Читать книгу «Una Carga De Valor» онлайн полностью📖 — Моргана Райс — MyBook.
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CAPÍTULO CUATRO

Gareth estaba parado al borde de la cueva, viendo ponerse el sol, y esperó. Lamió sus labios secos e intentó concentrarse, los efectos del opio finalmente iban desapareciendo. Estaba mareado y no había bebido ni comido en varios días. Gareth pensó en su audaz fuga del castillo, escabulléndose a través del pasadizo secreto detrás de la chimenea, justo antes de que Lord Kultin hubiera intentado emboscarlo, y sonrió. Kultin había sido inteligente en su golpe de estado – pero Gareth había sido más listo. Como todos los demás, él había subestimado a Gareth; no se había dado cuenta de que los espías de Gareth estaban por todas partes, y que se habría enterado de su plan casi instantáneamente.

Gareth había escapado a tiempo, justo antes de que Kultin lo hubiera emboscado y antes de que Andrónico hubiera invadido la Corte del Rey y hubiera arrasado con él. Lord Kultin le había hecho un favor.

Gareth había utilizado los antiguos pasadizos secretos del castillo, serpenteando bajo la tierra, que finalmente lo llevó a la campiña, saliendo en una aldea alejada de la Corte del Rey. Había salido cerca de una cueva y se había derrumbado al llegar, durmiendo durante todo el día, acurrucado y temblando por el implacable aire de invierno. Deseaba haber traído más capas de ropa.

Despierto, Gareth se agachó y espió, a lo lejos, una pequeña aldea de labranza; había un puñado de cabañas, salía humo de sus chimeneas y a lo largo de ella estaban los soldados de Andrónico marchando por la aldea y el campo. Gareth había esperado pacientemente hasta que se dispersaron. Le dolía el estómago de hambre, y él sabía que necesitaba llegar a una de esas casas. Podía oler que cocinaban comida desde aquí.

Gareth salió corriendo de la cueva, mirando a todos lados, respirando con dificultad, frenético de miedo. No había corrido en años, y resolló por el esfuerzo; le hizo darse cuenta de lo delgado y enfermizo que se había vuelto. La herida en la cabeza, donde su madre le había golpeado con la escultura, palpitaba. Si sobrevivía a todo esto, juró matarla él mismo.

Gareth corrió hacia la ciudad, escapando, afortunadamente, de ser detectado por los pocos soldados del Imperio que estaban de espaldas a él. Corrió a la primera cabaña que vio, una vivienda sencilla, de una habitación, como las demás, un cálido resplandor venía desde dentro. Vio a una adolescente, tal vez de su edad, caminando por la puerta abierta con un montón de carne, sonriente, acompañada de una chica más joven, tal vez era su hermana, como de unos diez años – y decidió que ése era el lugar.

Gareth atravesó por la puerta con ellas, siguiéndolas, cerrando la puerta de golpe detrás de ellas y agarrando a la chica más joven por atrás, poniendo su brazo alrededor de la garganta. La chica gritó, y la chica mayor tiró su plato de comida, mientras Gareth sacaba un cuchillo de su cintura y lo sostuvo en la garganta de la joven.

Ella gritaba y lloraba.

"¡PAPÁ!".

Gareth se dio vuelta y miró la acogedora casa, llena de la luz de las velas y el olor de la comida, y vio, además de la adolescente, a una madre y un padre, parados sobre una mesa, mirándolo, con los ojos bien abiertos con miedo y rabia.

"¡Aléjense y no la mataré!". Gareth gritó, desesperado, alejándose de ellos, resguardando a la joven.

"¿Quién es usted?", preguntó la adolescente. "Yo me llamo Sarka. El nombre de mi hermana es Larka. Somos una familia pacífica. ¿Qué quiere con mi hermana? ¡Déjela!".

"Sé quién es usted", el padre entrecerró los ojos hacia él, en señal de desaprobación. "Usted era el rey anterior. El hijo de MacGil".

"Sigo siendo rey", gritó Gareth. "Y ustedes son mis súbditos. ¡Harán lo que yo diga!".

El padre frunció el ceño.

"Si usted es el rey, ¿dónde está su ejército?", preguntó. "Y si usted es el rey, ¿por qué está tomando como rehén a una chica inocente, con un puñal de la realeza? ¿Tal vez sea el mismo puñal que usó para matar a su propio padre?". El hombre se mofó. "He oído rumores".

"Tienes una lengua impertinente", dijo Gareth. "Sigue hablando y mataré a tu hija".

El padre tragó saliva, sus ojos se abrieron con temor, y se quedó callado.

"¿Qué quiere de nosotros?", gritó la madre.

"Comida", dijo Gareth. "Y refugio. Alerten a los soldados de mi presencia, y les prometo que voy a matarla. Sin trucos, ¿entienden? Déjenme en paz, y ella vivirá. Quiero pasar la noche aquí. Sarka, tráeme ese plato de carne. Y tú, mujer, aviva el fuego y tráeme un manto para poner sobre mis hombros. ¡Háganlo lentamente!", advirtió.

Gareth observaba mientras el padre asentía con la cabeza, a la madre. Sarka puso la carne en su plato, mientras que la madre se acercaba con un grueso manto y lo ponía sobre los hombros de él. Gareth, aún temblando, se acercó lentamente hacia la chimenea, el fuego rugiente calentó su espalda, mientras se sentaba en el suelo, a su lado, sosteniendo con firmeza a Larka, que todavía estaba llorando. Sarka se acercó con el plato.

"¡Ponlo en el suelo junto a mí!", ordenó Gareth. "Lentamente".

Conmocionada, Sarka lo hizo, mirando con preocupación a su hermana, y lo azotó en el suelo, junto a él.

Gareth estaba abrumado por el olor. Él se agachó y tomó un trozo de carne con su mano libre, sosteniendo la daga en la garganta de Larka con la otra; masticó y masticó, cerrando los ojos, saboreando cada bocado. Masticaba más rápido de lo que podía tragar, la comida colgaba de su boca.

"¡Vino!", gritó.

La madre le llevó una bota de cuero para vino, y Gareth la apretó en su boca, bebiéndolo. Respiró profundamente, masticando y bebiendo, empezando a sentirse bien de nuevo.

"¡Ahora, suéltela!", dijo el padre.

"De ninguna manera", respondió Gareth. "Pasaré la noche aquí, así, con ella en mis brazos. Ella estará a salvo, mientras yo lo esté. ¿Quieres ser un héroe? ¿O quieres que tu hija viva?".

Los familiares se miraron unos a otros, sin hablar, vacilantes.

"¿Puedo hacerle una pregunta?", preguntó Sarka. "Si usted es un buen rey, ¿por qué trata así a sus súbditos?".

Gareth la miró, desconcertado, y finalmente se reclinó y estalló en risas.

"¿Quién dijo que yo era un buen rey?".

CAPÍTULO CINCO

Gwendolyn abrió los ojos, sintiendo que el mundo se movía a su alrededor y luchó por averiguar dónde estaba. Vio, pasando junto a ella, las enormes puertas arqueadas de piedras rojas de Silesia, vio a miles de soldados del Imperio observándola, asombrados. Vio a Steffen, caminando junto a ella, y miró al cielo, rebotando hacia arriba y hacia abajo. Se dio cuenta de que la llevaban cargando. Que estaba en brazos de alguien.

Ella estiró el cuello y vio los ojos brillantes, intensos de Argon. Se dio cuenta de que estaba siendo llevada por Argon, con Steffen a su lado; los tres caminando abiertamente a través de las puertas de Silesia, pasando entre miles de soldados del Imperio, que se apartaban de ellos y se quedó allí, mirando. Estaban rodeados de un resplandor blanco y Gwendolyn podía sentirse inmersa en una especie de escudo protector en los brazos de Argon. Se dio cuenta de que estaba haciendo una especie de hechizo para mantener a raya a todos los soldados.

Gwen se sentía reconfortada, protegida, en los brazos de Argon. Le dolían todos los músculos de su cuerpo, estaba agotada, y no sabía si podía caminar si lo intentaba. Parpadeaba, al ir avanzando, y vio al mundo pasar por ella en fragmentos. Vio un pedazo de pared desmoronada; un parapeto colapsado; una vivienda quemada; una pila de escombros; los vio pasar a través del patio, llegar a las puertas más lejanas, en el borde del Cañón; los vio pasar a través de ellos, también, los soldados haciéndose a un lado.

Llegaron al borde del Cañón, la plataforma cubierta de púas de metal, y mientras Argon estaba allí parado, la plataforma bajó, llevándolos de regreso a las profundidades de la Baja Silesia.

Al entrar a la ciudad de la parte baja, Gwendolyn vio a docenas de rostros, los rostros preocupados y amables de los ciudadanos de Silesia, viéndola pasar, como si fuera un espectáculo. Todos miraban con asombro y preocupación, mientras ella seguía descendiendo hacia la plaza principal de la ciudad.

Al llegar, cientos de personas los rodearon. Ella vio caras conocidas – a Kendrick, a Srog, a Godfrey, a Brom, a Kolk, a Atme, a docenas de Los Plateados y de La Legión, que reconoció… Se reunieron a su alrededor, con la angustia en sus rostros, en el sol temprano de la mañana, mientras la niebla se arremolinaba en el Cañón y sintió una brisa fría punzándola. Cerró los ojos, tratando de que todo eso desapareciera. Se sintió como una cosa en exhibición y aplastada en las profundidades. Se sintió humillada. Y sintió que había decepcionado a todos.

Continuaron, más allá de todas las personas, a través de las callejuelas de la parte baja de la ciudad, a través de otra entrada arqueada, y finalmente al pequeño palacio de la parte baja de Silesia. Gwen entraba y salía de la conciencia, mientras entraban a un magnífico castillo rojo, subiendo un conjunto de escaleras, por un largo pasillo y hacia otra alta puerta arqueada. Finalmente, se abrió una pequeña puerta y entraron en una habitación.

La habitación tenía una luz tenue. Parecía ser un amplio dormitorio, con una cama antigua con dosel en su centro, con el fuego rugiente de una antigua chimenea de mármol, no muy lejos de allí. Varias asistentes estaban paradas en la habitación, y Gwendolyn sintió que Argon la llevaba a la cama, la colocaba suavemente sobre ella. Al hacerlo, docenas de personas se reunieron, mirándola con preocupación.

Argon se retiró, dio varios pasos hacia atrás y desapareció en medio de la multitud. Ella lo buscó, parpadeando varias veces, pero ya no lo pudo encontrar. Se había ido. Sintió la ausencia de su energía protectora, que la había estado envolviendo como un escudo. Se sentía más fría, menos protegida, sin él.

Gwen lamió sus labios agrietados y un momento después sintió que su cabeza era apuntalada por detrás, le colocaban una almohada y un jarro de agua en sus labios. Ella bebió y bebió, y se dio cuenta de cuánta sed tenía. Miró hacia arriba y vio a una mujer que reconoció.

A Illepra, la curandera real. Illepra la miró, con sus ojos color avellana, llenos de preocupación, le dio agua, pasando un paño caliente sobre su frente, quitando el cabello de su cara. Puso una mano sobre su frente y Gwen sentía una energía curativa que pasaba a través de ella. Sentía los ojos pesados, y pronto los cerró contra su voluntad.

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