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CAPÍTULO CUATRO

Thor se escondió entre la paja en la parte trasera de un carruaje, mientras lo empujaba a lo largo del camino. Él había tomado el camino la noche anterior y había esperado pacientemente hasta que pasara un carruaje lo suficientemente grande para abordarlo sin ser notado. Estaba oscuro en ese momento, y el carruaje iba al trote, lo suficientemente lento para que él pudiera obtener un buen ritmo corriendo y abordarlo desde atrás. Él había caído en el heno y se enterró en el interior.  Por suerte, el conductor no lo había visto.  Thor no estaba seguro si el carruaje iba a la Corte del Rey, pero iba hacia esa dirección y un carruaje de este tamaño, y con esas marcas, podría ir a muy pocos lugares distintos.

Thor viajó durante toda la noche, pero se quedó despierto durante horas, pensando en su encuentro con el Sybold. Con Argon. En su destino. En su antiguo hogar. En su madre. Sintió que el universo le había respondido, que le había dicho que tenía un destino distinto. Se quedó ahí acostado, con las manos entrelazadas detrás de la cabeza y miró hacia el cielo nocturno, visible a través de la lona hecha jirones.  Vio al universo, tan brillante, con sus estrellas rojas tan lejanas.  Estaba eufórico.  Por una vez en su vida, estaba de viaje.  No sabía a dónde, pero estaba viajando.  De una forma u otra, iba a llegar a la Corte del Rey.

Cuando Thor abrió los ojos, ya era de día, la luz inundaba el lugar y se dio cuenta de que se había quedado dormido. Se incorporó rápidamente, mirando alrededor, reprendiéndose a sí mismo por haberse dormido.  Debió haber estado más alerta—tuvo suerte de no haber sido descubierto.

El carro todavía se movía, pero no se meneaba tanto.  Eso solamente significaba una cosa: que había un mejor camino.  Debían estar cerca de una ciudad.  Thor miró hacia abajo y vio lo liso del camino, libre de rocas, de zanjas, lleno de conchas blancas, finas.  Su corazón latía más rápido, se estaban acercando a la Corte del Rey.

Thor miró por la parte posterior del carruaje y se sintió abrumado.  Las calles inmaculadas estaban llenas de actividad.  Docenas de carruajes, de todas formas y tamaños, que llevaban todo tipo de cosas, llenaban los caminos. Uno estaba cargado de pieles, otro con alfombras; otro más con pollos. Entre ellos caminaban cientos de comerciantes, algunos con ganado, otros llevaban cestas de bienes en sus cabezas. Cuatro hombres llevaban un paquete de sedas, equilibradas en postes.  Era un ejército de gente, todos iban en una misma dirección.

Thor se sentía vivo. Nunca había visto a tanta gente junta, tantos productos, que pasaran tantas cosas.  Había vivido en una pequeña aldea toda su vida y ahora estaba en un eje de actividad, envuelto en una humanidad.

Oyó un ruido fuerte, el gemido de las cadenas, que cerraba una enorme pieza de madera, tanto, que sacudió muy fuerte el suelo.  Momentos después llegó un sonido diferente, de los cascos de los caballos resonando en la madera.  Miró hacia abajo y se dio cuenta de que estaban cruzando un puente: debajo de ellos había un foso.  Un puente levadizo.

Thor sacó la cabeza y vio enormes pilares de piedra, la puerta de hierro con clavos, arriba. Iban pasando por la puerta del rey.

Era la puerta más grande que había visto en la vida.  Levantó la vista hacia las puntas, preguntándose que si se vinieran abajo, lo cortarían por la mitad.  Vio a cuatro de los Plateados del rey custodiando la entrada y su corazón se aceleró.

Pasaron por un largo túnel de piedra, y momentos después, el cielo se abrió de nuevo.  Estaban dentro de la Corte del Rey.

Thor apenas podía creerlo.  Incluso había más actividad aquí, si era posible—lo que parecía que eran miles de personas deambulando en todas direcciones. Había grandes extensiones de césped, con un corte perfecto, y plantas floreciendo por todas partes.  El camino se ensanchaba y junto a él había puestos, vendedores y edificios de piedra. Y en medio de todo eso, los hombres del rey. Soldados, ataviados con armaduras.  Thor lo había logrado.

En su excitación, él, inconscientemente se paró; al hacerlo, el carruaje se detuvo en seco, haciendo que diera volteretas hacia atrás, cayendo de espaldas en la paja.  Antes de que pudiera levantarse, se oyó el ruido de la madera bajando, y miró hacia arriba y vio a un anciano enojado, calvo, vestido con harapos y con el ceño fruncido. El conductor del carruaje metió la mano, sujetó a Thor de los tobillos con sus manos huesudas, y lo arrastró hacia afuera.

Thor salió volando, aterrizando con fuerza sobre su espalda en el camino de tierra, levantando una nube de polvo.  Hubo risas a su alrededor.

“La próxima vez que viajes en mi carruaje, muchacho, ¡te encadenaré! ¡Tienes suerte de que no llame a los Plateados ahora!”.

El anciano se volvió y escupió, luego se apresuró a regresar a su carruaje y dio latigazos a los caballos para avanzar.

Avergonzado, Thor lentamente recompuso su postura y se puso de pie. Miró alrededor. Uno o dos transeúntes rieron entre dientes, y Thor los miró con desagrado hasta que dirigieron la mirada hacia otro lado. Se sacudió el polvo y frotó sus brazos; su orgullo estaba lastimado, pero no su cuerpo.

Recuperó el ánimo al mirar alrededor, deslumbrado, y se dio cuenta de que debería estar feliz de que al menos había llegado hasta aquí. Ahora que había bajado de la carreta, podía mirar con libertad, y era un espectáculo extraordinario: la Corte se extendía hasta donde alcanzaba la vista. En su centro había un magnífico palacio de piedra, rodeado de altos muros de piedra fortificada, coronados por parapetos, en cuya cima, en todas partes, patrullaba el ejército del rey.  A su alrededor estaban los campos verdes, perfectamente cuidados, plazas de piedra, fuentes arboledas.  Era una ciudad.  Y estaba llena de gente.

Por doquier había todo tipo de personas—comerciantes, soldados, dignatarios—todos con mucha prisa. Le tomó a Thor varios minutos comprender que algo especial estaba ocurriendo.  Mientras deambulaba, vio que se hacían preparativos—ponían sillas, levantaban un altar. Parecía que se estaban preparando para una boda.

Su corazón dio un vuelco al ver, a lo lejos, un carril de justas, con un largo camino de tierra y una cuerda que lo dividía.  En otro campo, vio cómo algunos soldados arrojaban arpones a objetivos lejanos; en otro, los arqueros apuntaban hacia la paja.  Parecía que en todos lados había juegos y concursos. También había música: laúdes y flautas y címbalos, grupos de músicos dispersos; y vino, enormes barricas siendo rodadas; y comida, se preparaban las mesas, banquetes que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Era como si hubiera llegado en medio de una gran celebración.

Tan deslumbrante como era todo eso, Thor sintió la urgencia de encontrar la Legión. Ya era tarde y tenía que darse a conocer.

Se apresuró a la primera persona que vio, un hombre mayor que parecía ser, por su ropa manchada de sangre, un carnicero, corriendo por la carretera.  Todos aquí tenían mucha prisa.

“Disculpe, señor”, dijo Thor, sujetándolo del brazo.

El hombre bajó la mirada hacia la mano de Thor, con desagrado.

“¿Qué pasa, muchacho?”.

“Estoy buscando La Legión del Rey. ¿Sabe dónde entrenan?”.

“¿Tengo cara de mapa?”, dijo el hombre entre dientes y se fue enfadado.

A Thor le sorprendió su mala educación.

Se apresuró a la siguiente persona que vio, una mujer amasando harina sobre una mesa larga.  Había varias mujeres en esa mesa, todas trabajando con ganas y Thor pensó que alguna de ellas tendría que saber.

“Disculpen, señoritas”, dijo él. “¿Saben dónde entrena la Legión del Rey?”.

Se miraron unas a otras y rieron entre dientes, algunas de ellas eran un par de años mayor que él.

La mayor se volvió y lo miró.

“Usted está buscando en el lugar equivocado”, dijo ella. “Aquí nos estamos preparando para la fiesta”.

“Pero me dijeron que ellos entrenan en la Corte del Rey”, dijo Thor, confundido.

Las mujeres volvieron a reír ahogadamente. La mayor puso sus manos en sus caderas y sacudió su cabeza.

“Se comporta como si fuera la primera vez que viene a la Corte del Rey. ¿Acaso no sabe lo grande que es?”.

Thor se sonrojó mientras las otras mujeres reían, y finalmente se fue enojado. No le gustaba que se burlaran de él.

Vio ante él una docena de caminos, serpenteando, en todas direcciones hacia la Corte del Rey. Espaciadas en las paredes de piedra, había al menos una docena de entradas.  El tamaño y alcance de este lugar era abrumador.  Sentía desasosiego al pensar que podría buscar durante días y aun así, no lo encontraría.

Se le ocurrió una idea: seguramente algún soldado sabría dónde entrenaban los demás.  Se sentía nervioso de acercarse a un soldado del rey, pero se dio cuenta de que tenía que hacerlo.

Se dio la vuelta y corrió hacia la pared, hacia el soldado que montaba guardia en la entrada más cercana, esperando que no lo echara.  El soldado se mantuvo erguido, mirando al frente.

“Estoy buscando la Legión del Rey”, dijo Thor, con un tono de voz de valentía.

El soldado continuó mirando al frente, sin hacerle caso.

“¡Dije que estoy buscando la Legión del Rey!”, insistió Thor, en voz más alta, decidido a ser reconocido.

Después de varios segundos, el soldado lo miró, burlón.

“¿Me puede decir dónde está?”, dijo Thor presionando.

“¿Para qué quieres saberlo?”.

“Tengo un asunto muy importante que tratar”, instó Thor, con la esperanza de que el soldado no lo presionara.

El soldado volvió a mirar al frente, ignorándolo de nuevo.  Thor se sintió descorazonado, temeroso de que nunca recibiría una respuesta.

Pero después de lo que le pareció una eternidad, el soldado respondió: “Ve a la puerta Este, después ve todo hacia el norte. Dirígete a la tercera puerta a la izquierda, y da vuelta a la derecha, y vuelves a dar vuelta a la derecha. Pasa por el segundo arco de piedra, y está más allá de la puerta.  Pero déjame decirte que pierdes tu tiempo.  No reciben visitas”.

Era todo lo que Thor necesitaba escuchar.  Sin perder más tiempo, dio media vuelta y corrió por el campo, siguiendo las instrucciones, repitiéndolas mentalmente, tratando de memorizarlas.  Se dio cuenta de que el sol estaba en lo alto del cielo y solo rezaba para que cuando llegara, no fuera demasiado tarde.

*

Thor bajó corriendo los senderos inmaculados llenos de conchas, serpenteando hacia la Corte del Rey. Hizo todo lo posible para seguir las instrucciones, con la esperanza de no perderse. Al fondo del patio, vio todas las puertas y eligió la tercera a la izquierda.  Corrió hacia ella y siguió la desviación, doblando de un camino a otro. Corrió en contraflujo, miles de personas afluían en la ciudad, la multitud era mayor minuto a minuto.  Se topó con los músicos del laúd, malabaristas, bufones y todo tipo de artistas, todos vestidos con sus mejores galas.

Thor no podía soportar la idea de que empezara la selección sin él, e hizo todo lo posible para concentrarse mientras doblaba camino tras camino, buscando alguna señal del campo de entrenamiento. Pasó por un arco, giró hacia otro camino y después, a lo lejos, vio lo que sólo podría ser su destino: un mini coliseo, construido en piedra, en un círculo perfecto. Los soldados vigilaban al centro la enorme puerta. Thor escuchó una ovación débil desde atrás de sus paredes y su corazón se aceleró.  Ese era el lugar.

Él corrió, con los pulmones a reventar.  Cuando llegó a la puerta, dos guardias se acercaron y bajaron sus lanzas, cerrando el paso.  Un tercer guardia se adelantó y levantó una mano.

“Alto ahí”, le ordenó.

Thor paró en seco, sin aliento, apenas capaz de contener su emoción.

“Usted…no…entiende”, jadeó, hablando a borbotones, entre cada respiración. “Tengo que entrar. Ya voy retrasado”.

“¿Retrasado para qué?”.

“Para la selección”.

El guardia, un hombre de baja estatura, robusto, con la piel picada de viruela, se volvió y miró a los demás, que lo veían con cinismo.  Se volvió y examinó a Thor con una mirada de menosprecio.

“Se eligieron los reclutas hace horas, en el transporte real.  Si no tienes invitación, no puedes entrar”.

“Pero usted no entiende. Tengo que hacerlo”.

El guardia se acercó y sujetó a Thor de la camisa.

no entiendes, muchachito insolente.  ¿Cómo te atreves a venir y tratar de entrar a la fuerza? Ahora vete—antes de que te encarcele”.

Empujó a Thor, quien tambaleó hacia atrás, varios centímetros.

Thor sintió una punzada en su pecho, donde la mano del guardia lo tocó—pero más que eso, sintió el dolor del rechazo.  Se sintió indignado.  No había venido hasta aquí para ser rechazado por un guardia sin siquiera ser visto.  Estaba decidido a entrar.

El guardia se volvió hacia sus hombres y Thor se alejó lentamente, en sentido contrario, rodeando el edificio circular. Él tenía un plan. Caminó hasta que se perdió de vista, y luego echó a correr, a lo largo de las paredes. Se aseguró de que los guardias no estuvieran mirándolo, y después aceleró hasta correr. Cuando estaba a mitad del camino alrededor del edificio, vio otra entrada hacia la arena—en lo alto, había entradas arqueadas en la piedra, bloqueada por barras de hierro.  Una de estas aberturas no tenía sus barras.  Oyó otro rugido, subió a la cornisa y miró.

Su corazón se aceleró. En el interior del enorme campo de entrenamiento había docenas de reclutas—incluyendo a sus hermanos. Todos alineados, estaban frente a una docena de Los Plateados. Los hombres del rey caminaban entre ellos, examinándolos.

Otro grupo de reclutas estaban de pie a un costado, bajo la atenta mirada de un soldado, arrojando arpones a un objetivo distante.  Uno de ellos falló.

Las venas de Thor ardían de indignación.  Él pudo haber dado en las marcas; era tan bueno como cualquiera de ellos. Solamente porque era más joven y más pequeño, no justificaba que lo hicieran a un lado.

De repente, Thor sintió una mano en su espalda mientras lo jalaban hacia atrás y salió volando por los aires.  Aterrizó con fuerza en el suelo, sin aliento.

Levantó la vista y vio al guardia de la entrada, con desprecio.

“¿Qué te dije, muchacho?”.

Antes de que pudiera reaccionar, el guardia se echó hacia atrás y pateó a Thor con fuerza. Thor sintió un fuerte golpe en las costillas, mientras el guardia intentaba patearlo de nuevo.

Esta vez, Thor atrapo el pie del guardia en el aire, tirando de él, haciéndole perder el equilibrio y que cayera.

Thor se levantó rápidamente.  Al mismo tiempo, el guardia también se levantó. Thor se le quedó mirando, sorprendido por lo que acababa de hacer.  Frente a él, el guardia echaba chispas por los ojos.

“No solo te voy a encadenar”, dijo el guardia entre dientes, “me la vas a pagar.  ¡Nadie toca a un guardia del rey! Olvídate de unirte a la Legión – ¡ahora vas a revolcarte en el calabozo! ¿Tendrás suerte si alguna vez vuelven a verte!”.

El guardia sacó una cadena con un grillete en el extremo.  Se acercó a Thor, con la venganza en su rostro.

Thor pensó rápidamente. No podía permitir ser encadenado—pero tampoco quería hacerle daño a un miembro de la Guardia Real.  Tenía que pensar en algo—y rápido.

Se acordó de su honda. Sus reflejos entraron en acción cuando la agarró, colocó una piedra, apuntó, y la dejó volar.

La piedra se elevó por los aires y derribó las cadenas de las manos, dejó al guardia aturdido; también golpeó los dedos del guardia.  Éste se echó hacia atrás y movió su mano, gritando de dolor, mientras las cadenas caían al suelo.

El guardia miró a Thor con odio, sacó su espada. Salió con el conocido sonido metálico.

“Ése fue tu último error”, le dijo de manera amenazante y yendo al ataque.

Thor no tenía otra opción: este hombre no iba a dejarlo en paz.  Puso otra piedra en su honda y la lanzó. Apuntó deliberadamente—no quería matar al guardia, pero tenía que detenerlo. Así que en lugar de apuntar hacia su corazón, nariz, ojos o cabeza, Thor apuntó hacia el único lugar que lo detendría sin matarlo.

Entre las piernas del guardia.

Dejó volar la piedra—no a toda velocidad, sino que solamente lo suficiente para derribar al hombre.

Fue un tiro perfecto.

El guardia se desplomó, dejando caer su espada, agarrando su entrepierna mientras se desplomaba en el suelo y se acurrucaba en ovillo.

“¡Te ahorcaré por esto!”, gimió él entre gruñidos de dolor. “¡Guardias! ¡Guardias!”.

Thor miró hacia arriba y a lo lejos vio a varios guardias del rey corriendo hacia él.

Era ahora o nunca.

Sin perder un minuto más, corrió hacia el borde de la ventana.  Tendría que pasar por la arena y darse a conocer.  Y lucharía contra cualquiera que se interpusiera en su camino.

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