Читать книгу «Una Subvención De Armas » онлайн полностью📖 — Моргана Райс — MyBook.
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CAPÍTULO TRES

Kendrick estaba sentado a horcajadas sobre su caballo, al lado de Erec, Bronson y Srog, delante de sus miles de hombres, mientras enfrentaban a Tirus y al Imperio. Habían caído en una trampa. Habían sido vendidos por Tirus, y Kendrick se dio cuenta, demasiado tarde, que había sido un gran error confiar en él.

Kendrick miró arriba y a su derecha y vio a 10 mil soldados del Imperio en la cresta del valle, con las flechas preparadas; a su izquierda vio a otros tantos. Ante ellos estaban parados muchos más. Los pocos miles de hombres de Kendrick, posiblemente nunca podrían vencer a ese número de soldados. Ellos serían asesinados con tan solo intentarlo. Y con todos esos arcos preparados, el más mínimo movimiento resultaría en la masacre de sus hombres. Geográficamente, estar en la base de un valle, tampoco ayudaba. Tirus había elegido bien su lugar para la emboscada.

Mientras Kendrick estaba ahí sentado, indefenso, con su rostro ardiendo de rabia e indignación, miró hacia Tirus, quien estaba sentado en lo alto de su caballo con una sonrisa de satisfacción. Junto a él estaban sentados sus cuatro hijos, y al lado de ellos, un comandante del Imperio.

"¿El dinero es tan importante para ti?", preguntó Kendrick a Tirus, apenas a tres metros de distancia, con su voz tan fría como el acero. "¿Venderías a tu propia gente, a tu propia sangre?"

Tirus no mostró ningún remordimiento; él sonrió de oreja a oreja.

"Tu gente no es de mi sangre, ¿recuerdas?", dijo él. "Es por ello que no tengo derecho, según tus leyes, al trono de mi hermano".

Erec aclaró su garganta, enojado.

"Las leyes MacGil pasan el trono al hijo – no al hermano”.

Tirus meneó la cabeza.

"Ahora todo es intrascendente. Sus leyes ya no importan. El poder siempre triunfa sobre la ley. Son aquellos con poder quienes dictan la ley. Y ahora, como puedes ver, yo soy más fuerte. Lo que significa que de ahora en adelante, yo dicto la ley. Las generaciones venideras no recordarán ninguna de sus leyes. Todo lo que recordarán es que yo, Tirus, fui el rey. No tú ni tu hermana”.

"Los tronos tomados de manera ilegítima nunca perduran", contraatacó Kendrick. "Podrás matarnos, incluso podrás convencer a Andrónico que te conceda un trono. Pero tú y yo sabemos que no gobernarás por mucho tiempo. Serás traicionado con la misma alevosía que nos infundiste”.

Tirus se quedó allí sentado, sin inmutarse.

"Entonces saborearé esos breves días en mi trono el tiempo que dure – y aplaudiré al hombre que me pueda traicionar con tanta habilidad como la que yo utilicé para traicionarlos”.

"¡Basta de hablar!", gritaron los comandantes del Imperio. "¡Ríndanse ahora o sus hombres morirán!".

Kendrick los miró, furioso, sabiendo que debía rendirse pero sin querer hacerlo.

"Bajen las armas", dijo Tirus tranquilamente, con su voz tranquilizadora, y "los trataré justamente, de un guerrero a otro. Serán mis prisioneros de guerra. Tal vez no comparta sus leyes, pero honro el código de batalla de un guerrero. Les prometo que no serán dañados estando bajo mi supervisión”.

Kendrick miró a Bronson, a Srog y a Erec, quienes también lo miraron. Todos estaban ahí sentados, orgullosos guerreros, con los caballos haciendo cabriolas debajo de ellos, en silencio.

"¿Por qué deberíamos confiar en ti?", preguntó Bronson a Tirus. "Ya nos has demostrado que tu palabra no significa nada. Tengo la mentalidad de morir en el campo de batalla, sólo para quitarte esa sonrisa engreída de tu cara".

Tirus se dio vuelta y frunció el ceño a Bronson.

"Hablas cuando ni siquiera eres un MacGil. Eres un McCloud. No tienes derecho a interferir en asuntos de los MacGil".

Kendrick defendió a su amigo: "Bronson es tan MacGil ahora como cualquiera de nosotros. Habla con la voz de nuestros hombres".

Tirus apretó los dientes, claramente molesto.

La decisión es tuya". Mira a tu alrededor y verás a nuestros miles de arqueros en ristre. Ustedes han sido aventajados. Si tan siquiera llegaran a tocar sus espadas, tus hombres caerían muertos en el acto. Seguramente hasta tú puedes darte cuenta. Hay tiempos de lucha y tiempos para rendirse. Si quieres proteger a tus hombres, harás lo que haría cualquier buen comandante. Depongan sus armas”.

Kendrick apretó su mandíbula varias veces, ardiendo por dentro. Aunque odiaba admitirlo, él sabía que Tirus tenía razón. Él echó un vistazo y supo en un instante que la mayoría, si no es que todos sus hombres, iban a morir aquí, si trataban de luchar. Aunque quería pelear, sería una decisión egoísta; y aunque despreciaba a Tirus, presentía que estaba diciendo la verdad y que sus hombres no serían perjudicados. Mientras vivieran, siempre podrían luchar otro día, en otro lugar, en algún otro campo de batalla.

Kendrick miró a Erec, un hombre con el que había luchado en infinidad de ocasiones, el campeón de Los Plateados y sabía que estaba pensando lo mismo. Era diferente ser un líder que ser un guerrero: un guerrero podía pelear con temerario desenfreno, pero un líder tenía que pensar primero en los demás.

"Hay un tiempo para las armas y un tiempo para rendirse", gritó Erec. "Confiaremos en tu palabra de guerrero de que todos nuestros hombres no serán dañados, y con esa condición, depondremos nuestras armas. Pero si incumples con tu palabra, que Dios guarde tu alma, voy a volver del infierno para vengar a todos y cada uno de mis hombres".

Tirus asintió, satisfecho, y Erec extendió la mano y dejó caer su espada y su vaina al suelo. Aterrizaron con un sonido metálico.

Kendrick hizo lo mismo, al igual que Bronson y Srog, cada uno de ellos reacios, pero sabiendo que era lo prudente.

Detrás de ellos se oyó el sonido metálico de miles de armas, todas cayendo por el aire y aterrizando en el suelo de invierno, todos Los Plateados y los MacGil y los silesios se rindieron.

Tirus sonrió de oreja a oreja.

"Ahora, bajen de sus caballos", ordenó.

De uno en uno desmontaron, delante de sus caballos.

Tirus mostró una amplia sonrisa, disfrutando su victoria.

"Durante todos estos años en que estuve exiliado en las Islas Superiores, envidié la Corte del Rey, a mi hermano mayor, todo su poder. Pero ahora, ¿quién de los MacGil tiene todo el poder?".

"El poder de la traición no es ningún poder", dijo Bronson.

Tirus frunció el ceño y asintió con la cabeza a sus hombres.

Se abalanzaron y ataron a cada una de sus muñecas con cuerdas gruesas. Todos comenzaron a ser arrastrados, miles de ellos fueron hechos prisioneros.

Mientras arrastraban a Kendrick, de repente recordó a su hermano, Godfrey. Todos se habían ido juntos, sin embargo, no lo había visto ni a él ni a sus hombres desde entonces. Se preguntaba si de alguna manera había logrado escapar. Rezó para que hubiese encontrado un mejor destino que ellos. De alguna manera, él era optimista.

Con Godfrey, uno nunca sabía.

CAPÍTULO CUATRO

Godfrey iba delante de sus hombres, flanqueado por Akorth, Fulton y su general silesio, y cabalgando al lado del comandante del Imperio a quien había sobornado generosamente. Godfrey cabalgaba con una amplia sonrisa en su rostro, más que satisfecho, cuando vio a la división de los hombres del Imperio, varios miles de soldados fuertes, junto a ellos, uniéndose a su causa.

Reflexionó con satisfacción en el soborno que les había dado a ellos; en las interminables bolsas de oro, recordó las miradas en sus caras y estaba feliz de que su plan hubiese funcionado. No había estado seguro hasta el último momento, y por primera vez, respiró tranquilo. Existían muchas maneras de ganar una batalla, después de todo, y acababa de ganar una sin derramar una gota de sangre. Tal vez eso no lo hacía tan caballeroso o valiente como a los otros guerreros. Pero, aun así, lo hacía exitoso. Y finalmente, ¿no era ése el objetivo? Él prefería mantener a todos sus hombres vivos con un poco de soborno, que ver a la mitad de ellos asesinados en algún acto imprudente de hidalguía. Así era él.

Godfrey había trabajado duro para lograrlo. Había utilizado todas sus conexiones del mercado negro de los burdeles, callejones y tabernas, para averiguar quién había estado durmiendo con quién, qué burdeles frecuentaban los comandantes del Imperio en el Anillo, y qué comandante del Imperio estaba abierto al soborno. Godfrey tenía más contactos ilícitos que la mayoría – de hecho, había pasado toda su vida acumulándolos – y ahora le habían sido útiles. Tampoco había causado daño el haber sobornado tan bien a cada uno de sus contactos. Finalmente, le había dado buen uso al oro de su papá.

Aun así, Godfrey no había estado seguro si ellos eran confiables, hasta el último momento. No había nadie que te vendiera como ladrón, y tenía que aprovechar la oportunidad que se le estaba presentando. Sabía que era como lanzar una moneda al aire; que esta gente era tan confiable como el oro que les fue pagado. Pero les había pagado con muy, pero muy buen oro, y resultaron ser más confiables de lo que pensó.

Por supuesto, no sabía cuánto tiempo permanecería fiel esta división de las tropas del Imperio. Pero al menos se habían zafado de una batalla, y por ahora, los tenía de su lado.

"Me equivoqué contigo", dijo una voz.

Godfrey se dio vuelta para ver al general silesiano acercándose a él con una mirada de admiración.

"Dudé de ti, lo admito", continuó diciendo. "Te ofrezco disculpas. No podría haber imaginado el plan que tenías bajo la manga. Fue ingenioso. No volveré a dudar de ti otra vez”.

Godfrey sonrió, sintiéndose reivindicado. Todos los generales, todos los militares, habían dudado él toda su vida. En la Corte de su padre, una Corte de guerreros, siempre se le había mirado con desdén. Ahora, finalmente, estaban viendo que, a su manera, podía ser tan competente como ellos.

"No te preocupes", dijo Godfrey. "Yo también dudaba de mí mismo. Voy aprendiendo. Yo no soy un comandante y no tengo un plan maestro que no sea sobrevivir, de cualquier manera posible".

"¿Y ahora adónde vamos?", preguntó el general.

"A reunirnos con Kendrick, Erec y los otros y hacer lo que podamos para ayudarlos en su causa”.