Siete semanas más tarde
Cuando Riley llegó a la oficina del psicólogo, encontró a Ryan sentado solo en la sala de espera.
“¿Dónde está April?”, preguntó.
Ryan señaló una puerta cerrada.
“Está con la Dra. Sloat”, dijo con intranquilidad. “Tenían que hablar de algo a solas. Después tenemos que entrar nosotros”.
Riley suspiró y se sentó en una silla cercana. Ella, Ryan y April habían pasado muchas horas emocionalmente exigentes en este consultorio en estas semanas. Esta sería su última sesión con la psicóloga antes de que tomaran un descanso para las fiestas navideñas.
La Dra. Sloat había insistido en el hecho de que toda la familia tuviera una participación activa en la recuperación de April. Había sido arduo para todos. Pero, para el alivio de Riley, Ryan había participado plenamente en el proceso. Había asistido a todas las sesiones a las que había podido, e incluso había reducido su carga laboral para dejar más tiempo para esto. Hoy había ido a buscar a April a la escuela y la había traído a la oficina.
Riley estudió la cara de su ex esposo mientras miraba fijamente la puerta de la oficina. En muchos sentidos, se veía muy cambiado. No hace mucho había sido desatento hasta el punto de ser mal padre. Siempre había insistido que Riley era la culpable de todos los problemas de April.
Pero el consumo de drogas de April y lo cerca que se había encontrado de la prostitución habían cambiado a Ryan. April llevaba seis semanas en la casa de Riley. Ryan la había visitado bastante y hasta habían celebrado el Día de Acción de Gracias como familia. A veces parecían una familia funcional.
Pero Riley se seguía recordando a sí misma que nunca habían sido una familia funcional.
“¿Eso podría cambiar ahora?”, se preguntó. “¿Siquiera quiero que esto cambie?”.
Riley se sentía dividida, incluso un poco culpable. Llevaba tiempo intentando aceptar que Ryan probablemente no formaría parte de su futuro. Tal vez incluso podría tener a otro hombre en su vida.
Siempre había existido alguna atracción entre ella y Bill, pero ellos también peleaban de vez en cuando. Además, su relación profesional ya exigía bastante, y el romance de seguro complicaría las cosas aún más.
Su vecino amable y atractivo, Blaine, parecía un mejor candidato, sobre todo porque su hija, Crystal, era amiga de April.
Aún así, en tiempos como estos, Ryan casi parecía ser el mismo hombre del que se había enamorado hace todos esos años. ¿Cómo progresarían las cosas? Simplemente no lo sabía.
La puerta del consultorio se abrió y la Dra. Lesley Sloat salió.
“Ya pueden unirse a la sesión”, dijo con una sonrisa.
A Riley le agradaba la psicóloga bajita, robusta y amable, y era obvio que también le agradaba a April.
Riley y Ryan entraron en el consultorio y se sentaron en un par de sillas cómodas. Estaban en frente a April, quien estaba sentada en un sofá al lado de la Dra. Sloat. April estaba sonriendo débilmente. La Dra. Sloat asintió con la cabeza para que comenzara a hablar.
“Pasó algo esta semana”, dijo April. “Es un poco difícil hablar del tema…”.
La respiración de Riley se aceleró y sintió su corazón comenzar a latir con fuerza.
“Tiene que ver con Gabriela”, dijo April. “Tal vez ella debería estar aquí para hablar de esto también, pero no está, así que…”.
Su voz se quebró.
Esto sorprendió a Riley. Gabriela era una mujer guatemalteca robusta y de mediana edad que había sido la criada de la familia durante años. Se había mudado con Riley y April y era otro miembro de la familia.
April respiró profundamente y continuó: “Hace unos días, ella me dijo algo que no les conté. Pero creo que deberían saberlo. Gabriela me dijo que tenía que irse”.
“¿Por qué?”, exclamó Riley.
Ryan se veía confundido. “¿No le estás pagando lo suficiente?”, preguntó.
“Es por mí”, dijo April. “Me dijo que no podía más. Dijo que era demasiada responsabilidad para ella tener que cerciorarse de que no me hiciera daño o intentara suicidarme”.
April hizo una pausa. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
“Dijo que era demasiado fácil para mí escaparme de casa sin que ella se diera cuenta. No podía dormir pensando en si me estaba poniendo en peligro o no en ese mismo momento. Dijo que se mudaría de la casa inmediatamente”.
Riley se sintió muy alarmada. No había tenido ni idea que Gabriela había estado pensando esas cosas.
“Le rogué que no se fuera”, dijo April. “Ambas estábamos llorando. Pero no logré hacerla cambiar de parecer, y estaba aterrorizada”.
April ahogó un sollozo y se limpió los ojos con un pañuelo.
“Mamá, hasta me puse de rodillas”, dijo April. “Prometí nunca jamás hacerla sentir de esa forma de nuevo. Finalmente… finalmente me abrazó y dijo que no se iría siempre y cuando cumpliera con mi promesa. Y lo haré. Realmente lo haré. Mamá, papá, nunca jamás haré que ustedes se preocupen por mí de esa forma de nuevo”.
La Dra. Sloat le dio unas palmaditas en su mano y les sonrió a Riley y a Ryan.
Ella dijo: “Creo que lo que April está tratando de decir es que ella dio un giro”.
Riley vio a Ryan sacar un pañuelo y secarse las lágrimas. Lo había visto llorar muy pocas veces, pero ella entendía cómo se sentía. Se llenó de sentimiento en ese momento. Había sido Gabriela, no Riley ni Ryan, la que había hecho que April lograra entender las cosas finalmente.
Sin embargo, Riley se sentía increíblemente agradecida por el hecho de que su familia estaría unida esta Navidad. Ignoró el temor que acechaba en lo profundo de su ser, esa horrible sensación de que los monstruos en su vida le arrebatarían sus festividades.
Cuando Shane Hatcher entró en la biblioteca de la prisión el día de Navidad, el reloj de pared indicó que faltaban dos minutos para la hora.
“Perfecto”, pensó.
Se escaparía de prisión en pocos minutos.
Le divirtió ver decoraciones de Navidad en todas partes, todas hechas de poliestireno extruido. Hatcher había pasado muchas fiestas navideñas en Sing Sing, y la idea de tratar de evocar el espíritu festivo en este lugar siempre le había parecido absurda. Casi se rio en voz alta cuando vio a Freddy, el bibliotecario taciturno, con un sombrero rojo de Papá Noel.
Sentado en su escritorio, Freddy se volvió hacia él y le sonrió. Esa sonrisa le dijo a Hatcher que todo saldría bien. Hatcher asintió con la cabeza y le devolvió la sonrisa. Luego Hatcher caminó hacia dos estantes y esperó.
Justo cuando el reloj marcó la hora, Hatcher escuchó el sonido de la puerta del muelle de carga abriéndose al otro extremo de la biblioteca. En pocos momentos entró un camionero empujando un gran contenedor de plástico. La puerta del muelle se cerró ruidosamente detrás de él.
“Qué tienes para mí esta semana, Bader?”, preguntó Freddy.
“¿Qué crees que tengo?”, contestó el camionero. “Libros, libros y más libros”.
El camionero miró en la dirección de Hatcher, y luego se dio la vuelta. El camionero obviamente estaba enterado del plan. A partir de ese momento, tanto el camionero como Freddy trataron a Hatcher como si no estuviera allí en absoluto.
“Excelente”, pensó Hatcher.
Bader y Freddy descargaron los libros en una mesa de acero con ruedas.
“¿Te apetece una taza de café en la comisaría?”, le preguntó Freddy al camionero. “¿O tal vez rompope? Están sirviéndolo por la época navideña”.
“Suena genial”.
Los dos hombres charlaban casualmente mientras desaparecieron por las puertas dobles giratorias de la biblioteca.
Hatcher se quedó parado allí por un momento, estudiando la posición exacta del contenedor. Le había pagado a un guardia para que jugara un poco con la cámara de vigilancia durante unos días hasta que encontrara un punto ciego en la biblioteca, uno que los guardias que veían los monitores aún no habían notado. Parecía que el camionero había dado en el clavo perfectamente.
Hatcher salió silenciosamente de entre los estantes y se metió en el contenedor. El camionero había dejado una manta de embalaje pesada y gruesa en el fondo, y Hatcher se cubrió con ella.
Esta era la única fase del plan de Hatcher en la que pensaba que algo podía salir mal. Pero incluso si alguien entraba en la biblioteca, dudaba que se molestaran en mirar dentro del contenedor. Otras personas que normalmente podría verificar el camión de los libros también habían sido sobornadas.
No es que se sentía nervioso o preocupado. Tenía unas tres décadas sin sentir tales emociones. Un hombre que no tenía nada que perder en la vida no tenía ninguna razón por la cual sentir ansiedad o malestar. Lo único que podría despertar su interés era la promesa de lo desconocido.
Se quedó debajo de la manta, escuchando con atención. Oyó el reloj de pared marcar el minuto.
“Cinco minutos más”, pensó.
Ese era el plan. Esos cinco minutos le darían a Freddy una negación plausible. Podría decir que no había visto a Hatcher meterse en el contenedor. Podría decir que había creído que Hatcher había salido de la biblioteca anteriormente. Cuando pasaran los cinco minutos, Freddy y el conductor volverían y Hatcher sería sacado de la biblioteca y llevado lejos de la prisión.
Mientras tanto, Hatcher se permitió comenzar a pensar en lo que haría con su libertad. Recientemente había oído una noticia que hacía que el riesgo valiera la pena, incluso hasta que fuera interesante.
Hatcher sonrió cuando pensó en otra persona que se interesaría en su fuga. Deseaba poder ver el rostro de Riley Paige cuando se enterara de que estaba libre.
Soltó una risita macabra.
Sería genial verla de nuevo.
Riley vio cuando April abrió la caja que contenía el regalo de Navidad que Ryan le había comprado. Se preguntó qué tanto sabía Ryan de los gustos actuales de su hija.
April sonrió cuando sacó una pulsera.
“¡Es hermosa, papá!”, dijo ella, dándole un beso en el cachete.
“Me han dicho que está de moda”, dijo Ryan.
“¡Es verdad!”, exclamó April. “¡Gracias!”.
Luego le guiñó a Riley, y ella reprimió una risita. Hace apenas unos días, April le había dicho a Riley lo mucho que odiaba esas pulseras ridículas que todas las chicas estaban llevando. A pesar de eso, April estaba haciendo un gran trabajo de actuar emocionada.
Por supuesto, Riley sabía que no todo era una actuación. Podía ver que April estaba contenta por el hecho de que su padre por lo menos había hecho un esfuerzo por comprarle un regalo de Navidad que le gustara.
Riley sentía lo mismo por la cartera costosa que Ryan le había comprado. No era su estilo en absoluto, y jamás la usaría, excepto cuando supiera de que Ryan iría a su casa. Y quizás Ryan se sentía exactamente igual sobre la cartera que ella y April le habían comprado.
“Estamos tratando de ser una familia otra vez”, pensó Riley.
Y en ese momento sentían que estaban teniendo éxito.
Era la mañana de Navidad, y Ryan había venido a pasar el día con ellas. Riley, April, Ryan y Gabriela estaban sentados cerca de la chimenea bebiendo chocolate caliente. El delicioso olor de la gran cena de Navidad que Gabriela estaba preparando venía de la cocina.
Riley, April y Ryan llevaban las bufandas que Gabriela les había hecho, y Gabriela llevaba las pantuflas acolchadas que April y Riley le habían comprado.
En ese momento sonó el timbre, y Riley fue a ver quién era. Su vecino, Blaine, y su hija adolescente, Crystal, estaban en la puerta.
Riley se sintió encantada e inquieta al verlos. En el pasado, Ryan había mostrado celos por Blaine, y Riley tenía que admitir que Ryan tenía un poco de razón. La verdad era que le parecía un poco atractivo.
Riley no pudo evitar compararlo a Bill y a Ryan. Blaine era un poco menor que ella, era robusto y esbelto, y le gustaba el hecho de que no era lo suficientemente vanidoso como para disfrazar sus entradas.
“¡Pasen adelante!”, exclamó Riley.
“Lo siento, no puedo”, dijo Blaine. “Tengo que ir al restaurante. Crystal sí se va a quedar”.
Blaine era el dueño de un restaurante popular que quedaba en el centro de la ciudad. Riley no debería sentirse sorprendida por el hecho de que estaba abierto el día de Navidad. La cena navideña que El Grill de Blaine estaba sirviendo hoy de seguro era deliciosa.
Crystal entró rápidamente y se unió al grupo en la chimenea. Ella y April inmediatamente abrieron los regalos que habían comprado la una para la otra entre risas.
Riley y Blaine intercambiaron sus tarjetas de Navidad discretamente, y luego Blaine se fue. Riley notó que Ryan se veía un poco amargado cuando se sumó nuevamente al grupo. Riley guardó la tarjeta sin abrirla. La abriría después de que Ryan se fuera.
“Mi vida sin duda es complicada”, pensó. Pero su vida estaba empezando a sentirse como una casi normal, una versión de vida que ella podría disfrutar.
Los pasos de Riley hicieron eco en un gran cuarto oscuro. De repente oyó el sonido de los interruptores. Las luces se encendieron y la cegaron por unos segundos.
Riley se encontró en el pasillo de lo que parecía ser un museo de cera lleno de exhibiciones espeluznantes. A su derecha estaba el cadáver de una mujer desnuda, extendida como una muñeca contra un árbol. A su izquierda estaba una mujer muerta envuelta en cadenas y colgando de un poste de luz. Una exhibición mostraba los cadáveres de varias mujeres con sus brazos atados a sus espaldas. Otra más allá mostraba varios cuerpos muertos y desnutridos con sus miembros dispuestos grotescamente.
Riley reconocía todas las escenas. Eran todos los casos en los que había trabajado en el pasado. Había entrado en su cámara personal de horrores.
Pero ¿qué estaba haciendo allí?
Justo entonces oyó una voz gritar.
“Riley, ¡ayúdame!”.
Miró hacia adelante y vio la silueta de una niña sosteniendo sus brazos en súplica desesperada.
Se parecía a Jilly. Estaba en problemas otra vez.
Riley corrió hacia ella. Pero otra luz se encendió en ese momento y le mostró que esa silueta no era la de Jilly.
Era la de un hombre canoso que llevaba el uniforme de gala de un coronel de la Marina.
Era el padre de Riley. Y se estaba burlando de su error.
“No esperabas encontrar a alguien vivo, ¿o sí?”, dijo. “Tú no ayudas a nadie, excepto a los muertos. ¿Cuántas veces debo decirte eso?”.
Riley estaba desconcertada. Su padre había muerto meses atrás. Ella no lo extrañaba. Se esforzaba por ni siquiera pensar en él. Había sido un hombre difícil que solo le había causado daño.
“¿Qué estás haciendo aquí?”, preguntó Riley.
“Estoy de paso”, dijo antes de dejar escapar una risita. “Viéndote arruinarte la vida de nuevo. Igual que siempre, por lo que veo”.
Riley quería tirársele encima. Quería golpearlo con todas sus fuerzas. Pero se encontró congelada en su lugar.
Luego oyó un zumbido fuerte.
“Quisiera poder quedarme para conversar”, dijo. “Pero tienes que encargarte de otros asuntos”.
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