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CAPÍTULO DOS

En sueños, Devin se encontró en un lugar muy lejos de la forja en donde trabajaba, incluso más allá de la ciudad de Royalsport, en donde vivía con su familia. Él soñaba con frecuencia, y en sus sueños podía ir a cualquier lado y ser cualquier cosa. En sus sueños, podía ser el caballero que siempre había querido ser.

Aunque este sueño era extraño. En primer lugar, el sabía que estaba en un sueño, cuando habitualmente no lo sabía. Eso quería decir que podía caminar por él y parecía cambiar cuando lo observaba, lo que le permitía crear paisajes a su alrededor.

Era como si estuviese flotando sobre el reino. Allí abajo podía ver cómo el terreno se extendía debajo de él, el norte y el sur, divididos por el río Slate, y Leveros, la isla de los monjes, hacia el este. En el extremo norte, sobre el límite del reino, a cinco o seis días a caballo, podía ver lo volcanes que había estado inactivos durante años. En el extremo oeste, apenas pudo divisar el Tercer Continente, del que la gente hablaba en voz baja y con asombro de las cosas que vivían allí.

Era un sueño, sin embargo, y él o sabía, era una visión extraordinariamente acertada del reino.

Ahora ya no estaba por encima del mundo. Ahora estaba en un lugar oscuro, y había algo allí con él: una silueta que llenaba el espacio, con un aroma mohoso, seco y reptiliano. Un parpadeo de luz destelló en las escamas, y en la casi oscuridad él creyó escuchar el susurro del movimiento junto con la respiración como un fuelle. En el sueño, Devin podía sentir que su miedo aumentaba, aferrando la empuñadura de una espada con la mano instintivamente y alzando la hoja de metal negro azulado.

Unos enormes ojos dorados se abrieron en la oscuridad y la luz volvió a parpadear. Entonces, él pudo ver un cuerpo enorme con escamas oscuras, de una dimensión que jamás había visto, con las alas enrolladas y la boca totalmente abierta que revelaba una luz interior. Devin tuvo un momento para darse cuenta de que era un destello de llamas lo que salía de la boca de la criatura, y entonces no había nada más que llamas, rodeándolo, llenando el mundo…

Las llamas cedieron, y ahora estaba sentado en una sala cuyas paredes formaban un círculo, como si estuviese en la cima lo alto de una torre. El lugar estaba lleno desde el suelo hasta el techo de artículos que debían haber sido recolectados en decenas de momentos y lugares. Cortinas de seda cubrían las paredes, y había objetos de latón sobre las repisas que Devin no podía adivinar su propósito.

Había un hombre allí, sentado con las piernas cruzadas en un pequeño espacio abierto, en un círculo dibujado con tiza y rodeado de velas. Era calvo y de apariencia seria, y tenía los ojos fijos en Devin. Vestía togas exquisitas bordadas con sigilos y joyas con diseños místicos.

–¿Me conoce? —Le  preguntó Devin mientras se acercaba.

Siguió un largo silencio, tan largo que Devin comenzó a preguntarse si le había hecho la pregunta.

–Las estrellas dijeron que si esperaba aquí, en sueños, tu vendrías —dijo finalmente la voz— El que será.

Devin se dio cuenta entonces de quién era este hombre.

–Usted es Maese Gris, el hechicero del rey.

Tragó ante la idea. Se decía que este hombre tenía el poder de ver las cosas que ningún hombre cuerdo querría; que le había dicho al rey el momento en que su primera esposa moriría y todos se rieron hasta que tuvo un desvanecimiento y se rompió la cabeza en la piedra de uno de los puentes. Se decía que podía buscar dentro del alma de un hombre y sacar todo lo que había visto allí.

El que será.

¿Qué podía significar eso?

–Usted es Maese Gris.

–Y tú eres el muchacho que nació en el día más imposible. He buscado y buscado, y tú no deberías existir. Pero existes.

A Devin se le aceleró el corazón al pensar que el hechicero del rey sabía quién era él. ¿Por qué un hombre así tendría interés él?

Y en ese momento, supo que esto era más que un sueño.

Esto era un encuentro.

–¿Qué quiere de mí? —Le preguntó Devin.

–¿Querer? —La pregunta parecía haber tomado por sorpresa al hechicero, si es que algo podía hacerlo—. Simplemente quería verte con mis propios ojos. Verte en el día en que tu vida cambiará para siempre.

Devin tenía muchas preguntas, pero en ese momento, Maese Gris extendió el brazo hacia una de las velas a su alrededor y la apagó con dos dedos largos mientras susurraba algo que apenas se escuchaba.

Devin quería acercarse y comprender lo que estaba sucediendo, pero en cambio sintió una fuerza que no podía entender, que lo arrastraba hacia atrás, hacia afuera de la torre, hacia la oscuridad…

***

—¡Devin! —Lo llamó su madre—. Despierta, o te perderás el desayuno.

Devin maldijo y abrió los ojos de golpe. La luz del amanecer ya entraba por la ventana de la pequeña casa familiar. Eso quería decir que si no se apresuraba, no podría llegar temprano a la Casa de las Armas ni tendría tiempo más que para meterse derecho a trabajar.

Estaba acostado en la cama, respirando con esfuerzo e intentando quitarse de encima el peso y realismo de sus sueños.

Pero por más que intentó, no pudo. Colgaba de él como un manto pesado.

–¡DEVIN!

Devin sacudió la cabeza.

Saltó de la cama y se apresuró a vestirse. Su ropa era simple, sencilla, con algunas partes remendadas. Algunas cosas las había heredado de su padre y no le quedaban bien, ya que a sus dieciséis años, Devin era aún más delgado que él, no más grande que el promedio para su edad, aunque un poco más alto. Se quitó de los ojos el cabello oscuro, con las manos que también habían sufrido pequeñas quemaduras y cortes en la Casa de las Armas. Él sabía que sería aún peor con el paso de los años. El viejo Gund apenas podía mover algunos dedos; el esfuerzo del trabajo le había quitado mucho.

Devin se vistió y corrió hacia la cocina de la cabaña familiar. Se sentó allí y comió estofado en la mesa de la cocina con su madre y su padre. Lo untó con un pedazo de pan duro, sabiendo que aunque era algo simple, lo necesitaría para el día de trabajo duro que tenía por delante en la Casa de las Armas. Su madre era una mujer pequeña, como un pájaro, y parecía muy frágil a su lado, como si se fuese a quebrar por el peso de sus tareas diarias, aunque nunca lo había hecho.

Su padre también era de menor estatura que él, pero era ancho, musculoso y duro como la teca. Cada mano era como un mazo, y tenía tatuajes en los antebrazos que aludían a otros lugares, desde el Reino del Sur a las tierras en el otro extremo del mar. Incluso tenía un mapa que mostraba ambos territorios y también la isla de Leveros y el continente Sarras, lejos, del otro lado del mar.

–¿Por qué me miras los brazos, muchacho? —Le preguntó su padre con voz ronca.

Él nunca había sido bueno para demostrar afecto. Incluso cuando Devin obtuvo su puesto en la Casa, incluso cuando había demostrado ser capaz de forjar armas de la misma forma que los mejores maestros, su padre no había hecho mucho más que asentir.

Devin quería contarle acerca de su sueño desesperadamente. Pero sabía que era mejor no hacerlo. Su padre lo menospreciaría y estallaría en una celosa rabieta.

–Es solo que hay un tatuaje que no había visto —le dijo Devin.

Generalmente su padre vestía mangas largas y Devin nunca estaba allí el tiempo suficiente como para observarlo.

–¿Por qué en este están Sarras y Leveros? ¿Estuviste allí cuando eras…?

–¡Eso no es de tu incumbencia! —le gritó su padre.

La pregunta parecía haber desatado su ira curiosamente ante el enfrentamiento. Rápidamente se bajó las mangas y ató los puños a la altura de las muñecas para que Devin no pudiese ver más.

–¡Hay cosas por las que no debes preguntar!

–Lo siento —dijo Devin.

Había días en los que Devin apenas sabía qué decirle a su padre; días en los que apenas se sentía como su hijo.

–Debo irme a trabajar.

–¿Tan temprano? Vas a practicar con la espada otra vez, ¿no? —Le reclamó su padre—Aún intentas convertirte en un caballero.

Parecía realmente enojado y Devin no podía deducir por qué.

–¿Sería algo tan terrible? —le preguntó Devin con vacilación.

–Acepta tu lugar, muchacho —desembuchó su padre—. No eres un caballero. Solo un plebeyo como el resto de nosotros.

Devin reprimió una respuesta rabiosa. No tenía que ir a trabajar hasta dentro de una hora, pero sabía que al quedarse se arriesgaría a tener una discusión, como todas las que habían precedido.

Se levantó sin siquiera molestarse en terminar su comida, y se marchó.

La débil luz del sol lo iluminó. A su alrededor, la mayor parte de la ciudad aún dormía tranquilamente en las primeras horas de la mañana, incluso cuando aquellos que trabajaban durante la noche habían retornado a sus casas. Eso significaba que Devin tenía la mayoría de las calles para él mientras se dirigía hacia la Casa de las Armas, corriendo por los adoquines con esfuerzo. Cuanto más temprano llegara más tiempo tendría, y en todo caso, había escuchado como los maestros de la espada les decían a sus alumnos que este tipo de ejercicio era fundamental para tener resistencia durante un combate. Devin no sabía si alguno de ellos lo hacía, pero él sí. Necesitaría todas las herramientas que pudiese obtener si iba a convertirse en un caballero.

Devin continuó su camino por la ciudad, corriendo más rápido y con mayor esfuerzo, aún intentando quitarse de encima los restos de su sueño. ¿Realmente había sido un encuentro?

El que será.

¿Qué podía significar eso?

El día en que tu vida cambiará para siempre.

Devin miró a su alrededor como si estuviese buscando una señal o algún indicio de que algo lo cambiaría en este día.

Sin embargo, no vio nada más que los comunes tejemanejes de la ciudad.

¿Habría sido un sueño ridículo? ¿Un deseo?

Royalsport era un lugar con puentes y callejones, esquinas oscuras y aromas extraños. Con la marea baja, cuando el río entre las islas que lo formaban estaba lo suficientemente bajo, la gente caminaba por los lechos del río, aunque los guardias intentaban manejarlo y asegurarse de que ninguno de ellos fuese a distritos en los que no eran bienvenidos.

Los canales entre las islas formaban una serie de círculos concéntricos, con las partes más adineradas hacia el centro, protegidas por las capas del río. Hacia afuera había distritos de entretenimiento y de la nobleza, luego los mercantiles y las áreas más pobres, por las que quienes caminaban tenían que ser cuidadosos y vigilar su bolsa de dinero.

Las Casas sobresalían en el horizonte, sus edificios habían sido entregados a instituciones tan antiguas como el reino; más antiguas, ya que eran reliquias de los días en los que se decía que gobernaban los reyes de los dragones, mucho antes de que las guerras los expulsaran. La Casa de las Armas se erigía arrojando humo a pesar de ser tan temprano, mientras que la Casa del Conocimiento se levantaba como dos agujas enroscadas, la Casa de los Mercaderes estaba bañada en oro hasta brillar y la Casa de los Suspiros se levantaba en el corazón del distrito de entretenimiento. Devin avanzó zigzagueando por las calles y evitando las pocas siluetas que se habían levantado tan temprano como él, mientras corría hacia la Casa de las Armas.

Cuando llegó, la Casa de las Armas estaba casi tan quieta como el resto de la ciudad. Había un vigilante en la puerta, pero conocía a Devin de vista y estaba acostumbrado a que él entrara a horas extrañas. Devin pasó saludándolo con la cabeza y luego se dirigió hacia adentro. Tomó la espada con la que había estado trabajando recientemente, sólida y fiable, adecuada para la mano de un verdadero soldado. Terminó de envolver la empuñadura y la llevó para arriba.

Este espacio no tenía el hedor de la forja, ni la mugre. Era un lugar con madera limpia y aserrín para atrapar sangre suelta, en donde había soportes con armas y armaduras y un espacio   de doce caras en el medio, rodeado de algunos bancos para que los que esperaban por su clase se sentaran. Allí había postes y fardos para cortar, todos dispuestos para que los estudiantes de la nobleza pudieran practicar.

Devin se acercó a un estafermo para maestros de armas, un poste más alto que él sobre una base con pértigas de metal que hacían las veces de armas y podían girar en respuesta a los golpes de los espadachines. La destreza consistía en atacar y luego moverse o rebatir, atravesarlo sin que el arma quedara atrapada y golpearlo sin ser golpeado. Devin adoptó una postura defensiva y luego atacó.

Sus primeros golpes fueron constantes, metiéndose en la actividad y probando la espada. Bloqueó los primeros giros de respuesta de los postes y luego esquivó los siguientes, acostumbrándose lentamente a la espada. Empezó a aumentar el ritmo y a ajustar el juego de piernas, moviéndose de una posición a otra con sus golpes: del buey al espectro, luego al largo y volver a empezar.

En algún momento en medio del ajetreo dejó de pensar en los movimientos individuales; los golpes, los bloqueos y las estocadas empezaron a fluir en un todo en donde el acero sonaba contra el acero y su hoja se movía rápidamente para cortar y apuñalar. Practicó hasta transpirar, cuando el poste se movía a una velocidad que podía magullarlo o herirlo si incluso calculaba mal una sola vez.

Finalmente, retrocedió e hizo el saludo que había visto que hacían los espadachines a sus oponentes, antes de revisar el daño de su espada. No tenía cortes ni rajaduras. Eso era algo bueno.

–Tienes una buena técnica —dijo una voz, y Devin se volteó.

Frente a él vio a un hombre de unos treinta años, con pantalones cortos y una camisa ajustada al cuerpo para evitar que la tela se enredara en la trayectoria de una espada. Tenía el cabello largo y oscuro, atado con trenzas difíciles de deshacer en una pelea y rasgos aguileños que culminaban en unos ojos grises penetrantes. Caminaba con una leve cojera, como si fuera de una herida vieja.

–Pero deberías quitarle el peso a los talones cuando te volteas; hace que sea más difícil estabilizarte hasta que completas el movimiento.

–Tú…Tú eres Wendros, el maestro espadachín —dijo Devin.

En la Casa había muchos maestros espadachines, pero los nobles pagaban más por aprender con Wendros, algunos incluso después de años de espera.

–¿Lo soy? —Se tomó un momento para observar su reflejo en una armadura de placas—. Pues, sí lo soy. Hum, entonces si fuera tú, yo prestaría atención a lo que dije. Dicen que yo sé todo lo que hay que saber acerca de la espada, como si eso fuera mucho.

–Ahora, escucha otro consejo —agregó el maestro espadachín Wendros—. Abandónalo.

–¿Qué? —Dijo Devin con asombro.

–Abandona tu intento de convertirte en un espadachín —le dijo—. Los soldados solo tienen que saber cómo parase en línea. Ser un guerrero implica más —Se acercó—. Mucho más.

Devin no sabía qué decir. Sabía que se refería a algo más importante, algo que superaba su sabiduría; pero no tenía idea de qué podía ser.

Devin quería decir algo, pero no le salían las palabras.

Y de repente, Wendros se volteó y marchó hacia la salida del sol.

Devin se encontró pensando en el sueño que había tenido. No podía evitar sentir que estaban relacionados.

No podía evitar sentir como si hoy fuese el día que cambiaría todo.

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