Wayne estaba muerto. Estaban muy lejos de casa y esta noche acababa de empezar.
—¡Stone! —dijo Martínez.
Luke se puso de pie una vez más. Martínez estaba de pie junto a la pila de cadáveres que una vez habían protegido al objetivo. Todos ellos parecían estar muertos, todos menos uno, el hombre que se había quedado escondido detrás. Era alto, todavía joven, con una larga barba negra, un poco salpicada de gris. Yacía entre los caídos, lleno de agujeros, pero vivo.
Martínez le apuntó con una pistola.
—¿Cuál es el nombre del tipo? ¿El que estamos buscando?
—¿Abu Mustafa Faraj al-Jihadi? —dijo Luke. No era realmente una pregunta. No era nada, solo una cadena de sílabas.
El hombre asintió, no dijo nada. Parecía que tenía dolores.
Luke sacó una pequeña cámara digital de dentro de su chaleco. La cámara estaba cubierta de goma dura. Podrías estrellarla contra el suelo y no se rompería. Jugueteó con ella un segundo y luego tomó unas cuantas fotos del hombre. Comprobó las imágenes antes de apagar la cámara. Estaban bien, no exactamente de una calidad profesional, pero Luke no trabajaba para el National Geographic. Todo lo que necesitaba era una prueba. Miró con desprecio al líder terrorista.
—Lo tenemos —dijo Luke. —Gracias por jugar.
¡BANG!
Martínez disparó una vez y la cabeza del hombre se hizo pedazos.
—Misión cumplida —dijo Martínez. Sacudió la cabeza y se alejó.
La radio de Luke crepitaba.
—¡Stone! ¿Dónde estás?
—Murphy. ¿Cuál es la situación?
La voz de Murphy se entrecortaba. —Está habiendo un baño de sangre aquí. He perdido a tres hombres, pero nos hemos apoderado de una de sus armas grandes y nos hemos abierto paso. Si queremos salir de aquí, tenemos que irnos AHORA MISMO.
—Saldremos en un minuto.
—Yo no tardaría tanto tiempo —dijo Murphy. —No, si quieres vivir.
* * *
Seis hombres corrían por el pueblo.
Después de toda esa lucha, el lugar era como un pueblo fantasma. En cualquier momento, Luke esperaba disparos o cohetes que salieran chirriando de las pequeñas casas, pero no pasó nada. Ni siquiera parecía haber gente aquí.
De vuelta por donde habían venido, el humo se elevaba. Las paredes del recinto habían sido destruidas. El helicóptero aún ardía, las llamas crepitaban en medio de un silencio inquietante.
Luke podía oír la respiración pesada de los otros hombres, corriendo cuesta arriba con su equipo y sus armas. En diez minutos, llegaron a la antigua base de operaciones avanzadas, en la ladera rocosa fuera de la aldea.
Para sorpresa de Luke, el lugar estaba bien. No había suministros escondidos allí, por supuesto, pero los sacos terreros todavía estaban en su lugar y la ubicación daba una vista imponente del área circundante. Luke podía ver las luces encendidas en las casas y el helicóptero en llamas.
—Martínez, mira a ver si puedes localizar a Bagram por radio. Necesitamos una extracción, el juego del escondite ha terminado. Diles que envíen una fuerza imperiosa. Tenemos que volver a entrar en ese complejo y sacar a nuestros hombres.
Martínez asintió. —Te lo dije, tío, a todos se nos acaba la suerte.
—No me lo digas, Martínez, sácanos de aquí, ¿vale?
—Está bien, Stone.
Era una noche oscura. La tormenta de arena había pasado, todavía tenían armas. A lo largo de la muralla llena de arena, sus hombres cargaban municiones y revisaban el equipo.
No era imposible que...
—Murphy, enciende una bengala hacia arriba —dijo. —Quiero echar un vistazo a lo que nos estamos enfrentando.
—¿Y revelar nuestra posición? —dijo Murphy.
—Creo que, probablemente, ya saben dónde estamos —dijo Luke.
Murphy se encogió de hombros y reventó una bengala en mitad de la noche.
La llamarada se movió lentamente a través del cielo, proyectando sombras espeluznantes sobre el terreno rocoso que quedaba por debajo. El suelo casi parecía estar hirviendo. Luke se quedó mirando fijamente, tratando de darle sentido a lo que estaba viendo. Allí abajo había mucha actividad, era como una granja de hormigas o una plaga de ratas.
Había hombres, cientos de hombres se movían metódicamente, sus equipos y sus armas tomando posición.
—Supongo que tienes razón —dijo Murphy. —Saben que estamos aquí.
Luke miró a Martínez.
—Martínez, ¿cuál es la situación de esa extracción?
Martínez sacudió la cabeza. —Dicen que es inútil. No hay más que terribles tormentas de arena entre la base y aquí. Cero visibilidad. Ni siquiera pueden elevar los helicópteros en el aire. Dicen de aguantar hasta por la mañana. Se supone que el viento se calmará después de la salida del sol.
Luke lo miró fijamente. —Tienen que intentarlo.
Martínez se encogió de hombros. —No pueden. Si los helicópteros no vuelan, los helicópteros no vuelan. Ojalá hubieran llegado esas tormentas antes de que nos fuéramos.
Luke se quedó mirando a la masa de talibanes en las colinas debajo de ellos. Se volvió hacia Martínez.
Martínez abrió la boca como para decir algo.
Luke lo señaló. —No lo digas, sólo prepárate para pelear.
—Siempre estoy listo para pelear —dijo Martínez.
Los disparos comenzaron unos instantes después.
* * *
Martínez estaba gritando.
—¡Están llegando desde todas direcciones!
Sus ojos estaban muy abiertos, sus armas se habían agotado. Había cogido un AK-47 de un talibán y estaba acosando a todos los que cruzaban el muro. Luke lo miró con horror. Martínez era una isla, un pequeño bote en un mar lleno de combatientes talibanes.
Y se estaba hundiendo, estaba desapareciendo, debajo de una pila.
Estaban tratando de sobrevivir hasta el amanecer, pero el sol se negaba a salir. Las municiones se habían acabado, hacía frío y Luke iba sin camiseta. Se la había arrancado en el calor del combate.
Los combatientes talibanes, con turbante y barba, se abalanzaban sobre los muros del puesto de avanzada. Los hombres gritaban a su alrededor.
Un hombre se acercó al muro con un hacha de metal.
Luke le disparó en la cara. El hombre cayó muerto contra los sacos terreros, ahora Luke tenía el hacha. Se metió entre los combatientes que rodeaban a Martínez, balanceándose de forma salvaje. Había sangre esparcida. Los hizo picadillo, a golpe de hacha.
Martínez reapareció, de nuevo en pie, apuñalando con la bayoneta.
Luke enterró el hacha en el cráneo de un hombre, tan profundo, que no pudo sacarla. Incluso con la adrenalina en su cuerpo, no le quedaban fuerzas. Miró a Martínez.
—¿Estás bien?
Martínez se encogió de hombros. Señaló los cuerpos a su alrededor. —He estado mejor antes, también te lo digo.
Había un AK-47 a los pies de Luke. Lo recogió y miró la munición. Vacío. Luke la tiró y sacó su pistola. Disparó hacia la trinchera, que estaba invadida por enemigos. Una fila de ellos corría en esa dirección. Otros más vinieron deslizándose, dejándose caer, saltando por encima del muro.
¿Dónde estaban sus hombres? ¿Alguien más estaba vivo?
Mató al hombre más cercano de un tiro en la cara. La cabeza explotó como un tomate cherry. Agarró al hombre por la túnica y lo sostuvo como si fuera un escudo. El hombre sin cabeza era ligero, era como si el cadáver fuera una armadura vacía.
Mató a cuatro hombres con cuatro disparos. Siguió disparando.
Luego se quedó sin balas otra vez.
Un talibán iba cargando un AK-47, con la bayoneta ajustada. Luke empujó el cadáver hacia él, luego lanzó su arma como un hacha de guerra. Rebotó en la cabeza del hombre, distrayéndolo por un segundo. Luke utilizó ese tiempo para entrar en modo de ataque, deslizándose a lo largo del borde de la bayoneta. Metió dos dedos en los ojos del hombre y tiró.
El hombre gritó. Se llevó las manos a la cara. Ahora Luke tenía el rifle. Apuñaló a su enemigo en el pecho, dos, tres, cuatro veces. Lo empujó profundamente.
El hombre sopló sus últimas palabras en el rostro de Luke.
Las manos de Luke vagaban por el cuerpo del hombre. El cadáver fresco tenía una granada en el bolsillo del pecho. Luke la agarró, la sacó y la arrojó por encima del terraplén a las hordas que se aproximaban.
Él se tiró al suelo.
BUUUM.
La explosión fue justo allí, rociando tierra, rocas, sangre y huesos. La pared de sacos de arena se derrumbó sobre él.
Luke se puso de pie, sordo ahora, con los oídos zumbándole. Comprobó el AK. Vacío. Pero todavía tenía la bayoneta.
—¡Vamos, bastardos! —gritó. —¡Venga!
Más hombres venían por el muro y los apuñaló en un estado de frenesí. Los despedazó y los desgarró con sus propias manos. Les disparó con sus propias armas.
Un hombre se acercó a lo que quedaba de la muralla. No era un hombre, más bien era un niño, no tenía barba. No necesitaba una navaja de afeitar, su piel era suave y oscura, sus ojos marrones estaban redondos de terror. Apretó las manos contra su pecho.
Luke se enfrentó a este niño, el niño quizás tenía catorce años. Había más que venían detrás de él. Se deslizaron y se estrellaron contra la barrera. El pasadizo estaba repleto de cadáveres.
¿Por qué están sus manos puestas así?
Luke sabía por qué, era un terrorista suicida.
—¡Granada! —gritó Luke, incluso aunque no hubiera nadie vivo para escucharlo.
Se lanzó hacia atrás, cavando debajo de un cuerpo, luego de otro. Había tantos, se arrastró y se arrastró, cavando hacia el centro de la Tierra, colocando una manta de hombres muertos entre él y el niño.
¡BUUUM!
Oyó la explosión, amortiguada por los cuerpos y sintió la ola de calor. Escuchó los gritos de la siguiente ola de muerte. Pero entonces vino otra explosión y otra.
Y otra.
Luke estaba decayendo por las conmociones cerebrales. Tal vez había sido golpeado, tal vez se estaba muriendo. Si esto era morirse, no era tan malo, no había dolor.
Pensó en el niño: un adolescente flaco, ancho por el medio, como un hombre con torso fornido. El niño llevaba un chaleco suicida.
Pensó en Rebecca, por ahí con el niño.
La oscuridad se lo llevó.
* * *
En algún momento, el sol había salido, pero no había calor en él. La lucha se había detenido por alguna razón y él no podía recordar cuándo, o cómo, había terminado. El terreno era escarpado y duro. Había cadáveres por todas partes. Hombres flacos y barbudos yacían por todo el suelo, con los ojos muy abiertos y mirando fijamente.
Luke. Su nombre era Luke.
Estaba sentado encima de un montón de cuerpos. Se había despertado debajo de ellos y se había arrastrado desde debajo de ellos como una serpiente.
Habían sido apilados ahí como trozos de leña. No le gustaba sentarse sobre ellos, pero era conveniente. Era lo suficientemente alto como para darle una visión de la colina, a través de los restos del muro de sacos terreros, pero lo mantenían lo suficientemente bajo como para que nadie, excepto un francotirador muy bueno, pudiera dispararle.
Los talibanes no tenían muchos francotiradores que fueran muy buenos. Algunos, pero no muchos y la mayoría de los talibanes de por aquí, ahora parecían estar muertos.
Cerca, vio a uno que se arrastraba cuesta abajo por la colina, dejando una línea de sangre, como el rastro de babas que sigue a un caracol. Realmente debería salir y matar a ese tipo, pero no quería arriesgarse a ponerse al descubierto.
Luke se miró a sí mismo, no tenía buen aspecto. Su pecho estaba teñido de rojo, estaba empapado en la sangre de los hombres muertos. Su cuerpo temblaba de hambre y de agotamiento. Se quedó mirando las montañas circundantes, que aparecían ante su vista a medida que el día se iluminaba. Realmente era un bonito día, este era un país hermoso.
¿Cuántos más había por ahí? ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que llegaran?
Sacudió la cabeza. No lo sabía. En realidad no importaba. Ninguno en absoluto probablemente sería demasiado.
Martínez estaba tendido de espaldas, cerca de la zanja. Estaba llorando y no podía mover las piernas. Había tenido suficiente, quería morirse. Luke se dio cuenta de que llevaba un rato ignorando a Martínez.
—Stone —dijo. —Oye, Stone. ¡Oye! Mátame, tío, simplemente mátame. Oye, ¡Stone! ¡Escúchame, tío!
Luke estaba entumecido.
—No voy a matarte, Martínez, te pondrás bien. Vamos a salir de aquí y los médicos te van a ayudar. Así que vale ya... ¿de acuerdo?
Cerca de allí, Murphy estaba sentado en un peñón de rocas, mirando al vacío. Ni siquiera estaba intentando ponerse a cubierto.
—¡Murph! Baja de ahí. ¿Quieres que un francotirador te dé con una bala en la cabeza?
Murphy se volvió y miró a Luke. Sus ojos simplemente estaban... idos. Sacudió la cabeza. Un suspiro profundo escapó de él, sonaba casi como una risa. Se quedó justo donde estaba.
Mientras Luke le observaba, Murphy sacó una pistola. Era increíble que todavía tuviera un arma encima. Luke había estado luchando con sus manos desnudas, con piedras y con objetos afilados durante...
No sabía cuánto tiempo.
Murphy puso el cañón de la pistola a un lado de su cabeza, mirando a Luke todo el tiempo. Apretó el gatillo.
Clic.
Apretó el gatillo unas cuantas veces más.
Clic, clic, clic, clic... clic.
—Descargada —dijo.
Tiró el arma lejos. Cayó estrepitosamente colina abajo.
Luke miró el arma rebotar. Parecía durar más de lo que él nunca hubiera esperado. Finalmente, se deslizó hasta detenerse en un pedregal de rocas sueltas. Miró a Murphy de nuevo. Murphy simplemente se quedó sentado allí, mirando a la nada.
Si venían más talibanes, estarían acabados. A ninguno de estos tipos les quedaban muchas fuerzas y la única arma que Stone aún tenía era la bayoneta doblada en sus manos. Por un momento, pensó distraídamente en rebuscar entre algunos de estos tipos muertos en busca de armas. No sabía si le quedaban fuerzas para ponerse en pie. Puede que, en su lugar, tuviera que arrastrarse.
Una línea de insectos negros apareció en el cielo desde muy lejos. Supo lo que eran en ese mismo instante, helicópteros. Helicópteros militares de los Estados Unidos, probablemente Halcones Negros. La caballería se acercaba, pero Luke no se sintió ni bien, ni mal por ello.
No sintió nada en absoluto.
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