Ángel me separó las muñecas y los tobillos y me volvió a atar las muñecas al cinturón de BDSM. Sacó una correa de cuero en forma de Y que ató por delante a las dos anillas de mi cinturón, la pasó por la anilla de la base del consolador que sobresalía de mi ano y la ató a la anilla de la parte posterior de mi cinturón.
– Ahora no saldrá de tu culo, – me dijo Ángel confidencialmente. – Bájate de la silla y arrodíllate delante de mí.
Me bajé torpemente de la silla y me arrodillé. Podía oler el olor almizclado de su polla erecta mientras caminaba hacia mí.
A medida que me arrodillaba delante de Ángel, la presencia de la polla de goma en mi ano me resultaba cada vez más incómoda. Mientras estaba a cuatro patas sobre la silla, doblada, era bastante tolerable. Pero cuando Ángel me hizo arrodillarme y enderezarme, sentí inmediatamente el tamaño y la posición del consolador con todas mis entrañas.
Era como un fuerte estreñimiento, y esperaba que el alivio llegara pronto. Ángel me sujetó la cabeza con una mano, acariciándome la nuca, y la otra entre los omóplatos, atrayéndome contra él para que sintiera el calor de sus muslos contra mis pechos. Masajeándome la espalda y el cuello, mi hermano habló en voz baja y suave.
– Estoy muy orgulloso de ti, hermanita -comenzó-. – Has sido valiente y obediente, y he conseguido lo que tanto había soñado.
– ¿Soñabas con esto? – Me sorprendió.
– Sí, y durante mucho tiempo…
– ¿Por qué nunca me lo contaste?
– Bueno, somos hermanos, cómo puedes decir una cosa así… Ni siquiera he podido decirlo hoy, sólo me he tomado una copa y me he vuelto más audaz.....
– Me alegro de que te hayas atrevido y me lo hayas propuesto. – Sonreí.
– Yo también me alegro mucho. Antes de que acabemos hoy, te darás cuenta: todo lo que hice lo hice por una razón, pero con un propósito. Te darás cuenta y me lo agradecerás. Ahora, ¿estás listo para jugar conmigo después de toda esta preparación?
– Sigues preguntando, Ángel. Llevo mucho tiempo preparada -respondí, esforzándome por no mostrar lo ansiosa que estaba por pasar a la siguiente fase.
– Bien, entonces levántate e inclínate sobre la silla por mí, una última vez.
Ángel sonrió cariñosamente y me ayudó a ponerme en pie. Me incliné sobre la silla, separando las piernas.
– Bien -dijo mi hermano-. – Ahora enséñamelas.
Me llevé la mano al culo una vez más. El consolador de mi ano era tan grueso que lo alcancé con la punta de los dedos mientras separaba las nalgas.
Sentí que Ángel desataba la correa de cuero de mi cinturón y la sacaba de la anilla situada en la base del monstruoso consolador. Entonces, para mi deleite, sentí cómo el cuerpo extraño abandonaba mis entrañas.
Mi hermano tiró de él lentamente, retorciéndolo de un lado a otro antes de sacar finalmente el consolador de mi ano. Colocó el horrible instrumento frente a mí, y me quedé asombrada al introducirlo en mí prácticamente en toda su longitud.
– No tengo ningún otro juguete en mi arsenal que sea tan enorme -dijo Ángel confidencialmente-. – Ahora podemos concentrarnos en el placer. Levántate, tenemos una cosa más que hacer.
Ahora… ¡¿Una cosa más?! Sentí que me invadía una oleada de pánico. Ángel, perspicaz como siempre, me tranquilizó:
– No te preocupes, tonta. Sólo un poco más de lubricante y un poco más de limpieza, – y me llevó al cuarto de baño. Allí cogió una jeringuilla grande.
– La jeringuilla está llena de lubricante de menta. Te producirá un agradable cosquilleo en el interior, y también te dejará el culo húmedo y resbaladizo durante unas horas, lo que me permitirá follártelo todo el tiempo -anunció-. – Ahora métete en la ducha.
Obedecí.
– Inclínate un poco hacia delante. Las piernas separadas. Enséñamelo, – me ordenó Ángel.
Me incliné, un poco torpemente, y le expuse mi entrepierna. Mi hermano introdujo la punta de 20 centímetros en mi ano, pero apenas la sentí. Sólo sentía el receptáculo entre mis nalgas y las manos de Ángel apretándolo.
Con ambas manos apretó el contenido de la jeringuilla en mi interior en unos diez segundos. Luego apretó con fuerza el recipiente contra mi ano distendido para mantener el líquido dentro.
– Relájate, hermanita. Vamos a mantener el lubricante dentro de ti durante un rato para que te recubra todo el recto.
Solté las nalgas y me relajé. Empecé a sentir un agradable calor dentro de mis entrañas. Era inusual, pero agradable, y decidí disfrutar de la sensación mientras pudiera. Al cabo de unos minutos, Ángel sacó la punta. El lubricante brotó de mi ano y fluyó por mis piernas hasta el orificio de drenaje. No fue como los enemas anteriores. No sentí calambres, dolor ni molestias: el espeso líquido fluyó libremente fuera de mí. No podía retenerlo aunque quisiera.
Esperaba que Ángel me lavara después o me dijera que me duchara. Pero, para mi sorpresa, mi hermano me desabrochó las muñecas y me dijo que me quitara el cinturón y las esposas. Me dio una pastilla de jabón y un bote de champú y me dijo que me limpiara para él. Sentí que la hora "X" se acercaba rápidamente y mi útero empezó a contraerse y desencajarse activamente en la anticipación.
– Y no te atrevas a masturbarte, ¡ni se te ocurra! – me advirtió Ángel. – Si lo haces, te arrepentirás mucho.
Con estas palabras cerró la puerta de la ducha. Me lavé el pelo y me enjaboné el cuerpo de pies a cabeza. Tuve la tentación de liberar mi tensión sexual, así que me pasé la mano enjabonada por el clítoris varias veces, sin dejarme llevar por el orgasmo. Luego me enjuagué y cerré el grifo. Cuando abrí la puerta de la ducha, Ángel estaba de pie frente a mí, mirándome con severidad.
– ¿Qué te he dicho de la masturbación? – preguntó sin amabilidad.
– Yo no… – balbuceé. – Quiero decir que sólo me estaba enjabonando la entrepierna. No pasó nada…
– No me mientas, hermanita -dijo mi hermano con sarcasmo-. – Es una mampara de cristal. Vi lo que hacías. Y te advertí de lo que vendría después.
Empecé a temblar. En parte porque estaba mojada y me estaba enfriando. Y en parte porque tenía miedo de lo que Ángel pudiera hacerme. Y ese miedo estaba bien justificado.
– Date la vuelta e inclínate -me ordenó. – ¡Ya!
Cuando me di la vuelta, vi a Ángel cogiendo aquel enorme consolador. Por un momento pensé en escapar. Mis manos ya no estaban encadenadas al cinturón y sabía que podía escabullirme de mi hermano, coger mi ropa y huir de la casa. Pero no me moví. Le desobedecí y descubrí que su poder sobre mí era más fuerte que nunca. Me di la vuelta, doblando la cintura. Me llevé las manos a las nalgas para prepararme para otra penetración en el culo. Ángel no perdió el tiempo.
– Esta es una lección de cómo decir exactamente lo que quiero decir, – me ordenó, y sentí la gruesa cabeza del monstruoso consolador presionando contra mi exhausto ano.
– Métetelo por el culo, – siseó Ángel.
Empujó tan fuerte que casi me derriba, desequilibrándome. Me incliné hacia atrás, y la cabeza golpeó mi esfínter, tan dolorosamente que se me cortó la respiración.
Intenté soltarme, pero la otra mano de Ángel, que estaba en mi espalda, me empujó y me inmovilizó contra la pared de la ducha, follándome vigorosa y duramente el ano con su enorme falo. Era muy doloroso, como si mi hermano me estuviera violando con una botella de vino. Agradecí la gran dosis de lubricante que había bombeado en mis entrañas antes de la ducha.
– ¡Lo siento, Ángel! Lo siento, por favor. – gemí. – No puedo más, ya basta, ¡vamos a follar!
– No es sólo un juego -dijo Ángel con severidad, sin dejar de friccionar con su monstruoso falo en mi culo-. – Si te ordeno hacer algo, hay razones para ello. Con el tiempo te darás cuenta.
Finalmente, sacó el consolador y lo tiró al suelo.
– Ahora vuelve a la ducha, – ordenó y cerró la puerta de la ducha.
Abrí el grifo. Tenía la entrepierna y los muslos resbaladizos por el lubricante, pero me los limpié. Cuando terminé, Ángel ya sonreía. La tormenta había pasado. Mi hermano me tendió una toalla suave y limpia.
– Sécate y empólvate -dijo en voz baja, señalando con la cabeza el tarro de plástico blanco con talco para bebés que había en la estantería-. – Quiero que tu cuerpo esté suave y terso cuando te acuestes conmigo. Entonces espérame en el dormitorio.
Sonrió seductoramente y me pasó la punta de la lengua por el labio superior. Me acarició la mejilla y salió del cuarto de baño.
Mientras yo me preparaba para el acto que se avecinaba, Ángel preparaba la habitación. El dormitorio de su hermano era grande, rectangular. En un extremo había una enorme cama de matrimonio. En el otro estaba la zona de estar, con un sofá, dos sillones, un armario y una mesa de centro. A lo largo de la pared, a un lado de la cama, había dos largos escritorios bajos con espejos encima. Frente a la pared, a los pies de la cama, había un tocador, una silla y otro espejo.
Quitó la colcha, la manta y la sábana encimera de la cama y las guardó en el armario, dejando sólo el duro colchón cubierto con una sábana de percal ajustada de color morado y cuatro gruesas almohadas.
Ángel abrió el cajón de los juguetes y sacó los tres consoladores con los que pensaba follarme. Uno era largo, fino y muy flexible, con engrosamientos espaciados uniformemente, como un preservativo relleno de pelotas de ping-pong. El segundo era relativamente corto y grueso, con una enorme cabeza en forma de seta. El tercero era doble, con dos consoladores formando una V.
Mi hermano colocó los juguetes sobre la mesa del salón, poniendo junto a ellos otro tubo de lubricante anal y tres preservativos. Puso música clásica. Ángel siempre pensó que la música de cuerda junto con los graves de la trompeta y los ritmos de del tambor la aumentaban su energía sexual.
Estuve sentada unos diez minutos antes de que se abriera la puerta del dormitorio y entrara mi hermano. Y cada uno de esos minutos estuvo lleno de ansiedades y fantasías. ¿Cómo cambiarían ahora nuestras vidas, con qué haríamos el amor ahora Ángel y yo?
¿Cómo sería él en la cama? ¿Insensible o apasionado? ¿Duro o suave? ¿Tomaría más o daría más? Podía imaginarme mi último calvario de cien maneras distintas, y pensar en cada escenario me cargaba de pasión y lujuria.
Independientemente de lo que Ángel planease hacerme, me sometería a él y me entregaría voluntariamente. Sólo esperaba que tuviera la gentileza de liberarme.
Entonces oí a mi hermano acercarse y me puse en pie de un salto. Ángel caminaba lenta y suavemente, como un gato, y sonreía mientras me miraba. Sabía que me conocía bien. Y yo también lo sabía. Durante toda una vida, nos habíamos estudiado a fondo.
Se me cayó la baba en cuanto entró en el dormitorio y mi cuerpo se estremeció de excitación.
– ¿Tu culo está listo para otro juego? – preguntó mi hermano, mirándome directamente a los ojos.
– Estoy totalmente lista para darte placer, Ángel. No te lo vas a creer… – murmuré en voz baja, casi para mis adentros.
– Ya veremos -respondió Ángel con indiferencia-. – Pienso hacer contigo lo que me dé la gana. ¿Estás segura de que quieres llegar hasta el final?
– Estoy segura, Ángel, ¡por favor! Estoy completamente segura. Puedes hacer conmigo lo que quieras. Puedes. – Estaba un poco avergonzada, pero continué– Fóllame con lo que quieras, de la forma que quieras, en el orificio que quieras. Estoy aquí para darte placer.
Mi hermano me miró a los ojos, que se lo suplicaban. Podía ver que estaba a punto de entrar en pánico ante la idea de terminar la velada sin que se desarrollara nuestro drama, y sabía que ambos disfrutaríamos esta noche. Me sonrió y abrió los brazos.
– Ven aquí y abrázame, hermana. Muy pronto te follaré el culo, y seremos amantes a partir de ahora, – dijo Ángel.
Suspiré aliviada, me acerqué a él y nos abrazamos, apretando su excitada polla entre nuestros cuerpos. Luego mi hermano me cogió de la mano y me llevó por el pasillo.
En cuanto entramos en el dormitorio, Ángel se volvió y me besó apasionadamente. Sentí la lengua de mi hermano en mi boca y sus manos en mi cintura, que viajaron hacia abajo, penetrando mis dedos entre mis nalgas. Mi hermano era tan duro, tan fuerte: un verdadero depredador. Y yo estaba dispuesta a entregarme a él.
Ángel rompió el beso y me llevó al sofá. Se sentó en el borde y palmeó el cojín que tenía al lado, invitándome a sentarme también. Me senté a su lado y esperé.
Mi hermano me pellizcaba los pezones y me acariciaba perezosamente el clítoris. Me sentía como en un sueño: una atmósfera mágica, espejos, una cama morada, como un verdadero altar, en el que estaba destinada a entregarme analmente a mi propio hermano, y una música tan extraña, como sobrenatural. Ángel me dejó mirar a mi alrededor e impregnarme del ambiente sin decir una palabra. Miraba mi cara de excitación con satisfacción. Y aunque mi hermano también estaba muy emocionado, sabía que no había prisa: era mejor disfrutar de cada minuto.
– Mira la mesa, – dijo con voz suave.
Miré y me alivió ver que ninguno de los juguetes que Ángel había preparado era mucho más grande que su polla. Pero estaban justo delante de mí, y me di cuenta de que la hora "X" estaba cerca.
– Todo esto es para ti -dijo Ángel-. – ¿Te gustan?
– Me alegro de que no sean tan enormes como aquel, – respondí nerviosa.
Durante uno o dos minutos estuvimos sentados en silencio. No podía apartar los ojos de los juguetes que Ángel había colocado sobre la mesa. Me imaginaba cómo se sentían. Ángel puso sus dedos alrededor de mi clítoris, apretándolo y acariciándolo suavemente. Con la otra mano, mi hermano me acariciaba las mejillas y jugaba con mi pelo mientras observaba mi expresión. Luego me cogió la barbilla y me giró la cabeza para mirarle.
– Estás a punto de entregarte a mí, y yo estoy a punto de poseerte. Estamos a punto de convertirnos en amantes, hermana. Quiero que te relajes y saborees la idea.
"Sus ojos son tan hermosos", pensé. – "Tan fuertes y seguros, llenos de fuego y pasión. Me desea tanto como yo a él".
Nos miramos a los ojos durante unos segundos y luego empezamos a besarnos apasionadamente. Y los dos sabíamos que no pararíamos hasta que mi hermano me follara. Y hasta que obtuviera satisfacción de mi ano. Al principio nuestros besos eran suaves, como de exploración: labios suavemente contra labios, lengua contra lengua, dedos en las mejillas, ojos abiertos. Notaba la tensión, pero no quise dar el primer paso y esperé una señal de Ángel.
– Estás indecisa, cariño -se burló de mí-. – ¿No me deseas?
Esa era la señal que estaba esperando. Tomé la iniciativa y empecé a besarle el cuello, su mano en mi estómago, sus bonitos y firmes bíceps.
Agarré el pezón de mi hermano y empecé a moverlo entre el pulgar y el índice. Su pezón era tan deliciosamente carnoso y duro…
Me di cuenta de que los pectorales de Ángel eran muy sensibles y una fuente de gran placer para él. Empecé a lamer y chupar lentamente sus pezones. Al mismo tiempo deslicé mi mano por su vientre y empecé a tocar rítmicamente la cabeza de su polla con la yema de mi dedo, que se acercaba a su pubis por la excitación.
Mi inesperada acción hizo saltar su polla. Ángel levantó una pierna y la apoyó en el reposabrazos del sofá, luego atrajo mi cabeza hacia la suya y me enterró un beso en los labios, llenándome la boca con su lengua.
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