todos modos. Y yo le enviaré un mensaje para decirle que quizás te pongas en contacto, y que yo te recomiendo ampliamente. Nunca se sabe, aun si no trabajas para él, quizás él conozca a alguien que necesite una casera. O a una paseadora de perros. O algo.
Cassie no podía discutir con ese razonamiento, y un minuto después su teléfono vibró por la llegada del mensaje de Jess.
–¿Cómo va tu trabajo? —le preguntó, una vez que Jess terminó de enviar el mensaje.
–No podría ir mejor.
Jess untó guacamole con un nacho.
–La familia es encantadora. Son muy generosos con mi tiempo libre y me dan muchas bonificaciones. Los niños pueden ser traviesos pero nunca desagradables, y creo que yo también les agrado.
Luego dijo en voz baja.
–La semana pasada, con toda la gente que llegaba para el casamiento, me presentaron a uno de los primos. Tiene veintiocho, es muy lindo y dirige una empresa de soporte informático. Creo que le gusto, y digamos que me divierte volver a coquetear.
Aunque estaba contenta por su amiga, Cassie no pudo evitar sentir una punzada de envidia. Ese era el trabajo soñado que secretamente ella había esperado. ¿Por qué a ella le había salido todo mal? ¿Había sido tan solo mala suerte o era, de alguna manera, por las decisiones que había tomado?
De repente, Cassie recordó lo que Jess le había dicho en el vuelo hacia Francia. Le había contado a Cassie que su primera asignación no había funcionado, por lo que la había abandonado y lo había intentado de nuevo.
Jess había tenido suerte en su segundo intento, y eso hizo que Cassie se preguntara si se estaba dando por vencida demasiado pronto.
Cuando terminaron los nachos, Jess miró la hora.
–Mejor me apuro. Harrods me está esperando —dijo—. Tendré que comprar regalos para toda la familia, para los niños y para el hermoso Jacques. ¿Qué le puedo comprar? ¿Qué se le regala a alguien con quien estás coqueteando? ¡Me llevará un buen rato decidirme!
Cassie se despidió de Jess con un abrazo, y con pena de que su almuerzo se hubiera terminado. La conversación amistosa había sido una distracción agradable. Jess parecía muy feliz, y Cassie podía entender por qué. La necesitaban y la valoraban, estaba ganando dinero, tenía un propósito en la vida y estaba segura.
Jess no andaba vagando sola, sin compañía, sin trabajo y con la paranoia de que la estaban buscando porque un juicio por homicidio estaba por empezar.
Unas semanas en un pueblo remoto podía ser exactamente lo que necesitaba ahora, en varios sentidos. Y Jess tenía razón. La llamada telefónica podía llevar a otras oportunidades laborales. Nunca las encontraría si no seguía intentándolo.
Cassie salió del pub lleno de gente para buscar una esquina tranquila, mirando a su alrededor en caso de que pasara algún carterista o ladrón de teléfonos.
Respiró hondo, y antes de que pudiera pensarlo demasiado y perdiera la calma, marcó el número.
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