Читать книгу «Un Rastro de Crimen » онлайн полностью📖 — Блейка Пирс — MyBook.
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CAPÍTULO DOS

Sin que mediaran más palabras entre ambos, giraron a la derecha para salir de Pershing Drive hacia la empinada pendiente de Rees Street, y luego a la izquierda, hacia Ridge Avenue. Keri vio el camión de la Unidad de Escena del Crimen delante de una gran casa en la cima de la colina.

—Estoy viendo el camión de Escena del Crimen —dijo tontamente, solo para romper el silencio.

Ray asintió y se detuvo detuvo detrás del mismo. Se bajaron y se dirigieron a la casa. Keri jugueteó con el correaje de su pistola para así permitir a Ray que se adelantase un poco. Podía sentir que él no estaba de humor para caminar a su lado.

Al seguirlo en su camino a la puerta principal, se maravilló una vez más ante el tremendo especímen físico que era él. Ray era un antiguo boxeador profesional afroamericano de cuarenta y un años, calvo, de uno noventa y dos de estatura, y ciento cuatro kilos.

A pesar de los retos que había enfrentado luego de retirarse del deporte, incluyendo un divorcio, adaptarse a un ojo de vidrio, y recibir un balazo, todavía se veía como si pudiera pisar el cuadrilátero. Era musculoso mas no pesado, con una flexibilidad y una agilidad inesperada para un hombre de su tamaño. Era la razón por la cual era tan popular con las mujeres.

Hacía unos meses, podría haberse preguntado por qué él estaría con ella. Pero últimamente, a pesar de acercarse a su cumpleaños número treinta y seis, había recobrado algo del juvenil entusiasmo que la había hecho tan popular.

Nunca sería una supermodelo. Pero desde que había retomado las prácticas de Krav Maga y recortado el consumo de bebidas, había perdido cerca de cinco kilos. Había regresado al peso de cincuenta y seis, previo a su divorcio, que lucía bastante bien para su estatura de uno sesenta y siete. Las bolsas bajo sus ojos habían desaparecido, y en ocasiones lucía suelta su cabellera rubia ceniza en lugar de recogida en la acostumbrada coleta. Se sentía bien consigo misma por estos días. Así que, ¿por qué había dicho no a la cita?

Lidia más tarde con tus asuntos personales, Keri. Concéntrate en tu trabajo. Concéntrate en el caso.

Sacó todo pensamiento extraño de su cabeza y miró en derredor mientras se aproximaban a la casa, tratando de captar el mundo de los Rainey.

Playa del Rey no era una urbanización grande, pero las divisiones sociales eran bastante rígidas. Allá abajo por donde Keri vivía, en un apartamento ubicado encima de un económico restaurante chino, la mayoría de los moradores eran de la clase trabajadora.

Lo mismo aplicaba, tierra adentro, en las pequeñas calles residenciales de Manchester Avenue. Casi todas estaban habitadas por residentes de gigantescos complejos de apartamentos y condominios. Pero más cerca de la playa, y en la gran colina donde los Rainey vivían, los hogares variaban de lo grande a lo masivo, y casi todos tenían vistas hacia el océano.

Esta casa estaba a medio camino entre lo grande y lo masivo, no era realmente una mansión, pero era lo más cercano que uno podía conseguir sin el muro perimetral y las grandes columnas. A pesar de ello, se sentía como un genuino hogar.

La grama en el césped del frente estaba un poco alta y estaba regada con juguetes, incluyendo un tobogán de plástico y un triciclo que en ese momento estaba de revés. La caminería que tomaron para llegar a la casa estaba cubierta de dibujos hechos con tiza de colores, a todas luces obra de un niño de seis años. Otras secciones eran más elaboradas, hechas por una preadolescente.

Ray tocó el timbre y miró derecho a la mirilla, rehusando ver a Keri. Ella podía sentir la confusión y la frustración que emanaban de él y optó por permanecer en silencio. No sabía qué decir en todo caso.

Keri escuchó los rápidos pasos de alguien que corría hacia la puerta y segundos más tarde esta se abrió para mostrar a una mujer al final de sus treinta. Llevaba unos cómodos pantalones y un casual pero elegante blusa. Tenía el cabello corto, oscuro, y era atractiva de una forma agradable, accesible a las personas, que ni sus ojos humedecidos por las lágrimas podían ocultar.

—¿Sra. Rainey? —preguntó Keri con su voz más tranquilizadora.

—Sí. ¿Son ustedes los detectives? —preguntó ella en tono de súplica.

—Lo somos —contestó Keri—. Soy Keri Locke y esta es mi pareja, Ray Sands. ¿Podemos entrar?

—Por supuesto. Hagan el favor. Mi marido, Tim, está arriba reuniendo fotos de Jess. Bajará en un minuto. ¿Ya saben algo?

—Todavía no —dijo Ray—, pero veo que nuestra unidad de escena del crimen ha llegado. ¿Dónde están?

—En el garaje —están revisando las cosas de Jess en busca de huellas. Uno de ellos me dijo que no debí haberlas movido del sitio donde las encontré. Pero temía dejarlas en la calle. ¿Qué pasaría si las robaban y perdíamos toda evidencia?

Mientras hablaba, iba alzando la voz y sus palabras comenzaron a salir atropelladas a una velocidad desbocada. Keri podía asegurar que apenas podía mantenerse de una pieza.

—Está bien, Sra. Rainey —la tranquilizó—. Escena del Crimen todavía estará en capacidad de obtener posibles huellas; más tarde puede mostrarnos dónde encontró sus cosas.

Justo entonces escucharon pasos y giraron para ver a un hombre bajar los escalones con una pila de fotos. Flaco, con un nido de rebeldes cabellos de color castaño, y gafas con una delgada montura metálica, Tim Rainey vestía pantalones kaki y una camisa con las puntas del cuello abotonadas. Se veía exactamente como Keri imaginaba que sería un ejecutivo de la industria tecnológica.

—Tim —dijo su esposa—, estos son los detectives que van a ayudar a encontrar a Jess.

—Gracias por venir —dijo, con una voz que era casi un susurro.

Keri y Ray estrecharon su mano y ella notó que la otra mano, la que sostenía las fotos, temblaba ligeramente. Sus ojos no estaban rojos como los de su esposa, pero su ceño estaba fruncido al igual que todo su rostro. Parecía un hombre abrumado por la tensión del momento. Keri no podía culparlo. Después de todo, ella había pasado por eso.

—Por qué no nos sentamos y nos cuentan lo que saben —dijo, advirtiendo que las rodillas de él parecían a punto de fallarle.

Carolyn Rainey los llevó a todos al recibidor del frente; su esposo tiró las fotos sobre una mesita y se dejó caer con pesadez en un sofá. Ella se sentó junto a él y puso su mano sobre la rodilla, que ahora se agitaba hacia arriba y hacia abajo con frenesí. Él captó el mensaje y se quedó quieto.

—Caminaba para encontrarme con Jess después de la escuela —comenzó a decir Carolyn—. Tenemos todos los días la misma rutina. Yo camino. Ella monta su bicicleta. Nos encontramos en un punto intermedio y regresamos juntas. Casi siempre hacemos contacto cerca del mismo punto, cuadra más cuadra menos.

La rodilla de Tim Rainey comenzó a rebotar de nuevo y ella le dio una suave palmada para recordarle que se controlara. Una vez más, él se aquietó. Ella prosiguió.

—Comencé a preocuparme cuando llevaba cubiertas las dos terceras partes del camino a la escuela y no la había visto. Eso solo ha pasado antes dos veces. Una vez debido a que olvidó un libro de texto en su casillero y tuvo que regresar. En la otra ocasión tenía un fuerte dolor de estómago. En ambas oportunidades me llamó para hacerme saber qué estaba pasando.

—Siento interrumpir —dijo Ray—, pero, ¿puede darme su número de celular? Podríamos ser capaces de rastrearlo.

—Pensé primero en eso. De hecho, la llamé tan pronto vi sus cosas. Comenzó a repicar de inmediato. Lo hallé bajo el mismo arbusto donde estaba metido su morral.

—¿Lo tiene ahora? —preguntó Keri— Todavía podría haber en él datos valiosos que reunir.

—La gente de escena del crimen lo está empolvando también.

—Eso está bien —dijo Keri—. Lo miraremos cuando hayan terminado. Procedamos con varias preguntas básicas si no les importa.

—Por supuesto —dijo Carolyn Rainey.

—¿Ha mencionado Jessica recientemente algo acerca de tener una discusión con un amigo?

—No. Ella recién cambió el objeto de su enamoramiento. La escuela comenzó de nuevo apenas esta semana, tras el receso de invierno, y dijo que el tiempo de descanso le había hecho ver las cosas de manera diferente. Pero ya que el primer muchacho nunca supo siquiera que a ella le gustaba, no creo que eso importe.

—Con todo, si pudiera escribir ambos nombres, sería de ayuda —dijo Ray—. ¿Alguna vez mencionó haber visto a personas inusuales, ya fuese en la escuela, en el camino hasta allá, o en casa?

Los Rainey menearon sus cabezas.

—¿Puedo? —preguntó Keri, señalando las fotos sobre la mesa.

Carolyn asintió. Keri tomó la pila y comenzó verlas una tras otra. Jessica Rainey era una chica de doce años de una apariencia perfectamente normal, con una gran sonrisa, los chispeantes ojos de su madre, y el salvaje cabello castaño de su padre.

—Vamos a seguir cada posible pista —les aseguró Ray—, pero no quiero que lleguen a conclusiones apresuradas. Aún hay oportunidad de que esto sea alguna especie de malentendido. No hemos tenido un reporte de niños raptados en esta comunidad en casi tres años, así que no queremos asumir nada en este punto.

—Aprecio esto —dijo Carolyn Rainey— pero Jess no es la clase de chica que escapa para ir donde un amigo y deja todas sus cosas tiradas a un lado de la calle. Y ella nunca estaría dispuesta a separarse de su teléfono. Simplemente esa no es ella.

Ray no respondió. Keri sabía que él se había sentido obligado a sugerir otras posibilidades. Y por lo general, estaba menos inclinado que Keri a aceptar la teoría del secuestro. Pero incluso él tenía problemas en dar razones legítimas para el hecho de que Jessica abandonara todas sus cosas.

—¿Está bien si tomamos unas pocas de estas fotos? —preguntó, rompiendo el incómodo silencio— Queremos hacerlas circular entre las policías.

—Por supuesto. Tómenlas todas si quieren —dijo Carolyn.

—No todas —dijo Tim, sacando una de la pila. Era la primera vez que hablaba desde que se sentaron—. Me gustaría conservar esta, si pueden arreglárselas sin ella.

Era una foto de Jessica en el bosque, vestida para ir de caminata, llevando en la espalda una mochila demasiado grande en verdad para ella. Su cara estaba embadurnada con lo que parecía pintura de guerra y llevaba una bandana arcoiris atada en su cabeza. Sonreía feliz. No sería de mucha ayuda para propósitos de identificación. Y aunque así fuese, Keri podía asegurar que la misma era muy especial para él.

—Consérvela. Tenemos más que suficiente —dijo con suavidad antes de entrar en materia—. Ahora bien, hay unas cosas que vamos a necesitar de ustedes, y todo ello en el debido orden. Quizás quieran ponerlo por escrito. En situaciones como esta, el tiempo es crucial, así que puede que tengamos que hacer uso de todo lo que crean saber. ¿Les parece bien eso?

Ambos asintieron.

—Bien —dijo, antes de comenzar—, esto es lo que sigue. Sra. Rainey, vamos a necesitar que nos muestre la ruta que tomó para encontrarse con su hija, y la ruta acostumbrada de ella desde ese punto hasta la escuela. Vamos a querer examinar su habitación, incluyendo cualquier computadora o tableta que pudiera tener. Y como mencioné, también miraremos su teléfono cuando los forenses hayan terminado con él.

—Okey —dijo la Sra. Rainey, anotándolo todo mientras Keri continuaba.

—Necesitaremos la información de contacto de cada amigo que le venga a la mente, o de cualquier chico con el que ella pudiera haber tenido problemas durante el año pasado. Necesitaremos el número del director. Podemos conseguir en la escuela la información de contacto del maestro y del orientador, pero si ya la tienen, eso sería muy bueno.

—Podemos darle todo eso —prometió Carolyn.

—También necesitaremos los nombres y números de los tutores y entrenadores que tiene —añadió Ray—, al igual que los nombres de los muchachos con los que estaba encaprichada. La Detective Locke y yo nos dividiremos para maximizar el uso del tiempo.

Keri le miró. Su voz sonaba completamente normal, pero podía asegurar que era más que una simple diligencia profesional en el trabajo.

No te lo tomes como algo personal. Es una buena idea.

—Sí —convino—. ¿Por qué la Sra. Rainey y yo no caminamos la ruta a la escuela antes de que oscurezca demasiado? En esta época del año, el sol se estará ocultando en menos de una hora. Puede darme esos números de contacto en el camino.

—Y usted Sr. Rainey —dijo Ray—, puede mostrarme la habitación de Jessica. Después de eso, le recomiendo que vaya a buscar a su hijo. ¿Cuál es su nombre?

—Nathaniel. Nate.

—Okey, bueno, Escena del Crimen se habrá ido para cuando regrese, así que no habrá mucha gente por allí. Va a querer mantener las cosas lo más normal posible para él. De esa forma, si necesitamos hacerle unas preguntas, no se cerrará.

Tim Rainey asintió automáticamente, como si acabara de recordar que también tenía un hijo. Ray continuó.

—Cuando vaya, me dirigiré a la escuela para hablar con la gente de allá. Chequearemos también para ver si hay algún vídeo que pueda ser útil. Sra. Rainey, me encontraré con usted y la Detective Locke en la escuela y la traeré de vuelta a su casa.

—¿Van a activar un Alerta Ámbar? —preguntó Carolyn Rainey, refiriéndose a los avisos de secuestro dirigidos al público en general.

—Todavía no —dijo Ray—. Es muy posible que hagamos eso pronto, pero no hasta que tengamos más información que compartir. No sabemos todavía lo suficiente.

—Pongámonos en marcha —dijo Keri—. Mientras más rápido tachemos todas estas tareas, más clara será la imagen que tendremos de lo que pudo haber sucedido.

Todos se pusieron de pie. Carolyn Rainey tomó su bolso y los condujo a la puerta principal.

—Te haré saber si averiguamos algo —le dijo a su marido al tiempo que lo besaba en la mejilla. Él asintió, para luego atraerla hacia sí y estrecharla en un largo y fuerte abrazo.

Keri echó un vistazo a Ray, que estaba observando a la pareja. En contra de su voluntad, él la miró. Ella pudo ver todavía el dolor en sus ojos.

—Te llamaré cuando lleguemos a la escuela —Keri le dijo en voz baja a Ray. Este asintió sin palabras.

Ella se sintió tocada por su frialdad, pero lo entendió. Él se había abierto y había tomado un gran riesgo. Y ella lo había rechazado sin explicaciones. Era quizás bueno que ambos tuvieran algo de espacio por un rato.

Cuando las dos mujeres salieron a la calle y comenzaron a alejarse caminando de la casa, un pensamiento reverberó en su cabeza.

Lo he arruinado por completo.